martes, 12 de mayo de 2020

MEDITACIÓN PARA HOY: JUAN 14, 27-31

La paz les dejo, mi paz les doy. (Juan 14, 27)

Jesús nos habla indirectamente de la cruz: nos deja la paz, pero al precio de su dolorosa salida de este mundo. Durante todo el tiempo en que Jesús permaneció en este mundo, siempre irradió la paz de Dios, una paz sobrenatural que supera todo entendimiento humano. Al principio de su ministerio, el Espíritu Santo lo condujo al desierto, donde fue sometido a las perversas tentaciones de Satanás. Los ataques del diablo fueron terribles, pero Jesús permaneció firme y fiel al amor y la verdad de su Padre. Cristo iba a menudo a un lugar tranquilo para orar en paz y escuchar a Dios; en esos momentos tan especiales, recibía con gozo la gracia y la paz que Dios le prodigaba.

Un día, Jesús iba en la barca con los apóstoles, cuando se levantó una terrible tormenta, pero él siguió durmiendo, sin que lo molestara el tumulto (Lucas 8, 22-25). Finalmente, los apóstoles, muertos de miedo, lo despertaron. El Señor se levantó, reprendió al viento y calmó el mar, muestra de que tenía pleno dominio sobre todas las cosas.

Dondequiera iba Jesús, las multitudes se apretujaban para tocarlo y recibir sanación y liberación, pero él nunca se sintió agobiado. Más bien, continuamente acudía al Padre, confiando en su sabiduría y su fortaleza, y así permaneció siempre en la paz de Dios.

En el corazón de Jesús no había otra cosa que amor, confianza y una total seguridad en el poder del Padre. Cuando dio su paz a sus discípulos, Cristo sabía que se acercaba la hora de la cruz; no obstante, siguió declarando la grandeza de su Padre: “Él es más que yo”, “Voy al Padre”, “Yo amo al Padre” (14, 28. 31).

Todos pasamos por pruebas, desencantos y temores que nos quitan la paz y a veces nos hacen caer en la frustración o el desánimo. Pero, Jesús nos dice: “Les dejo la paz. Les doy mi paz”. Incluso cuando no experimentamos dificultades particulares, el Señor continúa hablándonos de esta manera, porque siempre quiere estar presente en nuestro corazón, para llevarnos al Padre y hacernos experimentar la clase de paz que no depende de las circunstancias, sino de su amor.
“Jesús, recuérdanos que el amor y la misericordia del Padre son perfectos.”
Hechos 14, 19-28
Salmo 145 (144), 10-13. 21

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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