jueves, 28 de mayo de 2020

MEDITACIÓN PARA HOY: JUAN 17, 20-26

Padre, no solo te pido por mis discípulos,
sino también por los que van a creer en mí por la palabra de ellos. 
(Juan 
17, 20)
La Palabra de Dios nos enseña que el eterno propósito de Dios quedó revelado claramente en la plegaria de Jesús. Cristo, el Hijo del Padre, que tuvo su propia gloria divina desde antes del amanecer de los tiempos, vino al mundo como encarnación viva del amor del Padre a la humanidad. Cuando Jesús derramó su sangre por nosotros en la cruz, fuimos hechos uno con el Padre, mientras el Espíritu Santo nos llenaba el corazón de amor divino. Ahora, que esperamos la segunda venida de Cristo, somos fortalecidos por el Espíritu Santo y llamados a compartir la amistad divina con Dios y el prójimo.

Jesús rogó para que los creyentes tuviéramos la misma comunión que él tiene con el Padre (Juan 17, 20-21), una comunión que podemos imitar. Para ello, debemos presentarnos humildemente ante Jesús, en oración, y pedirle una revelación de ese amor, que nuestra mente natural es incapaz de comprender: “Les he dado a conocer todo lo que mi Padre me ha dicho” (Juan 15, 15). El amor que une al Padre con el Hijo es la Persona del Espíritu Santo, que viene a ser para nosotros la fuente y experiencia del amor divino, cuando nos sometemos a su poder transformador.

Al disponernos a celebrar Pentecostés, la gracia se derrama sobre nosotros para que tengamos más fe en que el Espíritu Santo tiene poder para hacernos ver y experimentar la realidad de Jesús. Así podemos participar en una unidad viva con él y con nuestro Padre celestial.

El hecho de encontrarnos con Cristo en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, y dedicar tiempo a la oración y a leer la Escritura robustece y transforma nuestro ser interior, al punto de que podemos asemejarnos a Jesús, si imitamos sus cualidades de humildad y obediencia; así también desearemos la unidad que el Señor pidió en su oración sacerdotal, porque él quiso que sus discípulos manifestaran ante el mundo, por su unidad, el amor que él experimentaba con el Padre.

Y ¿cómo podemos demostrar este amor? Haciendo la voluntad de Dios, que conocemos a través de la Iglesia, y amando a Dios y al prójimo, ayudando al necesitado y perdonando las ofensas.
“Amado Jesús, ilumíname y dame fuerzas, Señor, para mantenerme siempre fiel.”
Hechos 22, 30; 23, 6-11
Salmo 16 (15), 1-2. 5. 7-11

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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