viernes, 9 de marzo de 2012

Solos, a un monte elevado


Pbro. Mislav Hodzic

Continuamos nuestro camino cuaresmal.
Cada vida conoce días que se parecen un tanto a los otros, tan simples y habituales. A veces casi aburridos porque por el mismo ritmo cotidiano, por el mismo puesto de trabajo, por las mismas dificultades que nos esperan cada mañana al despertarse.
Pero a veces existen días que son tan especiales, diferentes, extraordinarios, que no se olvidan jamás, que aclaran el sentido de todos los demás. Como los días de exámenes semestrales que con éxito gratifican los esfuerzos de los meses pasados y motivan para resistir hasta el diploma al final del año académico.
Uno de los momentos muy particulares de la vida de Jesús es su transfiguración.
Pedro es uno de los testigos del acontecimiento y Marcos, que leemos hoy es su discípulo. Así que cuando el evangelista nos presenta algunos detalles importantes, nos cuenta esto que Pedro ha visto, escuchado, dicho y pensado.
La precisión de que el hecho ocurrió “seis días después a un monte elevado” quiere no solo colocarlo en el tiempo y en el espacio, sino advertirnos que Pedro se acordaba tan bien de todo. Se trataba, entonces, de algo muy importante e inolvidable. Para Jesús y para los discípulos.


Misterios
Miremos por el momento, el escenario, el monte Tabor. Hay importantes detalles: la ropa, la nube, la voz, la presencia de Moisés y Elías.
En la transfiguración de Jesús, sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Observemos que se trata de algo propio del cielo que se manifiesta en la tierra. En Jesús el cielo ha visitado la tierra. El misterio de la transfiguración confirma el misterio de la encarnación. La naturaleza divina se unió con la naturaleza humana, inseparablemente e inconfundiblemente.
Se trata del misterio. De la admiración y asombro que llenan el corazón. Pero el misterio, aunque evidente, permanece insondable. Es una revelación hermosa que ayuda a la fe en su génesis pero no la priva de las perplejidades y preguntas. Por eso Pedro no sabía qué decir y al final se preguntaba qué significaba todo eso. Es evidente que su experiencia era tan intensa que en momento renunció a todo el resto de su vida, no pensaba más en bajar del monte, ni tampoco en regresar en Cafarnaúm entre sus parientes y vecinos. Al ver al Señor de la gloria sólo deseaba que este momento no parara. Quería que el tiempo se transforme en eternidad. Que todo lo terrenal se transfigurara en celestial.
Llegamos a algo muy significativo. El silencio nos lleva a la escucha
Solo cuando cambió la voz de Pedro, una nube los cubrió con su sombra y se sintió otra voz. La misma que al comienzo de la misión pública de Jesús. “Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo”. Era la voz del Padre, mientras la nube es la imagen de la presencia delEspíritu Santo. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se nos revelan. Dios es la Trinidad. Otro misterio. El más grande.
Con Jesús estaban Moisés y Elías.
Conversaban sobre lo que iba a suceder en Jerusalén. Elías, al final de su vida, fue elevado al cielo, pero Moisés murió y ahora estaba vivo. Conversaron con el Señor sobre la partida. Del paso de la vida a la muerte y de la resurrección de los muertos. Nos hacen intuir este tema las palabras de Jesús al bajar del monte. Se revela acá el otro misterio que nos involucra existencialmente: la vida no tiene fin, el hombre es inmortal.


¿Porque transfiguración?
Antes de reflexionar porqué este evento era tan importante para Jesús, para los discípulos y para nosotros, quería que pensemos un poco en que situación se encontraba Jesús antes de entrar en Jerusalén. Sobre todo porque, mirando humanamente, las circunstancias no estaban a su favor.
A pesar de que sus palabras, obras y encuentros habían cambiado la vida de muchos llevándolos a la salvación, al respecto del Maestro había siempre más dificultades e incomprensiones. Lo habían rechazado sus compueblanos y los líderes del pueblo. Había sido acusado de seducir al pueblo llamándose el Hijo de Dios y de no respetar el día del sábado. Y según la ley, el profeta que se identificaba con Dios y se oponía a la ley debía ser condenado a muerte (cf. Dt 13,1-11). Ellos ya lo habían decidido. Ya decidieron que Jesús debía salir de su vida. No se dieron cuenta de que Jesús no violó la ley sino que la cumplió y finalmente le dio la interpretación correcta, reasumiéndola a la ley de amor. Al amor hasta el extremo.
Pero, no sólo los escribas y los fariseos, sino también sus propios discípulos no entendieron a Jesús y empezaron a alejarse. Cómo es chocante escuchar la pregunta de Jesús dirigida a los doce: “También ustedes quieren irse?” (Jn 6,67).
Por eso me parece que el acontecimiento de la transfiguración ha sido para Jesús como la confirmación que estaba en el camino recto de la realización del designio de Dios y el estímulo para persistir hasta el final. El iba a cumplir la ley y la profecías. Y en todo se iba a manifestar la gloria de Dios, aunque a través de la pasión. Para los discípulos este evento fue muy importante para guardarlos frente al escándalo que el final de la vida de Jesús podía causar. Para que al ver pronto el rostro del sufriente moribundo no se olviden de que ese es el rostro del Hijo de Dios, el reflejo de la gloria del Padre, del Padre que puede y quiere transformar la derrota en victoria. La muerte en vida. La sentencia en la justificación.
El Padre quiere transformar también tu vida, liberarte finalmente del pecado y hacerte partícipe de la victoria de su Hijo. Transformar tu rostro de tristeza en el rostro de la belleza. En el rostro iluminado de la gloria de la presencia de Dios en tu vida.


A mitad del camino
Una curiosidad que no me parece casualidad.
En el evangelio de Marcos la transfiguración de Jesús se encuentra justamente en la mitad, al inicio del capítulo 9 de los 16 capítulos que hay en Marcos. En el lenguaje de los estudiantes seria tal vez algo como una prueba “semestral”. Pero mira en este momento una mirada interesande desde lo alto: del monte Tabor Jesús podía ver Nazaret, la ciudad en la cual vivía, el camino por el cual debía continuar hasta el término de su misión a Jerusalén. Nosotros necesitamos retirarnos de vez en cuando, a solas con Jesús para comprender nuestra vida y reconocer el camino correcto, aunque a veces pedregoso, espinoso o incómodo.


Ese retiro es sobre todo la oración.
Tómate el tiempo para estar con Jesús. Solo así podrás reconocer su gloria, entender su pasión, escuchar la voz del Padre entre miles de otras voces, la tuya propia incluida, y despertar el deseo de estar para siempre con El.
Diría que en el transcurso del camino es bueno también alejarse un poco de las cosas cotidianas. A mi me sirvió un viaje que realicé la semana pasada para volver más fuerte y más optimista en las situaciones cotidianas. Ellas parecen conocidas, pero esconden siempre lindas sorpresas de Dios. Basta tener los ojos de la fe abiertos.
Queridos amigos, buen proseguimiento del restante camino cuaresmal entre dos montañas, una la del Tabor y otra la del Gólgota.
¡Sean bendecidos!

Pbro. Mislav Hodzic
fuente Portal español de Canción Nueva.

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