jueves, 9 de octubre de 2014

VOLVER AL PRIMER AMOR

Introducción
Leemos en Apocalipsis 2, 3-5:

Sé que tienes constancia y que has sufrido mucho por mi Nombre sin desfallecer. Pero debo reprocharte que hayas dejado enfriar el amor que tenías al comienzo. Fíjate bien desde dónde has caído, conviértete y observa tu conducta anterior. (Apoc. 2, 3-5)
Mientras leía esto, pensaba en los primeros cristianos de la Iglesia, que eran llevados al martirio y perseguidos por aquellos paganos que querían que adoraran dioses, y al negarse a adorar a esos dioses, morían por Cristo en la arena con toda clase de torturas. Y fue cuando la Iglesia creció.
Y todos nosotros recordamos los primeros tiempos de la Renovación, perseguidos por nuestra propia familia, por nuestra propia parroquia y por nosotros, los sacerdotes, que no entendíamos esta corriente de gracia -o que nos cuesta entender-, y poníamos trabas a tantos hermanos que eran libres en el Espíritu para alabar al Señor. Sin embargo, esa persecución, ese “no entender”, los fortaleció; los hizo crecer en la alabanza, en la fe, en la esperanza.
Tenemos que volver a esa fortaleza primera
Dios nos llamó primero, Dios siempre nos llama primero:
“Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero, y envió a su Hijo…” (1Jn. 4,10).
“Nosotros amamos porque Dios nos amó primero” (1Jn. 4, 19).
Dios siempre nos ama primero. Dios siempre nos gana, y al sentirnos amados, comenzamos a amar.
Es un Dios paternal, tierno, amoroso, misericordioso, materno. Es un Dios que busca la amistad con el hombre, con la humanidad entera.
“Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre” (Jn. 15.15).
Y ahora me viene a la mente: “Te alabo Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios del mundo y a los soberbios, y se las has hecho conocer a los pequeños, a los sencillos de corazón”…
Vayamos abriendo el corazón, dejando que la Palabra vaya entrando en nuestro corazón, para que anide en él, para que como espada de doble filo, vaya sacando los que nos ha enfriado del primer amor.
"Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando” (Jn. 15, 14).
¿Y qué es lo que nos manda Jesús?:
Que nos amemos entre nosotros como Él nos ama (Jn, 15, 12). ¡Cuánto hay que limpiar aquí de celos, de envidias y competencias! ¡Cuánto hay que corregir acá, en la lengua -como dice San Pablo-, ¡la lengua! La lengua es un don del Espíritu, y mover la lengua sin la gracia de Dios, no es un don, sino una desgracia.
Nos manda estar prevenidos y rezar incesantemente (Filip. 4, 6). Orar sin interrupción, constantemente, con cantos, alabanzas, peticiones, si están tristes, si están alegres… en todo momento, como dice San Pablo.
Nos manda ser mansos y humildes de corazón (Mt. 11, 29). Es la única vez que Jesús nos dice “Aprended de mí”: manso y humilde de corazón. La humildad que es la verdad de lo que soy realmente delante de Dios. Y ser manso: porque sé lo que soy realmente, ya no atropello. Tendría que ser atropellado por la justicia de Dios, y, sin embargo, Él es misericordioso porque me acepta como soy; por lo tanto, mi comportamiento con los demás debe ser también de mansedumbre. Porque sé cómo soy yo… entonces, ¿quién soy yo, quiénes somos nosotros, para juzgar al prójimo?
Él nos manda cargar con nuestra propia cruz (Lc. 9, 23). Es la cruz propia, y a veces la cruz de la familia, del matrimonio, de los hijos, de los nietos, del trabajo, de la salud… Sin embargo, en medio de las tribulaciones, hay que volver a ese primer encuentro con Jesús, a ese primer amor, y hacer alabanza, y perseverar en la constancia de su amor, de la oración…
Es un Dios de amor y compasión. Que llega siempre en auxilio del hombre.
"El Señor es un Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad” (Ex. 34, 6).
Nuestro Dios es un Dios fiel. Aunque nosotros seamos infieles, Él no retira su promesa, su fidelidad. Recordemos a David: Dios le hizo una promesa. Y David se portó mal, y sin embargo encontró en él a un hombre conforme a Su corazón y el Señor mantuvo la promesa a David. Lo corrigió, como nos tiene que corregir a cada uno de nosotros, y como tiene que corregir a la Renovación Carismática de Córdoba.
Decía el Padre Agustín Sanchez: “La RCC debe ser renovada. El día que no nos renovemos, aunque creamos que está todo bien, estamos mal”. Siempre hay que caminar y adelantarse. Los santos, se adelantaban a sus tiempos, no se quedaban duros, paralizados… sino que se movían, porque Dios es movimiento; Dios es comunicación, es Amor… Por lo tanto el amor siempre lleva a ideas nuevas; pero no a ideas traídas de los pelos, sino a ideas nuevas que están en la Palabra de Dios, Palabra infinita.
“Los ojos del Señor miran a aquellos que lo aman: él es escudo poderoso y apoyo seguro, refugio contra el viento abrasador y el ardor del mediodía, salvaguardia contra el tropiezo y auxilio contra la caída” (Ecli. 34, 16).
El Señor es nuestro Escudo, nuestro Alcazar, es nuestra Protección. En ese corazón abierto hay que refugiarse, en ese corazón misericordioso de Jesús.
En el monte Sinaí, Dios habla con Moisés. Hace una alianza, donde el pueblo elegido se compromete a vivir y cumplir los mandamientos.
Moisés subió a la montaña a encontrarse con Dios y le dijo: “Habla en estos términos y anuncia este mensaje al pueblo: … Si escuchan mi voz y observan mi alianza, serán mi propiedad exclusiva entre todos los pueblos…”
El Pueblo respondió unánimemente: “Estamos decididos a poner en práctica todo lo que ha dicho el Señor” (cf. Ex. 19, 3-8)
Subir significa levantar el corazón, ponerse en oración, en sintonía con Aquél que es “cercano”, que es más grande, más alto que nosotros. Moisés subió para encontrarse con Dios.
Si escuchan mi voz: ¡voz que está escrita!: la Palabra; voz del magisterio de la Iglesia.
Estamos decididos: y aquí hay que mirar esta palabra: decisión de seguirlo, decisión de renovarnos en el Espíritu Santo. Estamos decididos de renovarnos en los documentos de la Iglesia, de renovarnos en la Palabra de Dios. Y no elegir algunas Palabras de Dios para justificar, y quedarse apoltronados, quietos…. Tampoco buscar la Palabra de Dios para usarla como espada para matar al hermano… ¡Cuántas veces he visto usar el texto bíblico para golpear al hermano!. Debemos dejarnos tocar por la gracia de Dios, primero, cada uno; y luego, una vez enseñados y corregidos, podremos enseñar y corregir a otros, desde el Señor, con humildad y mansedumbre.
Nuestro Dios es un Dios que usa expresiones humanas e imágenes humanas para hablar, y quiere que entendamos la profundidad de su amor: un amor unitivo con las criaturas, con el hombre:
Nos ama con amor de Pastor (Jn. 10, 14-15): “Yo soy el Buen Pastor… y doy mi vida por mis ovejas”.
Nos ama con amor de Novio/a (Jeremías 2, 2): “Recuerdo muy bien la fidelidad de tu juventud, el amor de tus desposorios…” Y esto nos dice Jesús con tristeza y lágrimas en los ojos, - lo estoy sintiendo así en este momento-: que nos está llamando a amarlo de nuevo con amor entusiasta, fiel, de entrega.
Nos ama con amor de Esposo (Isaías 62, 5): “Como un joven se casa con una virgen, así te desposará el que te reconstruye y como la esposa es la alegría de su esposo, así serás tú la alegría de tu Dios”. En otras palabras, lo que experimenta el esposo con la esposa, en el lecho nupcial, lo siente Dios con su criatura.
Nos ama con amor de Madre (Isaías 49, 15): “¿Podría una madre olvidarse del hijo de sus entrañas? … pues yo de ti nunca me olvidaré”. Quizá la imagen de la madre y la del padre sea la mas fuerte, porque la mamá nos ha llevado en sus entrañas; y Dios también nos lleva en sus entrañas. En muchos altares antiguos está la imagen del pelícano, que es un pájaro marítimo, que cuando no tiene que darle de comer a sus pichones, rompe su piel con su pico y le da a sus pichones parte de su propia carne. Ese pelícano representa a Jesús, que da su carne para alimentarnos –porque es madre y es padre-; nos da su amor, nos da su cuerpo en la Eucaristía para alimentarnos.
Dios nos ama con amor de madre…yo de ti nunca me olvidaré, o podría decir: infinitamente me acuerdo de ti, no retiro mi mente de ti, no retiro mi pensamiento de ti. Si Dios dejara de pensar en nosotros, desapareceríamos.
Nos ama con amor de Padre (Salmo 103, 13): “Como un padre es tierno con sus hijos, así de tierno es Yahvé para quienes lo buscan…” Estas son palabras que hemos escuchado tanto… pero a veces corremos el riesgo de quitarle el sentido y la profundidad, y la Palabra de Dios es como una mil hojas, o como una infinita mil hojas…tiene muchas capas; y en la medida de nuestra alabanza y de nuestro deseo, el Señor nos hará entrar en su Palabra y nos hará profundizar y bucear cada vez más profundamente en su Palabra para revelarnos lo que soy yo y lo que es Él. Dios no se deja ganar en generosidad si le entregamos el corazón, si queremos volver al amor primero.
… “Para quienes lo buscan al Señor”. Y nosotros, ¿lo buscamos al Señor? ¿Y cómo es nuestra búsqueda? ¿Es paciente, intensiva, cronológica, perseverante… buscamos un tiempo, un lugar para hablar con Dios?...
Nos ama con amor de Amigo (Juan 15, 13-15): “No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos… yo los llamo amigos porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre”. No solamente da la vida por nosotros, sus amigos, sino que nos da conocimiento de la intimidad de Dios tirnitario, nos revela su intimidad, nos revela la profundidad de su corazón amante, y quiere que sus hijos y sus hijas también seamos amantes del Dios Amor.
Dios es el Esposo, que quiere, como enamorado, estar con nosotros y en nosotros:
¡Qué hermosa eres, amada mía! ¡Qué hermosa eres! (Cantar 4, 1). Le habla a la iglesia. Todos entramos aquí, varones y mujeres, porque todos somos la Iglesia. Dios ama a la Iglesia. Nos ama a cada uno de nosotros porque es el Amor amando en Cristo Jesús.
“En mi lecho, durante la noche, busqué al amado de mi alma. Lo busqué y no lo encontré. Me levantaré y recorreré la ciudad…” (Cantar 3, 1-8). Es decir, es una búsqueda que nos pone en movimiento, porque lo encuentro y lo sigo buscando; porque lo tengo, lo sigo buscando; y lo busco porque lo tengo…, pero es una búsqueda que no se sacia con el encuentro con Él. Hay que seguir buscándolo porque Dios es inagotable, porque es una fuente infinita el Amor. Esto es el gozo de la mutua posesión. Es la Búsqueda del amado perdido. Y no está muy lejos, está en el Sagrario, está dentro nuestro.
Es un Dios capaz de dar la vida por nosotros: por eso nos envió a su Hijo, que nos da pautas nuevas sobre el amor. El amar, estaba ya en el AT; pero Jesús trae un modo nuevo, una gracia nueva una fuerza nueva, una energía nueva, una capacidad nueva para poder amar: el Espíritu Santo.
“Así nos manifestó su amor, envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos vida por medio de Él” (1Jn. 4, 9).
“Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn. 10, 11)
Da la vida en la cruz por amor, y por amor la retoma, para comunicarnos la vida nueva.
“El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mi mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre” (Jn 10, 17-18).
“Me amó y se entregó por mi” (Gal. 2, 20).
TODOS NOSOTROS HEMOS TENIDO UN PRIMER ENCUENTRO FUERTE CON EL SEÑOR QUE HA MARCADO NUESTRA VIDA.
Recordemos ese primer encuentro cuando estábamos enamorados del Señor.
Canto: Hay una fuente en mi.
“Te pedimos Jesús, que renueves aquel momento, aquel primer encuentro, te pedimos que nos vuelvas a dar aquella primera efusión de tu amor, que se caliente de nuevo nuestro corazón y nuestro pecho con tu Espíritu Santo…”
Canto: Hay una fuente en mi.
“Gracias Señor por poder recordar aquel primer encuentro contigo. Gracias porque quieres renovar esas gracias y aún más fuertes en cada uno. Gracias por esta efusión de tu amor que estas regalando a muchos de nosotros. Gracias Señor porque eres un Dios que no se repite, un Dios de amor, un Dios sencillo, un Dios tierno, un Dios acogedor… ¡Gracias Señor!”.
Reflexión sobre Apoc. 2, 3-5
Sé que tienes constancia y que has sufrido mucho por mi Nombre sin desfallecer. Pero debo reprocharte que hayas dejado enfriar el amor que tenías al comienzo. Fíjate bien desde dónde has caído, conviértete y observa tu conducta anterior. (Apoc. 2, 3-5)
Vamos a ir meditando esta cita bíblica de a poquito, para discernir lo que el Señor nos quiere comunicar hoy, en este Encuentro de la Renovación Carismática:
“Sé que tienes constancia y que has sufrido mucho por mi Nombre sin desfallecer. Pero debo reprocharte que hayas dejado enfriar el amor que tenías al comienzo”.
La Palabra de Dios nos está exhortando a nosotros, a volver al comienzo.
“Renovación” no significa “hacer nuevo”. “Renovación”, significa volver al comienzo, volver a lo genuino, volver al inicio, a aquello que nos enamoró de Jesús, a aquello que conquistó nuestro corazón, aquello que nos sedujo, a aquello que hizo que nos entregáramos totalmente a Él.
Cómo fueron mis inicios en la renovación?
Testimonio de Padre José Luis. …………….
Todos nosotros tenemos una experiencia del amor de Dios. Y cada vez que estemos tristes, o que comencemos a entibiarnos o a encontrar excusas para orar, justificaciones… remontémonos a ese amor primero, como hacían los profetas.
Cuando el pueblo de Dios andaba a los tumbos, entonces, los profetas aparecían, y le decían al pueblo: “¿Se acuerdan que el Señor los había llevado al desierto, para mostrarles su amor? “¡Y cuántos en el pueblo volvían a Dios! ¡Cuántos, gracias a los profetas, recordaban ese amor primero de Dios que los sacó de la esclavitud del faraón!
También nosotros deberíamos preguntémonos:
“Pedro, Juan, Marta… ¿dónde está ese amor del principio?”.
“¿Dónde está ese amor que el Señor te había mostrado, y al vos respondías con amor?”
“Fíjate bien desde dónde has caído, conviértete y observa tu conducta anterior”.
Debemos volver a ese lugar donde habíamos perdido a Jesús, a la manera en que sucedió con María y con José, cuando perdieron al Niño Jesús, cuando se dieron cuenta que Él ya no estaba con ellos… (Lc. 2, 41-51). Lo rezamos en el santo rosario: el Niño perdido y hallado, ¿en dónde?: en el Templo. ¿Y qué hicieron María y José?:volvieron tras sus pasos, y se dirigieron hacia el Templo, porque sabían que allí podrían encontrar a Jesús. Y allí lo encontraron. .
Igual debemos hacer nosotros: cuando nos demos cuenta de que hemos perdido a Jesús, de que hemos perdido aquel amor del principio: volvamos sobre nuestros pasos, y vayamos a buscarlo donde Él se encuentra:
lo encontraremos en nuestro corazón, por la gracia de la inhabitación, por la gracia del Bautismo.
lo encontraremos en la Eucaristía, en el Sagrario, en la Santa Misa.
lo encontraremos en el Templo, en nuestro propio templo y en el templo de piedra. lo encontraremos en su Palabra, la Biblia.
lo encontraremos en los hermanos. que son templos vivos del Espíritu Santo; lo encontramos donde hay dos o mas reunidos en el Nombre de Jesús; ahí está Jesús.
Nos cuenta la Palabra (Jn. 12, 21) que en la mañana de Ramos, cuando Jesús, en medio de cánticos, de júbilo y de palmas, entraba en Jerusalén, unos jóvenes griegos vinieron y le dijeron a Felipe: “Queremos ver a Jesús”; “Déjanos ver al Señor, queremos dialogar con Él”.
Nosotros debemos ser también como aquel Felipe: que llevemos a nuestros hermanos a Jesús. Y si no somos capaces de llevarlos hacia Jesús, es porque debemos comenzar otra vez desde el principio:debemos volver al amor del principio. Es que nuestros rostros, nuestra manera de actuar, nuestro entusiasmo, nuestras miradas, deben llevar siempre a Jesús. Que aquellos que nos vean actuar, que aquellos que nos escuchen hablar o aquellos que contemplen nuestros rostros llenos de luz, llenos de amor, puedan decirnos: “Hermano, ¿dónde encontraste esa paz?” “¿Dónde encontraste a Jesús?” “Por favor, llévame hasta el Señor”. “Quiero ver al Señor”.
El servidor debe ser aquél que lleva al hermano a la presencia de Jesús.
¿Dónde encontramos a Jesús?
1.- Encontramos a Jesús, en el Santísimo Sacramento
clip_image002Cuando nosotros reflejamos a Cristo en nuestras vidas, la gente nos escucha con respeto y con cariño. Si nosotros tratamos con Jesús todos los días, esto se refleja en nuestro rostro, en nuestra vida… ¡Algo nos va trasmitiendo el Amor!. El Cardenal Primatesta decía que si yo trabajo todos los días con perfume, porque fabrico permume, seguramente mi piel a lo largo del tiempo, se va impregnar de perfume. Y si yo comulgo, si yo adoro, si yo celebro todos los días, algo del amor de Dios se va a impregnar en mí.
Lo mismo le sucedía a Moisés: cuando bajaba del monto Sinaí (cf. Éx. 34, 29) su rostro se volvía resplandeciente, radiante, porque había estado hablando con el Señor. Y esa es la oración: hablar con Dios. Por eso, es importante tener en cuenta el testimonio que vamos a dar ante los demás: cuando nosotros contemplamos el rostro de Cristo, seguramente damos buen testimonio de Él. Nuestra sola presencia debe hablar del amor de Dios.
2.- Encontramos a Jesús, en su Palabra
Nos dice San Jerónimo, que ignorar la Escritura, es ignorar a Cristo.
clip_image004Un renovado que no lee y reflexiona la Palabra de Dios, que no la reza, todos los días, está desarmado; no sabe cómo justificar su fe, y no conoce a Jesús. Gracias a Dios hoy en día existe la Lectio Divina para reflexionar qué dice la Palabra, qué me dice a mí, qué conclusiones saco de esa Palabra.
Si yo quiero conocer a Jesús, debo tratarlo en la Palabra, todos lo días. Cuando San Pablo, nos decía: “Tengan los mismos sentimientos de Cristo”, nos quería decir: “Conózcanlo, porque de esa manera, van a tener sus sentimientos”. Y para conocerlo, hay que leer la Palabra. El verbo “conocer” es tener una experiencia de Él. Es una relación intima espiritual y cuasi física del amor de Dios, del trato con Jesús.
¿Y cómo vamos a dar testimonio de Jesús a nuestros hermanos, si no lo conocemos, si no leemos su Palabra? ¿Cómo vamos a hablar de Él en nuestros Grupos de Oración, si no lo conocemos, si no leemos la Palabra?
Veamos el testimonio de Juan, uno de sus apóstoles, que nos dice: “Yo vengo a contarles lo que yo he visto, lo que yo he escuchado, lo que yo he palpado con mis manos, del Verbo de Dios” (1Jn. 1, 3). Lo que hemos visto y oído, ¡eso! hay que comunicar. Lo que hemos visto y oído en nuestro interior, ¡eso!, hay que contar; lo que hemos visto y oído en su Palabra, al comerlo, ¡eso hay que contar!, y hay que pedirle al Señor Sabiduría para comunicarlo.
Aquí tenemos que tener siempre presente a la Virgen María. En Ella, por escuchar y obedecer la Palabra, la Palabra se hizo carne. Una Renovación sin María sería una Renovación sin Esposa del Espíritu, sería una Renovación trunca, vacía.
Nosotros también tenemos que decir como Juan: “Yo lo he visto, he contemplado su rostro, he escuchado su Palabra, yo he palpado su presencia; Él está conmigo en mi corazón, me encuentro todos los días con Él”.
Y eso significa testimonio. Y todo esto, además, nos habla de un camino de Fe.
3.- El camino de la Fe
Es imposible conocer al Señor, si nosotros dejamos de lado la Fe.
Debemos pedirle al Señor el don de la fe, como lo hizo el padre del chico endemoniado epiléptico a Jesús (cf. Mc. 9, 24): “Creo Señor, pero aumenta mi fe”. Nosotros también debemos decirle: “Señor, aumenta mi fe. Creo Señor, pero aumenta mi fe. Quiero confiar más en ti, quiero sentir mejor tu Presencia. Quiero creer más en ti”.
Y a esto hay que decirlo todos los días. La fe es un don, es una virtud teologal, pero hay que pedirla todos los días, hay que regarla: “Creo Señor, pero aumenta mi fe”. Y habrá momentos en donde uno siente el calor del Espíritu Santo, pero habrá otros momentos en que nos sentimos como en el desierto con Jesús. Pero tenemos que orar siempre, cuando tenga ganas y cuando no tenga ganas, es decir, siempre. Y orar en las buenas, es hermoso; y orar en las malas también es hermoso, porque la oración nos hace crecer con fortaleza en la fe.
clip_image006Cuando Jesús se les apareció a los apóstoles por primera vez resucitado y les dijo “La paz está con ustedes”, ellos se llenaron de alegría. Pero a pesar de eso, algunos todavía no creyeron (La incredulidad de Tomás: Jn 20, 24-25). ¿Seré como Tomás que tengo que meter el dedo en la llaga para creer, o me tendrá que salir alguna llaga o alguna enfermedad para que empiece a rezar?
Los discípulos de Emaús cuando regresaban de Jerusalén estaban tristes y desilusionados por la muerte de Jesús porque no creían que Jesús estaba de nuevo en la vida, y ya gloriosa. No lo reconocieron por falta de fe (Lc . 24, 13). Todo fue un fracaso para ellos.
Querían el triunfalismo. ¡Ojo con el triunfalismo en la Renovación Carismática! El triunfo y la gloria son del Señor; nosotros, ¡siervos inútiles a su disposición!
A Jesús no se llega más que por la Fe.
4.- ¿Quién es Jesús para mí?
Cuando Jesús le preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy?”, ellos le contaron lo que decía la gente: unos que Juan el Bautista resucitado, otros, que un profeta… “Pero ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”.
Y ustedes, los de la RCC, ¿quién soy yo para ti?...
Y esta es la pregunta que todos los días nos hace el Señor:
“¿Quién soy yo para vos?” “¿Soy el resucitado que está con vos todos los días?” “¿Soy el Emmanuel?”... “¿Quién soy yo para vos?”, nos dice el Señor.
Y de la respuesta que le demos al Señor, no de palabras, sino con toda nuestra vida, va a ser nuestro testimonio a los demás; porque el testimonio es el comportamiento; el testimonio es como el resultado de un encuentro personal con el Señor: el encuentro de nuestra limitación con el amor de Dios, el encuentro de nuestras debilidades, con el amor misericordioso del Señor que está siempre con nosotros.
5.- Encontramos a Jesús, en el silencio y en la oración
Es necesario un rato de silencio y de oración todos los días. Es el momento en donde Dios nos habla y donde nosotros podemos escuchar su voz. Allí es donde Dios nos convence de que Él es nuestro Dios y de que nos ama infinitamente.
Esa es “la experiencia de Dios”. La experiencia de su amor, de su amor primero, en la oración de cada día. Y quizá hemos perdido el amor primero, porque hemos dejado la oración personal. MI oración personal enriquece la oración del grupo, y la oración del grupo enriquece mi oración personal, pero no puedo faltar a mi oración personal diaria.
6.- El rostro de Cristo
En el Evangelio se nos habla de distintos rostros de Cristo:
Al principio, a muchos les costó ver el rostro del Hijo de Dios en ese Jesús de Nazareth: algunos lo veían como un gran profeta, como un muchacho que tenía mucha sabiduría y el don de hacer milagros; otros lo vieron como Dios… A la gran mayoría no les llegó el mensaje de Cristo; muchos lo buscaban por sus cosas, por sus milagros… Muchos lo abandonaron.
Y cuando Jesús se presenta con su rostro doliente en la cruz, fueron realmente pocos aquellos que estuvieron con Él, porque no pudieron ver en Jesús, a Dios, que no sólo se hizo Hombre, sino que se hacía el rostro del dolor y del pecado, de mi pecado, de nuestro dolor. Y a veces sufrimos el dolor de la pasión en nuestras comunidades orantes, eclesiales, en nuestros propios grupos de oración o en las parroquias. Pero hay que seguir orando…
Y luego la Palabra nos muestra el rostro del Resucitado, ese rostro de Resucitado que hace que Pedro le diga al Señor: “Jesús tú sabes que te quiero”, y Jesús le dice: “Apacienta mis corderos”. ¡Qué transformación hubo en Pedro!: de aquella cobardía, de aquella negación, a morir crucificado cabeza abajo! El Señor tiene que hacer también un proceso de maduración espiritual y afectiva en cada uno de nosotros, a través de la oración personal y comunitaria y de la vida sacramental.
Y es también lo que Dios hoy nos dice: “Apacienta mis corderos”. “Apacienta a mi Iglesia; que mis corderos, que mis hijos, puedan encontrar en vos –mujer, varón, joven, adulto-, el instrumento de amor y de paz, porque he puesto a estos hijos, en tus manos”.
7.- Caminar desde Cristo
Y es por esto también, que nosotros debemos caminar desde Cristo. El Señor nos dice: “Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin de los tiempos”. “Siempre estaré con ustedes”.
En todo momento, debemos creer que el Señor siempre estará con nosotros, que no nos abandona, que está en los momentos de soledad, de amargura, en el momento en que todo el mundo nos dejó, siempre, el Señor está con nosotros. Él está a nuestro lado; el Señor está acompañándonos, llevando nuestra cruz –Él es nuestro Cirineo-, sanando nuestras heridas, levantándonos cuando estamos desanimados; el Señor está siempre con nosotros (Mt. 28, 20).
Canto: La Peña de Oreb
“Señor, refresca nuestra vida, nuestra alma, nuestra oración, nuestra fe, con esa agua viva del Espíritu Santo que brotó de tu costado abierto en la cruz. Que la Virgen Madre, en este caso María Auxiliadora, interceda por nosotros, para que en estos días de reflexión, la RCC sea renovada, para que nuestra vida sea renovada, para que la Renovación siga dando vocaciones sacerdotales, como lo está haciendo. Podrán criticarla, dejarla de lado, pero los frutos están”.
Caminos para volver al Amor primero, al amor de Cristo.
1. El camino a la santidad
El Señor nos llamó a la vida, para que seamos santos e irreprochables en su presencia por el amor (Ef. 1, 4).
Y también nos dice Jesús en su Palabra: “Sean perfectos como también es perfecto el Padre de los cielo” (Mt. 5, 48).
“Sean perfectos”, no significa perfeccionismo. El perfeccionismo es una tara que nos ata y limita los dones y carismas.
Y Juan Pablo II nos hablaba de la santidad como una urgencia pastoral. Nos decía: “La voluntad de Dios es que ustedes sean santos”. ¿Cómo es posible que el mundo crea, si nosotros no tenemos santos en el mundo? Los santos son aquellos que dan testimonio de la presencia del Señor.
El Papa Juan Pablo II, también hablaba a la Renovación Carismática sobre el llamado a ser santos: “Ustedes tiene entre manos los dones, el don de la oración, los carismas; ¡sean santos entonces!, ¡y consagren el mundo a la santidad!; ¡sean testigos!; nos quiere decir:sean testigos ante el mundo de la presencia de Dios y de su amor.
En otros tiempos, el Señor daba a algunos santos, algún carisma extraordinario, por ejemplo el don de hacer milagros como a San Francisco, a San Antonio de Padua.
Y nosotros en este tiempo, tenemos en nuestras manos, en medio de la Iglesia todos los dones y carismas que el Señor quiere regalarnos a cada uno. Entonces, ¿por qué no usarlos para ser santos nosotros y contagiar al mundo de esta santidad que el Señor nos regala?... porque la santidad no sólo es para gigantes: nosotros estamos llamados a ser santos.
El Papa también nos decía: “Mi hermano y mi hermana, es un don para mí”. Antes de ir al carisma, al carisma de lengua, de palabra de conocimiento o cualquier otro, hay que descubrirse en ese don maravilloso que es el amor: el encuentro: “Mi hermano y mi hermana es un don para mí”. ¿Será cierto?... Yo me acuerdo antes cuando nos juntábamos tres o cuatro hermanos, orábamos y charlábamos como si nos conociéramos de años… era así porque el Espíritu Santo moraba en nosotros. El Espíritu Santo nos hace hermanos, familia, nos hace unidos.
En este tiempo se debe proponer de una manera fuerte y madura, una vida de santidad.
2. Una vida de oración
Y en este caminar de Cristo, nos encontramos con otro elemento para vivir ese amor primero: la oración.
clip_image008Juan Pablo II habla del arte de orar. Es una artesanía. Nosotros lo vamos haciendo junto al Señor; pero por eso necesitamos un Maestro: “Señor, enséñanos a orar” (Lc . 11, 1). Esta tendría que ser nuestra oración diaria, como una oración oriental – un mantra-, como una jaculatoria: “Señor, enséñame a orar”.
¡Cómo se habrá visto el rostro de Jesús!, ¡cómo se habrá visto de transfigurado y lleno de luz su rostro cuando oraba, que los discípulos le decían: “Señor, enséñanos a orar para tener esa alegría en el rostro, para tener ese brillo, esa capacidad de hablar!”. Digámosle al Señor como aquellos hombres: “Jesús, enséñame a orar”,
Debemos amar la oración. Y acá entra el equilibrio. Debemos buscar un tiempo útil de oración sin descuidar las tareas del hogar.
Tenemos que pedirle al Espíritu Santo que venga a llenarnos con su espíritu para que nos salga la alabanza, la petición, la contemplación, la adoración.
Nos dice Juan Pablo II que nuestras comunidades tienen que ser auténticas “escuelas de oración”. Y nosotros somos lo que debemos enseñar a nuestras comunidades a orar, y no para que nos pongamos a dar cátedra, sino para que cuando nos vean orar ¡crean!.
Y la oración debe ser un compromiso para nosotros; la oración es el oxigeno del alma.
3. Eucaristía dominical
                   clip_image010    Este es otro camino de fe para volver alamor de Cristo.
Es muy triste de que muchos renovados, en estos tiempos, no van a la Misa, ¿Y por qué no van a Misa?: “Y, porque me encontré con el Señor en mi oración personal…” “Y, porque ya hablé con el Señor y me perdonó mis pecados…” “El Señor está conmigo y en mi corazón…”. Y así, dejo de lado la celebración en el que Él se manifiesta, en el que Él se presenta con su Palabra y con su Presencia eucarística real.
¡No señores renovados! ¡Hay que ir a Misa! ¡Antes de ser renovados, somos cristianos, somos católicos! Por lo tanto, no hagan promesa de ir a Misa; ¡¡hay obligación de ir a Misa!! ¿Y porque me siento obligado?:¡porque si no comes a Jesús Eucaristía, si no te alimentas de su Palabra, corres el riesgo de morir de inanición!; y como la Iglesia es Madre, nos obliga ir a Misa porque nos ama, como la mamá que cuando somos chicos nos obliga a comer porque si no comemos nos morimos.
¿Como pueden decir que son colaboradores o servidores o que van a un grupo de oración, si no van a Misa que es la oración mas grande que hay? ¡NO hay otra oración mas grande! Por más que mueva mucho los labios, por más que haga mucha oración en mi casa, si no voy a Misa, no hago oración. Las oraciones que hago en los grupos o las que hago en mi casa, recién “pasan” cuando el cura levanta la patena y ofrece al Padre por Cristo, con Él y en Él. Ahí se hacen presentes todas las peticiones personales y comunitarias. ¡No hay mayor oración que la santa Misa!. Un renovado, un católico sin Misa, es como estar sin brazos y sin pies, es como estar muertos en vida, es estar paralizados, ser como zombis…
Todos debemos ir a Misa: los hipócritas, los sinvergüenzas, las prostitutas, los borrachos… todos los enfermos debemos ir a misa, todos los pecadores debemos ir a Misa. Los que están en el cielo, ya están con Jesús. La iglesia esta hecha de pecadores. Por eso estamos acá.
4. El Sacramento de la Reconciliación
Este es otro elemento que tenemos que tener en cuenta en este camino hacia el amor primero.
Cuando confesamos siempre los mismos pecados, debemos preguntarle al Señor por qué siempre caigo en el mismo pecado: “Señor, muéstrame la raíz de este pecado”. Tenemos que crecer.
En mis comienzos, siempre me llamó la atención la confesión de los renovados. Eran confesiones profundas, serenas; se confesaban de cosas tan exquisitas, tan lindas… que me llamó la atención. Y esto fue lo que primero me atrajo de la Renovación.
El Concilio de Trento dice que el sacramento de la reconciliación es sanante y santificante. La gracia del sacramento me sana y me santifica, me da la fuerza necesaria para vencer las dificultades de cada día.
5. La escucha de la Palabra de Dios.
Este es otro camino hacia el amor primero.
Es el Señor que quiere hablarnos todos los días. Ese Señor que quiere hacerse conocer. Y fíjense lo que nos dice el Señor: “Mis ovejas escuchan mi voz” (Jn. 10, 4).
¡Esto es muy fuerte! ¡Como nos cuesta escucharnos a veces entre sacerdotes en las homilías! ¡Cómo nos cuesta escuchar la Palabra cuando la lee otro!.
Pero no sólo debemos quedarnos con la escucha de la Palabra, sino que también debemos transmitir a los demás, aquella Palabra escuchada y hecha vida en nosotros. Y sabremos transmitir esa Palabra, si somos testigos del Señor.
SÓLO HACIENDO TODOS ESTOS CAMINOS INDICADOS (camino de santidad, de oración, de Eucaristía dominical, de reconciliación, de escucha de la Palabra), PODRÉ SER TESTIGOS DEL AMOR, DE AQUÉL AMOR PRIMERO QUE UNA VEZ EL SEÑOR ME MOSTRÓ,
que hizo que me enamorara de Él,
que hizo que consagrara mi vida, mi corazón, mi familia, a su Presencia;
que hizo que dejara todas las cosas que me hacían mal –como decía San Pablo-,
que hizo que encontrara la Perla preciosa, ese Tesoro escondido…
Hemos encontrado la Perla que nos hizo felices, y ¡cuántas cosas hemos dejado por esa Perla! Pero no está bien:
que teniendo esa Perla, no aprovechemos de su presencia;
que teniendo la Luz, andemos en la oscuridad;
que sabiendo la Verdad, hagamos componendas con el mundo;
que habiendo experimentado el amor de Dios, que sobrepasa todo lo que podamos imaginarnos y pensar, nos quedemos con “cositas”, con pequeñeces.
Tenemos a nuestra disposición todo un palacio; y es como dejar ese palacio, e ir a dormir allá, en una chocita que hicimos en el jardín.
Creo que la Renovación Carismática tiene que valorar otra vez el “Confirmo”. El Confirmo es por ejemplo cuando hay una profecía: “El Señor nos está mojando con su gracia”; y otra mujer esta viendo una lluvia, entonces esta mujer tiene que decir: “Confirmo”, porque coincide con lo que está diciendo la otra hermana. Y así crecen los dones en el Grupo. ¡No dejen de confirmar, porque sino, pueden aparecer “profetas”, “iluminados”, que le hacen daño a la Renovación! Entonces, ¡confirmen! Y a veces hay que equivocarse hasta que aprendamos a escuchar bien al Espíritu.
“Renovación de Córdoba, ¡levántate y camina!; ¡levántate y renuévate! Que seamos canales de gracia. ¡Volvamos al primer amor!, volvamos a lo que somos: corriente de gracia que llena de amor a todos los grupos de la Iglesia, corriente de gracia que une como la manteca, que une y que nunca des une; corriente de gracia que como la levadura levanta la masa… ¡Seamos corriente de gracia que da fermento y alegría a la vida eclesial de Córdoba! Amén”.
* * *

Citas sobre el amor
(Para los hermanos de la RCC en los Grupos de Oración)
(Para llevar a casa o para trabajar en los Grupos de Oración)
“Su mandamiento es este: que creamos en el Nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros como Él nos amó” (1Jn 3, 23).
“Queridos míos, si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros” (1Jn. 4, 11).
“Nosotros amamos, porque Dios nos amó primero” (1Jn 4, 19).
“…El que ama a Dios, debe amar también a su hermano” (1Jn 4, 21).
“En esto hemos conocido el amor: en que Él entregó su vida por nosotros. Por eso nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos (1Jn 3, 16).
“Hijitos míos, no amemos con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad” (1Jn 3, 18).
“El amor consiste en vivir de acuerdo a los mandamientos de Dios. Y el mandamientos que ustedes han aprendido desde el principio es que vivan en el amor” (2 Jn 6).
“Con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor. Traten de conservar la unidad del Espíritu, mediante el vínculo de la paz” (Ef. 4, 2-3).
“Viviendo en el amor y en la verdad, crezcamos plenamente, unidos a Cristo. Él es la Cabeza, y de Él, todo el Cuerpo recibe unidad y cohesión… Así el Cuerpo crece y se edifica en el amor” (Ef. 4, 15-16).
Deberes de amor al prójimo: Ef. 4, 25-32: Renuncien a la mentira; digan siempre la verdad; no dejen que la noche los sorprenda enojados; no digan palabras groseras o insultos; eviten la amargura, los arrebatos, la ira, los gritos. Sean mutuamente buenos. Perdónense mutuamente…
Exhortación al amor: Col. 12-17: Revístanse de sentimientos de profunda compasión; practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia. Sopórtense los unos a los otros; perdónense; revístanse de amor, vínculo de la perfección. Que vivan en la paz y en la acción de gracias…
Reprobación de las discordias: 1Cor. 1, 10-17: Pónganse de acuerdo; que no haya divisiones entre ustedes. Vivan en perfecta armonía.
La unidad en el amor: Filip. 2, 1-4: Permanezcan bien unidos; tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagan nada por rivalidad o vanagloria. Busquen el interés de los demás y no solo el propio.
La libertad y el amor: Gal. 5, 13-15: Háganse servidores los unos de los otros, por medio del amor. No se muerdan ni se devoren entre ustedes, porque terminarán destruyéndose los unos a los otros.

Las exigencias del amor: Gal. 6, 1-10: Corríjanse con dulzura. Ayúdense mutuamente a llevar sus cargas. No se cansen de hacer el bien…

No hay comentarios:

Publicar un comentario