miércoles, 29 de abril de 2015

¿QUÉ NECESITAMOS HACER POR AQUELLOS QUE NOS HIRIERON?

Debemos perdonar.
El mayor bloqueo para cualquier tipo de cura interior es la falta de perdón. El mandamiento más difícil que Jesús nos dio, de manera práctica, es: “No solamente perdona a tus enemigos, sino que ora por ellos, ámalos y bendícelos” (cf. Lc 6,27 – 28). Cuando el perdón se da, la cura viene casi automáticamente.
De hecho, Jesús dice: “Si te quieres reconciliar con ellos, y ellos no quieren reconciliarse contigo, maldicen tu buen nombre y te persiguen, alégrate”. ¿Por qué Jesús dice esto? Porque lo que parece un mandamiento, la verdad es una cura, una bendición por medio de la cual liberamos a la persona que nos hirió; liberando el odio que sentimos por ella, liberamos también nuestro propio odio.

Durante la misa necesitamos recordar a cada una de las personas que en nuestras vida, que de alguna manera, nos maltrataron, y perdonarlas en el nombre de Jesús.


Algunos años atrás fui a orar por un joven, juntamente con dos personas que estaban orando por él; yo conocía bien a ese joven. Había sido profesor en la escuela en la cual yo era director. Para mi gran sorpresa, me contaron que él estaba enfermo, postrado en cama hacía nueve mese ya. Durante ese tiempo estuvo con fiebre muy alta, no conseguía dormir todas las noches, tenía terribles dolores y ni los mismos medicamentos para dormir ni las inyecciones hacían efecto.

Pasó un mes en el hospital del cáncer en observación, pero los médicos le decían: “Tú no tienes cáncer, pero de tantos rayos x que te sacamos es probable que vayas a tenerlo”.

Por dos meses estuvo en el sanatorio, internado, pensando que tenía tuberculosis y tomó más de 120 tipos de medicamentos, más del máximo permitido. Los médicos ya habían perdido las esperanzas, él estaba como un esqueleto esperando la muerte. Cuando fui a hablar con él, me dijo: “Aquél profesor, colega mío, colocó una maldición sobre mí, es por eso que yo estoy enfermo”.

Frecuentemente, me dicen las personas: “Alguien me hizo alguna cosa mala”. Puede ser verdad, pero lo que ocurre es que nosotros nos abrimos para que nos llegue la maldición.

Yo conoció al otro profesor de quién él se refería y era incapaz de colocar maldiciones, sabía entonces que no podría ser la única razón de la enfermedad. Al conversar más con él comprendí que él odiaba enormemente a su suegro. Su suegro era uno de los hombres más ricos de Bombay y él se había casado con su única hija. El casamiento fue celebrado con gran estilo, pero el suegro no dio ningún dinero como dote para el yerno. En la India, la dote es muy importante. Y cuando ese profesor volvió a su trabajo, en vez de ayudarlo, el suegro comenzó a hablar mal de él, diciendo a las personas: “Yo cometí un error, me equivoqué al dar a mi única hija en matrimonio a ese muchacho”.

La reputación del profesor comenzó a caer y él pasó a sentir un odio mortal por su suegro. Todos los días las personas del grupo de oración rezaban por él y le decían: “Perdona a tu suegro”. Y él les contestaba: “Yo no consigo perdonar”. Su esposa le decía: “Perdona a mi padre”. Y él le contestaba: “Yo no quiero y no puedo perdonar”.

Entonces él me dijo: “Padre, usted es la primera persona que no está diciendo que necesito perdonar”. Y yo le dije: “Yo no te digo que perdones a tu suegro porque conozco muy bien a su familia. Si yo estuviese en tu lugar también encontraría dificultad para perdonar. Pero yo quiero que tú reces conmigo pidiendo a Jesús que lo sane de las maldiciones en su corazón. Y que tú entregues su corazón a Jesús. Y él me dijo: “Eso yo puedo hacer”.

Como él era carismático, lo conduje a hacer oración espontánea y comenzó a orar así: “Señor Jesús, Tú sabes cuánto me ha herido mi suegro, todos me aconsejan perdonarlo, pero yo no soy capaz de perdonarlo. Jesús, tú Señor, ¿no vas a pedirme también que lo perdone? Yo no quiero ese odio, sácalo de mi corazón. Sáname de las causas de mi odio.
Él se volvió a mí y me preguntó: “Padre, ¿estoy rezando correctamente?. Yo le respondí: “Estás rezando perfectamente, como los salmistas rezan. En ellos la mitad muestran rabia de Dios, y la otra mitad demuestran amor por Él”. Yo recé por él después, principalmente para que tuviese un buen sueño. Inmediatamente él se quedó dormido.
Estuve dos meses fuera de Bombay y cuando volví él me contó lo que sucedió. Había dormido durante media hora, después se levantó y pidió comida – pues estaba sin comer hacía mucho tiempo – y volvió a dormir se hasta la noche siguiente. Entonces, se despertó, tomó un baño y salió a caminar, completamente sanado. Era su odio lo que estaba como un cáncer carcomiendo su espíritu, su mente, su corazón y hasta su cuerpo.

Él se volvió entrenador de fútbol del mayor club de Bombay. Cuando me acuerdo del día en que lo vi postrado en una cama, como un esqueleto, sin ninguna esperanza, y ahora entrenando fútbol con los chicos, yo comprendo el poder del odio y de la falta de perdón, capaces de hacer enfermar a una persona y volverla campo favorable para el trabajo de Satanás. Cuando obedecemos el mandamiento de Jesús y comenzamos a perdonar a nuestros enemigos, a amarlos, a rezar por ellos, la cura con frecuencia es instantánea y completa.

Del libro: “Pasos para la sanación”
Padre Rufus Pereyra

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