martes, 10 de noviembre de 2015

RESONAR DE LA PALABRA - 10 NOV 2015

Evangelio según San Lucas 17,7-10. 
El Señor dijó: «Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: 'Ven pronto y siéntate a la mesa'? ¿No le dirá más bien: 'Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después'? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: 'Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber'.» 

RESONAR DE LA PALABRA
Fernando Torres Pérez, cmf
fuente: CIUDAD REDONDA - Noviembre 2015

      Dicen los clásicos que la vida es obedecer. Y tiene mucho de verdad. Cuando no nos toca obedecer a otros (en el trabajo, por ejemplo, sin ir más lejos), nos toca obedecer a las normas que nos imponemos a nosotros mismos (es eso que se llama el sentido del deber, la honestidad, la moral o la ética). El problema fundamental es, por tanto, a quién obedecemos. ¿Quién es nuestro señor? ¿Qué normas nos impone?

      Porque no basta con obedecer para estar seguros de hacer el bien. Al terminar la segunda guerra mundial, muchos oficiales alemanes declararon que habían hecho lo que habían hecho sencillamente porque se lo habían mandado. Por eso habían matado a gitanos y judíos y... Por eso vino el horror que supuso aquella guerra.

      Hoy Jesús en el Evangelio nos viene a decir, a los que queremos seguirle, a sus discípulos, que somos siervos y que nos toca hacer lo que él nos manda. Pero igual que en cualquier otro caso, nos tenemos que plantear quién es el que nos manda y qué nos manda.

      El que nos manda es Jesús, el Hijo del Dios de la Vida, el que nos ha creado con amor y por amor. El que nos manda es Jesús, el hombre libre, que entrega su vida por nuestra libertad. “Para la libertad nos ha liberado Cristo. Manteneos, pues, firmes, y no dejéis que vuelvan a someteros a yugos de esclavitud.” (Gal 5,1).

      Lo que nos manda es extender el Reino, la buena nueva de que todos somos hijos e hijas de Dios, lo que nos manda es realizar la justicia, la fraternidad, el amor generoso y gratuito, el perdón, la misericordia, procurar antes el bien del hermano que el propio. Y nos dice que en esa vivencia es donde se hace presente él mismo y su padre Dios. La Eucaristía es el signo máximo de esa fraternidad, donde se aúnan en torno a la misma mesa los hijos e hijas con su Padre, todos igualados por el amor. Y ahí, en esa entrega por el bien del otro es donde encontraremos nuestra propia felicidad y salvación.

      Conclusión: no hace falta ser muy inteligentes para ver que vale la pena servir a este señor que nos llama a la libertad y a la fraternidad, en definitiva, a la Vida con mayúscula.

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