viernes, 27 de mayo de 2016

Meditación: Marcos 11, 11-26

Mi casa será declarada casa de oración. (Marcos 11, 27)
“La liturgia del día propone el Evangelio en el que Jesús expulsa a los mercaderes del templo, porque han transformado la casa de oración en una cueva de ladrones. Y lo que hace Jesús es un gesto de purificación. El templo había sido profanado y al igual que el templo, el pueblo de Dios también ha sido profanado con el gravísimo pecado del escándalo.
“La gente era buena, la gente iba al Templo, no miraba estas cosas; buscaba a Dios, rezaba… pero debía cambiar las monedas para las ofrendas. El pueblo de Dios no iba al Templo por los que vendían, pero iban al templo de Dios y allí había corrupción que escandalizaba al pueblo.
“Por eso yo pienso en el escándalo que nosotros podemos causar con nuestras actitudes, con nuestras costumbres no sacerdotales en el Templo: el escándalo del comercio, el escándalo de la mundanidad… Cuántas veces vemos que al entrar en una iglesia, aún hoy, está ahí la lista de los precios, para el bautismo, la bendición, las intenciones para la misa. Y de todo esto el pueblo se escandaliza.” (Homilía de S.S. el Papa Francisco, 21 de noviembre de 2014, en residencia Santa Marta).
Es raro encontrar un Jesús que vocifera y se enoja, pero hoy lo tenemos todo junto, en este Evangelio. ¿Por qué?
Jesús busca frutos y no los encuentra. Debería haberlos, pero no los hay. La higuera es sólo un símbolo: la realidad está en el templo, en el culto que se vive ahí, y eso lo pone triste. ¿Por qué se enoja, y saca a los vendedores, si lo que hacían estaba permitido?
Quizás lo hace porque los encargados del templo le daban más importancia a ese comercio que a la oración, que al encuentro con Dios, y de esa manera distraían la atención del pueblo del objetivo esencial del templo: ser morada de la presencia de Dios y por ende motivo de gran reverencia y respeto sagrado.
Lo que Jesús critica es la hipocresía: querer cumplir estrictamente con lo exterior, lo visible, pero sin preocuparse de lo verdaderamente válido: el espíritu. ¿Acaso no importa lo exterior? Sí, también vale, pero no si por dentro está vacío.
“Mi amado Jesús, concédeme tu gracia, Señor, para vivir según el espíritu y no según las apariencias externas. No quiero ser hipócrita, sino un auténtico adorador en espíritu y en verdad.”
1 Pedro 4, 7-13
Salmo 96(95), 10-13

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