martes, 30 de agosto de 2016

Meditación: Lucas 4, 31-37


“Todos admiraban la sabiduría de las palabras que salían de sus labios.” (Lucas 4, 22)
¿Cuántas charlas, homilías, conferencias o enseñanzas ha oído usted durante su vida? Probablemente más de las que puede contar, y por cierto más de las que puede recordar. Por alguna razón, la mayoría de esas enseñanzas no hicieron una impresión muy profunda. Cualquiera sea la razón, no muy a menudo escuchamos palabras que realmente nos impacten profundamente.

Pero la experiencia que tuvo la gente en el Evangelio de hoy fue diferente. En realidad quedaron asombrados con Jesús porque él les hablaba “con autoridad” (Lucas 4, 31). No fue sólo que él conociera bien las Escrituras ni que fuera un orador de gran elocuencia. Fue porque sus palabras llevaban el poder del Espíritu Santo y resonaban en el corazón de todos.

Eran las palabras de compasión y misericordia de Dios, palabras con poder para sanar y salvar. ¡Incluso eran palabras dotadas del poder de expulsar a los espíritus malignos!

¿No le habría gustado a usted escuchar al Señor cuando predicaba? Bueno, en cierto modo puede hacerlo, cada vez que usted abre y lee la Biblia. El mismo Jesús que se dirigió a aquella muchedumbre le puede hablar a usted hoy en las páginas de la Escritura porque son palabras inspiradas por el propio Espíritu Santo, y conllevan no sólo información acerca del Todopoderoso, sino el mismo aliento de Dios. Y ese aliento nos puede infundir la vida, la sabiduría y el poder divino si recibimos estas palabras en oración y con el corazón abierto.

Si usted desea experimentar el poder de la Palabra de Dios, escúchela en Misa y léala usted mismo. Concéntrese en las palabras del hombre que estaba poseído: “Sé que tú eres el Santo de Dios” (Lucas 4, 34) y deje que esa afirmación le llegue al corazón. Toda la creación y hasta los ángeles caídos reconocen que Jesús es el Santo de Dios. Usted lo reconoce también y él está aquí mismo con usted. Dedique unos momentos a adorarle, no se quede sólo en las palabras, llegue a la presencia de Cristo. Dele gracias y alabanzas por su majestad y déjese transformar por su gracia y su amor.
“Amado Señor, te doy gracias por dejarnos tu Palabra. Permite que ella penetre en la profundidad de mi alma, para que me enseñe, me inspire y dirija mis pasos por el camino de la salvación.”
1 Corintios 2, 10-16
Salmo 145(144), 8-14

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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