martes, 23 de agosto de 2016

Meditación: Mateo 23, 23-26


La experiencia religiosa de Jesús no estaba basada en el cumplimiento de principios, leyes o normas rígidas, sino en el encuentro personal con Dios, y esta es una seria advertencia para los cristianos de todos los tiempos: no conformarnos con la observancia de normas y rituales externos, si también descuidamos el amor, la misericordia y la fe, que son los ejes fundamentales de la vida del Reino anunciado por Jesús.

Cristo censuraba estas prácticas, pero no sin un toque de amor, que es importante para volver a lo básico: “El Señor ya te ha dicho, oh hombre, en qué consiste lo bueno y qué es lo que él espera de ti: que hagas justicia, que seas fiel y leal y que obedezcas humildemente a tu Dios” (Miqueas 6, 8). El Papa Francisco dijo una vez: “Un poco de misericordia hace al mundo menos frío y más justo. Necesitamos comprender bien esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso que tiene tanta paciencia… Recordemos al profeta Isaías, cuando afirma que, aunque nuestros pecados sean rojos como escarlata, el amor de Dios los hará blancos como la nieve.”

“¡Limpia primero el vaso por dentro y así quedará también limpio por fuera!” Cuán cierto es esto. La limpieza personal nos hace sentir frescos y vibrantes por dentro y por fuera; pero más aún, la limpieza interior y la salud espiritual resplandecen en las buenas obras y acciones que honran a Dios y le rinden un auténtico homenaje. Fijemos la mirada en el ámbito más amplio del amor, la justicia y la fe y no nos enfrasquemos en menudencias que nos consumen, nos empequeñecen y nos hacen quisquillosos. ¡Saltemos al vasto océano del amor de Dios y no nos conformemos con riachuelos de mezquindad!

Cuánto dañamos nuestra vivencia cristiana cuando separamos la fe y la vida práctica, cuando la conducta que exigimos a los demás no es la misma que practicamos en la vida cotidiana, como si el testimonio y la coherencia hubieran desaparecido en el horizonte de nuestra vida. ¿Cómo va a creer el mundo si los creyentes vivimos como si no lo fuéramos? ¿Cómo va a creer el mundo en Dios si nosotros mismos no somos capaces de anunciarlo con nuestro estilo de vida?

“Padre celestial, perdóname por las veces que yo mismo he contribuido a la hipocresía en la práctica religiosa. Ilumina los ojos de mi alma para ver las incoherencias y corregirlas sin demora.”

2 Tesalonicenses 2, 1-3. 14-17
Salmo 96(95), 10-13

Fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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