sábado, 20 de agosto de 2016

Meditación: Mateo 23, 1-12


En la vida cotidiana y sobre todo en nuestras prácticas de fe, por lo general muchos son dados a aparentar lo que no son, a guardar las apariencias para no revelar sus miserias y errores. Esto proviene de una falsa o torcida interpretación del Evangelio, que nos ha llevado a adoptar una doble moral, a lo aparente e ilusorio de un buen vivir frente a nuestros propios engaños. Esa es la advertencia que nos hace el Evangelio de hoy, para no caer en la tentación de la falsedad, que nos lleva a la incoherencia entre lo que somos y lo que queremos ser, entre lo que decimos y lo que hacemos.

La denuncia de Jesús aparece como un llamado de atención a nuestras posturas cómodas, a nuestro convivir con la hipocresía que no nos deja ser nosotros mismos, a la apariencia que no hace más que inflar nuestro propio egoísmo, al afán de poder que nos hace creer que el mundo está en nuestras manos y que podemos hacer lo que queramos. La Palabra nos llama al servicio, a la autenticidad, a la transparencia, a la humildad de nuestra débil humanidad.

La auténtica conversión afecta a nuestras formas de relacionarnos con los demás, especialmente los pobres, y lo que hacemos o no con ellos: “Aprendan a hacer el bien… ayuden al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan los derechos de la viuda” (Isaías 1, 17) dice el Señor. Querámoslo o no, nuestro destino ahora y en la eternidad está ligado al de ellos.

La justicia del Reino, para que deje de ser un mero discurso de buenas intenciones que no nos compromete, debe traducirse en acciones concretas. Jesús juzga con dureza una práctica religiosa incoherente, que no hace lo que dice: “Hagan y cumplan lo que les digan, pero no hagan lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen” (Mateo 23, 3).

Exigir a los demás lo que no nos exigimos a nosotros mismos, o hacerlo por apariencia, por cumplimiento o por vanagloria pervierte la religión. La misión de edificar la comunidad fraterna de Jesús exige un nuevo modelo de fidelidad, fundamentada en el servicio humilde, porque “el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido” (23, 12).
“Amado Jesús, no permitas que jamás me deje yo llevar por la hipocresía; ilumina mi mente y mi corazón, Señor, para que sea un auténtico discípulo tuyo.”
Ezequiel 43, 1-7
Salmo 85(84), 9-14

Fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

No hay comentarios:

Publicar un comentario