Velen, pues, y hagan oración… Lucas 21, 36
Vivimos en un mundo en que la injusticia, el egoísmo, la prepotencia, los vicios y otras conductas de pecado personal y social llevan a las familias, los pueblos y la humanidad a situaciones caóticas y terribles. A veces hasta los creyentes se ven envueltos en la corriente autodestructiva del mundo.
Pero un día vendrá el Señor a rescatarnos y llevarnos al cielo. Sin embargo, la perspectiva de presentarse ante Dios es motivo de inquietud o temor para algunos. Por eso, la Iglesia nos aconseja hacernos un frecuente examen de conciencia a fin de estar preparados para encontrarnos con Dios en cualquier momento, pues nadie sabe la fecha de su muerte ni de la Segunda Venida del Señor.
A veces las obligaciones diarias son tantas que nos olvidamos de las enseñanzas de Cristo y eso nos lleva a cometer faltas, leves o graves, y nos hacemos vulnerables a las tentaciones y los engaños del maligno. No es raro que las exigencias del trabajo, el hogar o incluso los apostolados empiecen a desplazar en el día el tiempo de oración, la reflexión de la Palabra de Dios o la recepción de los sacramentos, y cuando eso sucede nos parecemos a aquellos que “se van ahogando y no dan fruto” por los afanes y la búsqueda de las riquezas y los placeres de la vida (Lucas 8, 14).
La Iglesia nos enseña claramente que un día todos nos presentaremos ante Dios, ya sea cuando muramos o cuando venga el Señor por segunda vez. Por lo tanto, cada cual debe preguntarse: “¿Estoy yo preparado?”
Hoy termina el año litúrgico. Muchos acostumbran hacer un pequeño “retiro” personal, yendo a su parroquia a rezar o haciéndolo en su propio hogar, para analizar cuáles fueron los frutos del año que termina con preguntas como: ¿Me acerqué más al Señor? ¿He crecido en la fe o me he alejado más de Dios? La idea es analizar cómo fue tu vida espiritual este año para mejorarla en el próximo. Mañana, con el Adviento, empieza un nuevo ciclo litúrgico y es el momento oportuno para comenzar de nuevo nuestra relación de amor con el Señor.
“Amado Jesús, pongo en tus manos mis intereses y responsabilidades para que me enseñes a ordenar mi vida y permanecer alerta y vigilante. Ayúdame, Señor, a prepararme en esta vida para el encuentro que un día tendré contigo.”
Daniel 7, 15-27
(Salmo) Daniel 3, 82-87
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