lunes, 22 de enero de 2018

Meditación: Marcos 3, 22-30

En el Evangelio de hoy, la acusación que le hicieron los escribas al Señor era gravísima, porque afirmaban que estaba poseído por “Satanás, príncipe de los demonios”. 

Es decir, lo acusaban de que, al expulsar a los espíritus malignos, el que actuaba en él era el propio jefe de los demonios, lo cual llevaría a deducir que él también estaba endemoniado.

Pero con una sola pregunta de sentido común, Jesús dejó en claro la falsedad de semejante acusación: “¿Cómo puede Satanás expulsar al propio Satanás?” Por celos o por una falsa rectitud, los escribas se habían hecho ciegos ante lo obvio. Echando fuera a los demonios y curando a las personas, Jesús estaba destruyendo el reinado de Satanás, no edificándolo. Por contraste, Jesús sugería implícitamente que había venido a establecer el Reino de Dios y lo estaba haciendo atando al “hombre fuerte”, vale decir, el maligno.

A sus detractores que le habían hecho esta acusación, Jesús les advirtió solemnemente: “El que ofenda con sus palabras al Espíritu Santo, nunca tendrá perdón, sino que será culpable para siempre” (Marcos 3, 29). El contexto aquí es muy importante. Jesús se dirigía a los jefes que le atribuían a Satanás la obra redentora de Dios, es decir, tergiversaban la verdad y rechazaban el don gratuito de la salvación que Dios les ofrecía y así ponían al pueblo también en peligro de hacer lo mismo. Este es un pecado contra el Espíritu Santo.

Luego, Jesús anuncia que Dios está dispuesto a perdonar todos los demás pecados y “todo lo malo que digan”, dando de esta forma otro paso en la revelación progresiva del Hijo del hombre: Él es quien tiene el poder de perdonar los pecados. La identidad de Jesús se revelaba mejor porque él desvirtuaba las ideas falsas y negativas que presentaban sus opositores.

Hoy se observa en los Estados Unidos el Día de Oración por la Protección Legal de los Niños No Nacidos, un día en el que podemos afirmar que Dios ama a cada uno de estos niños y quiere que vivan en la familia humana. Es un día en el que todos podemos unirnos en oración, salir a marchar públicamente y orar para que las autoridades pongan fin a la práctica infanticida del aborto.
“Señor Jesús, protege, te pido, a cada bebé no nacido aún y haz la luz en la conciencia de los jueces y legisladores en favor de la vida.”
2 Samuel 5, 1-7. 10
Salmo 89(88), 20-22. 25-26

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