sábado, 24 de febrero de 2018

CEGUERA REPARADORA

Nos cuenta Marcos: “En aquel tiempo, mientras Jesús salía de Jericó acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: ¡Hijo de David, ten compasión de mí! Jesús se detuvo y dijo: Llamadle. Llaman al ciego, diciéndole: ¡Animo, levántate! Te llama. Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ¿Qué quieres que te haga? El ciego le dijo: Rabbuní, ¡que vea! Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino”.

Este pasaje es muy significativo y tendría muchas aristas para meditar, pero me gustaría invitarte a pensar sobre el llamado desesperado de Bartimeo y sus consecuencias. Muchas veces tocamos fondo y el único y último pedido de auxilio está en clamar a Dios.

Es nuestro último recurso, cuando debió ser el primero, pero nuestra fe miope nos impide verlo.

Dios siempre estuvo y está, somos nosotros, que aferrados a nuestra autosuficiencia no podemos verlo.

Y Dios responde: ¡ánimo, levántate! Pero a la vez nos pide permiso: ¿qué quieres que te haga? Como buscando nuestro consentimiento, nuestra toma de conciencia y compromiso frente al nuevo camino que se abre. Y desde nuestro dolor contestamos: ¡que vea! Es aquí donde nace, por gracia de Dios, la renovación de nuestra fe.

“El amor incondicional de Dios por cada uno de nosotros posibilita un amor generoso y gratuito por nuestra parte. Nos ayuda a sentir la aceptación profunda que todos necesitamos. Nos da la conciencia de no estar solos, porque en la noche más oscura y en el día más radiante Alguien susurra nuestro nombre con acento único…Más que tú mismo, Alguien cree en ti” (Rodriguez Olaizola). Nos volvemos a pensar, no ya autosuficientes, sino como parte de un proyecto que nos abarca e incluye; nos volvemos a meter en el camino, pero desde otra perspectiva y con otro ánimo.

Ahora bien, meterse en el camino significa “arrojar el manto”, esto es, despojarnos de nuestras certezas y reconocernos como criaturas limitadas y dependientes de la misericordia divina.

Alguien dijo por ahí: “Dios escribe derecho en renglones torcidos”. Él es el único con el poder de trocar lo doloroso en reparador y redundante. 

Te invito a que identifiques tus dolores, añejos o actuales y visualices cómo Dios los fue reparando, siempre que se lo permitiste.

Eduardo Andreani
Filósofo – Equipo Click To Pray 
Argentina-Uruguay

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