domingo, 25 de febrero de 2018

Meditación: Marcos 9, 2-10

En el Evangelio de hoy, los apóstoles tuvieron el privilegio de ver al Señor con la apariencia que él tendría por toda la eternidad. 

La luz que transformó a Jesús y que encegueció a los apóstoles, no lo iluminaba desde el exterior, sino que venía desde dentro, como una gracia de Dios que transfiguraba el cuerpo humano de Jesús.

El Todopoderoso era la fuente divina de la transfiguración que presenciaron los apóstoles y él quiere “transfigurarnos” a nosotros también mediante la gracia poderosa del Espíritu Santo. Pero casi siempre somos nosotros los que tratamos de forjar nuestra propia transformación buscando en el mundo los medios que consideramos necesarios para la vida espiritual. Pero no los encontraremos allí; solo provienen del Espíritu Santo, que produce la presencia de Jesús glorificado en nosotros.

Ahora bien, la transformación que Dios quiere hacer en nosotros no es solamente para nuestro bienestar; es para que todos los miembros de la Iglesia reflejen su gloria, y de esa forma lleguen a cambiar el mundo. Sí, estamos llamados a buscar la santidad personal, pero también a ser miembros activos del cuerpo de Cristo, de manera que anunciemos la buena nueva de la salvación a todo el mundo, que tanto necesita la gracia del Señor. En la misma medida en que seamos transformados por el Espíritu Santo y recibamos su poder, seremos buenos testigos, para que el mundo se convenza de la verdad de que Jesús es la respuesta a todos los problemas de la humanidad.

El objetivo de la Transfiguración fue preparar a los apóstoles para recibir la salvación que Jesús ganaría para todo el género humano. Nuestra propia transformación, y por consiguiente la de la Iglesia, también puede preparar al mundo de hoy para recibir y aceptar la salvación que Jesús ofrece a todo el que quiera creer. Todos podemos cambiar, si dejamos que el Espíritu Santo se manifieste en nosotros y por nuestro intermedio.
“Señor, permite que cada vez yo me vaya revistiendo más de tu semejanza para que así la Iglesia refleje la gloria de Dios y el mundo entero reciba la bendición.”
Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18
Salmo 116 (115), 10. 15-19
Romanos 8, 31-34
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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