sábado, 17 de febrero de 2018

PRECISO DE LA FUERZA DE TU ESPÍRITU SANTO

PRECISO DE LA FUERZA DE
TU ESPÍRITU SANTO

“De la misma manera, el Espíritu viene en auxilio de nuestra fragilidad,
Pues no sabemos que pedir ni como pedir;
Es el propio Espíritu que intercede en nuestro favor,
Con gemidos inefables.”.
Rom 8, 26

Gracias al Espíritu Santo existen en el fondo de nuestro corazón esos gemidos inefables, como brasas crepitantes ardiendo bajo las cenizas de nuestras fragilidades. Existe una inagotable fuerza en lo íntimo de nuestra alma.
Los discípulos juntamente con la madre de Jesús experimentaron ese poder cuando se unieron y permanecieron en oración hasta que el Espíritu del Señor descendió sobre cada uno de ellos en lenguas de fuego, abrasando sus corazones, llenándolos de asombro y de intrepidez para que pudiesen llevar la salvación a las personas.
Dios derrama su Espíritu Santo en nosotros para darnos el poder de llevar a Jesús al mundo. Pero otra cosa también sucede en ese derramamiento: hacemos la experiencia sensible, concreta y abrasadora del amor de Dios por nosotros.

Hablando al respecto de esa presencia del Espíritu capaz de calentar, fecundar y derretir el hielo del pecado que endurece el alma, San Efrén de Siria escribió:
“Es gracias al calor que todo madura; es gracias al Espíritu que todo se santifica. Como el calor derrite el hielo de los cuerpos, así el Espíritu derrite la impureza de los corazones. Con el primer calor, al clarear, saltan los becerritos en la primavera: así también los discípulos, cuando sobre ellos viene el Espíritu. El calor rasga los troncos congelados que encarcelan flores y frutos; gracias al Espíritu Santo es quebrado el yugo del maligno, que impide a la gracia brotar. El calor despierta el seno de la tierra adormecida; así procede el Espíritu Santo con la Iglesia.
El Espíritu Santo es aquel que nos devuelve la vida al hacernos volver al fuego del amor de Dios. Él mismo es ése fuego.
¡¿Qué no se hace en Alaska, en las regiones heladas de Siberia y en otros tantos lugares donde el invierno es terrible, para mantener el fuego prendido y la casa calentita!? No se para de trabajar hasta que se consigue toda la leña u otro combustible necesario. Del mismo modo, ninguno de nosotros jamás debería de dejar de luchar para mantener siempre encendido el fuego sagrado del Espíritu que crepita, gime, vela e intercede para socorrer nuestras fragilidades.
Digo “mantener siempre encendido” porque nosotros frecuentemente lo sofocamos. Nosotros tiramos escombros y barro encima de ese fuego cada vez que lo hacemos callar con confusiones, corridas innecesarias, distracciones nocivas y permitimos que nuestros pensamientos y deseos se revuelvan en el pecado y contraríen a Dios. Corremos el riesgo de “extinguir el Espíritu” (1Tes. 5,19), advierte Pablo.

Aquí está una de las verdades más lindas de la Sagrada Escritura: dentro del corazón humano vive el Espíritu Santo que reza en nosotros, para fortalecernos y defendernos. Y esa llama encendida ilumina nuestra mente, llena de amor nuestro corazón, da salud a nuestro cuerpo, comunica unción a nuestras suplicas y da poder a todas las otras formas de oración: de alabanza, de perdón, de intercesión y tantas otras que conocemos.

Llenos de Dios, hasta nuestro mismo silencio se reviste de una fuerza inmensa.

Muchas personas pueden testimoniar que todo en su vida comenzó a funcionar a partir del momento en que comenzaron a entregar la dirección de su vida en las manos del Espíritu Santo y se permitieron inflamar por El. Entonces, clamemos:

ORACIÓN PARA SER LLENOS DE ESPÍRITU SANTO

Señor Jesús, te Bendigo porque mi fragilidad nunca será mayor que el amor que tienes por mi; ni mi pecado más fuerte que tu Sangre Redentora. Por tu causa, me levanto todos los días y persevero.

Por Tu Cruz, Señor, ya me has salvado. No voy a dejar de luchar. Si vienes por mi, Señor, ¿qué podrá el mal hacer en mi contra? Te Bendigo porque Tú me miras lleno de amor y ya sabes de que forma vas a enviarme tu Espíritu Santo en este momento. Recurro, entonces, a tu Nombre y clamo: Mi Dios, en Nombre de Jesús, que me alcanzo todo el bien que necesito, envía sobre mi tu Espíritu Santo. Cumple en mi vida tu promesa, inúndame con tu gracia y lléname con tu fuerza. Dame, Señor, un derramamiento de tu Espíritu que transforme todo mi ser y haga de mi una persona nueva.

Jesús amado, soplaste sobre tus apóstoles y todos quedaron llenos de tu Espíritu Santo. Señor, sopla sobre mi. En Pentecostes hiciste deshacer sobre los que estaban en el cenáculo el Fuego Vivo del Cielo. Haz descender también sobre mi este fuego. Derrama el fuego de tu corazón misericordioso sobre mi corazón y llénalo con tu Santo Espíritu para que tu unción me purifique y me transforme completamente.

Ven, Espíritu Santo. Ven en Nombre de Jesús. Envuelve todo mi ser y abrásame en el calor de tu amor. Inflámame, purifícame, lléname de Dios, pon el Cielo en mi corazón, y haz de mi, una persona enteramente nueva. Llena de tu vida, llena de coraje y de salvación.

Ven, Señor, quédate conmigo, toma todo mi ser y nunca más dejes de morar en mi. (Ahora, reza espóntaneamente, como el Señor te inspire o canta una canción. Si no recuerdas ninguna, inventa tu mismo tu canción para el Señor)

¡Amén!

Marcio Mendes
30 minutos para cambiar tu día a día.
Adaptación de original en portugués.
Editorial Canción Nueva.

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