lunes, 26 de febrero de 2018

SEÑOR, TE SUPLICO, AYUDA A ESTA PERSONA

SEÑOR, TE SUPLICO, AYUDA A ESTA PERSONA

“Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico:
«Hijo, tus pecados te son perdonados».”.
Marcos 2,5

Donde la Palabra de Dios es acogida en clima de fe y oración el milagro siempre se vuelve posible. San Marcos habla de cuatro hombres, cuatro intercesores, que creyeron en la Palabra de Jesús y le trajeron a su amigo paralítico para que el Señor lo curase.

Si los obstáculos eran grandes para la sanación de este hombre, el amor de sus cuatro amigos por el era aún mayor. Tan dispuestos estaban a hacer todo por el bien de su amigo que Jesús quedó admirado y se conmovió con lo que vio. El Señor no los atendió por causa de sus muchas palabras, ya que ellos no dijeron nada, y sí por su gran confianza y esperanza en el poder del Salvador.

Cuando los intercesores no fallan haciendo su parte, Jesús es quien no fallará en cumplir con ellos. Interceder es llevar a quien amamos a la presencia del Señor para que allí reciba el perdón y encuentre la sanación. En el momento en que damos el paso en la fe de confiar sin restricciones en Jesús, aunque la situación se presente sin salida y la resolución se revele como imposible, el Señor toma aquella causa en sus manos y manifiesta su poder salvador.

Si conoces a alguien que necesita urgentemente de la ayuda del Dios, aproxímate a esa persona, dale tu amor y llévala a Jesús en oración. Es tan importante interceder unos por los otros que Nuestro Señor dio a María Magdalena de Pazzi la siguiente revelación: “Mira, hija mía, como caen los cristianos en las manos del demonio; si mis escogidos no los librasen por sus oraciones, serían tragados por él”.

En este momento, pide al Espíritu Santo: “Muéstrame, Señor, las personas y los nombres por los cuales debo interceder”. Percibirás que, en el transcurso del día, recuerdos de hechos, nombres de personas y rostros familiares surgirán en tus pensamientos Es Dios respondiendo tu oración y entrenándote en la intercesión.

Presenta cada una de esas personas al Señor. Intercede en favor de ellas. Clama al Espíritu Santo que las socorra, que las preserve del peligro y que las ayude donde quiera que se encuentren. Pide que el Señor rescate a aquellas que se corrieron del camino, que las perdone de sus pecados, que las libere del maligno y las santifique.

Dile: “Envuelve, Jesús a esta persona con tu abrazo de amor y muéstrale hoy tu poder salvador.” Reza con tranquilidad y confianza. Habla de esa persona a Jesús, como un amigo conversa con el otro. Hazle preguntas, cuéntale tus dudas, dale sugerencias y, sobre todo, preséntale súplicas. Intercede por tus padres, por tu cónyuge, por tus hijos, parientes, amigos.

Clama: “Padre amado, en nombre de Jesús, por el poder del Espíritu Santo, cumple hoy tus planes en la vida de… “ (Decir el nombre de la persona). 

Permanece seguro de que Dios te oirá. El siempre oye cuando oramos en favor de alguien. ¿Qué tal crear ahora un gran movimiento de oración intercediendo por aquellos que, como vos, están siguiendo los pasos de este libro? Pide al Señor que atienda la oración de esos hermanos.

Si uno reza por todos, todos rezarán por éste. O sea, millones de personas estarán pidiendo a Dios por ti. Recemos unos minutitos por aquellos que el Espíritu santo nos presenta:

ORACIÓN INTERCESORA.

Padre amado, en nombre de Jesús, pido que el Señor visite y bautice con Espíritu Santo el corazón de ….. (nombra a la persona) y envuelve todas las situaciones que este tu hijo(a) está enfrentando. Dale, Señor, el consuelo de tu presencia. Esta persona necesita de tu fuerza y de tu luz, mi Dios. Ayúdalo. Coloca tu mano sobre sus heridas emocionales que tanto lo desgastan y le hacen sufrir y concédele la sanación del alma, la sanación del corazón y la sanación interior.

El Señor conoce lo íntimo de este hermano mucho mejor que lo que él mismo se conoce. El Señor tiene las respuestas para sus problemas, dudas y dolores. El Señor sabe como aliviarlo por las pérdidas que él ya sufrió. Derrama, Señor, el bálsamo de tu amor en su alma e inunda con él todos los espacios oscuros, fríos y vacíos de tu corazón.

De todas las cadenas que lo aprisionan, ¡libéralo, Padre amado, en nombre de Jesús! Del espíritu maligno, defiéndelo. Arráncalo de este vicio, mal hábito o manía. Disuelve y aniquila en el fuego del Espíritu Santo todo y cualquier voto secreto que el haya hecho contra sí mismo o contra alguien comprometiendo así su salvación.

De todo mal que lo acompaña por causa de odios, mentiras, envolvimientos con el ocultismo, objetos supersticiosos, ¡libéralos, Señor! Clamo la Sangre de Jesús sobre todas esas áreas y circunstancias de su vida. El mal no puede y no va a prevalecer. Sobre este hijo tuyo, la Sangre de Cristo puede más.

Muéstrale, Señor, como tu lo amas, cuán importante es él para ti, como él es querido y defendido constantemente por ti y por tus ángeles. No permitas que la tristeza penetre en su corazón por medio de los sentimientos de rechazo, desamparo, soledad o disgusto por sí mismo. Expulsa de su vida el espíritu de desvalorización y baja estima de sí mismo.

(Pregunta al Espíritu Santo: “Señor, ¿Qué más este hermano mío, esta hermana mía, necesita?” Y así cuando la respuesta venga a tu mente, ora al Señor y dile: “Concédele, oh Dios, esta gracia”)

Padre, en nombre del Señor Jesús, como aquellos cuatro hombres colocaron a su amigo paralítico a tus pies, también yo pongo enteramente a tus pies a… (nombre de la persona) y te consagro su mente, emociones, sentimientos y su físico. Guárdalo de todo mal y restáuralo completamente en tu amor.

¡Gracias, mi Dios! ¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo! Como era en un principio, ahora y siempre. ¡Amén!

Marcio Mendes
30 minutos para cambiar tu día a día.
Adaptación de original en portugués.
Editorial Canción Nueva.

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