domingo, 26 de agosto de 2018

Meditación: Juan 6, 60-69

En el Evangelio de hoy, Jesús dio una enseñanza fundamental sobre el don de su cuerpo y su sangre, pero ni siquiera sus propios discípulos lograron entenderla bien y menos aceptarla.














Desde este momento, algunos de los que escuchaban a Jesús dejaron de seguirlo (Juan 6, 66) y, por consiguiente, no recibieron nada de él. Los que querían entender y acercarse a Dios recibieron la vida eterna, a pesar de que no podían comprender bien el significado de lo que Jesús decía. Quien tenga su razonamiento dominado por la cultura del mundo suele insistir en entender antes de creer. En cambio, el que le ofrece su mente al Espíritu, cree incluso antes de que pueda entender bien.

Si tratamos de analizar las verdades del Reino de Dios sólo con nuestro intelecto humano, concluiremos que el Evangelio es una tontería (1 Corintios 1, 18). No obstante, si queremos comprender lo que le agrada a Dios, es preciso pedir la iluminación del Espíritu Santo en la oración y la lectura de la Biblia, y buscar su voluntad a diario. No es raro que pensemos que si tuviéramos una mejor educación o fuéramos más inteligentes podríamos hacer lo que Dios quiere, ser “mejores” cristianos y entender más fácilmente su palabra. Frente a esto hemos de recordar lo que Jesús decía: “El Espíritu es el que da la vida; el cuerpo no aprovecha” (Juan 6, 63).

Para que entendamos o aceptemos la manera de pensar de Dios, hay que pedirle al Espíritu Santo que ilumine nuestro intelecto y corazón. El Señor dijo: “Así como el cielo está por encima de la tierra, así también mis ideas y mi manera de actuar están por encima de las de ustedes” (Isaías 55, 9). Todo lo que tenemos en la vida quedó contaminado por la desobediencia de Adán y, por consiguiente, no nos sirve para lograr un conocimiento personal y vivo del Padre. Es sólo mediante el Espíritu Santo que podemos comprender las verdades espirituales. Pidámosle al Señor que nos unja y nos ayude a entender más claramente las verdades de nuestra fe.
“Amado Padre eterno, te ruego que ilumines mi mente para comprender y aceptar tus designios divinos sin poner objeción alguna.”
Josué 24, 1-2. 15-18
Salmo 34(33), 2-3. 16-21
Efesios 5, 21-32
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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