martes, 21 de agosto de 2018

Meditación: Mateo 19, 23-30

Yo les aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los cielos.
Mateo 29, 23

En la antigüedad se entendía que en general Dios bendecía a sus escogidos con la prosperidad material, y que a los malvados les traía la ruina. Por esta razón, seguramente los discípulos deben haberse asombrado cuando Jesús les dijo que las riquezas llevaban consigo ciertos peligros. ¿Acaso la vida acomodada no denotaba amistad con Dios?
















En realidad, para los que sólo confían en su propia capacidad o en sus recursos económicos, entregarse a Dios llega a ser algo tal vez “innecesario” o bien muy difícil. Porque para entregarse de corazón a Jesús hay que estar dispuesto a renunciar a todo lo que sea obstáculo en la relación con el Señor. La acumulación de bienes, el prestigio social o la posición económica e incluso las amistades mundanas deben pasar a segundo plano. Ninguna de estas cosas puede salvarnos. En ciertas ocasiones, los bienes pueden ayudarnos a acercarnos a Dios, pero también pueden alejarnos de él con la misma facilidad. Todo depende de que el Señor sea lo más importante en nuestro corazón.

Los que se dedican de lleno a procurar fortuna, aquellos de los que hablaba Jesús, son los arrogantes de este mundo, los que no confían en nadie sino en sí mismos; los que atribuyen más importancia que nada a sus posesiones y su influencia y esperan la admiración de los demás. Pero en el Sermón de la Montaña, Jesús dijo: “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mateo 5, 3). El Padre quiere que todos sus hijos vivan en comunión con él; reconozcan sus faltas y errores y le pidan perdón por medio de su Hijo Jesucristo; admitan sus debilidades y su ignorancia y confíen en que sólo el Señor puede guiarlos y darles fortaleza.

Jesús nos aconseja que, cuando nos veamos atribulados, no recurramos a nadie más que a Dios. Esto es lo que quiso decir con su afirmación: “Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible.” Así, pues, hermano, pídele a Dios que haga aquello que tú no puedes hacer. Sólo él puede llenarte de su amor. Pídele ayuda para renunciar a tus aspiraciones mundanas, de manera que sólo él sea la fuente de tu alegría y tu progreso espiritual.
“Señor, Salvador mío, ven y purifica mi corazón de todo apego a lo terrenal. Envía tu Espíritu Santo para que tu amor arda en mi corazón y yo ame a Dios por sobre todas las cosas.”
Ezequiel 28, 1-10
(Salmo) Deuteronomio 32, 26-28. 30. 35-36

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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