martes, 12 de marzo de 2019

Meditación: Mateo 6, 7-15

Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. (Mateo 6, 12)

No hay nada más satisfactorio para un fanático del deporte que ver a su equipo esforzarse como grupo para ejecutar una jugada perfecta y meter el gol. Ya sea una jugada doble en béisbol o un gol espectacular en fútbol, es agradable ver que todos los jugadores ponen de su parte para que la jugada sea perfecta.

Pero, ¿qué sucede si tu equipo está plagado de lesiones? La jugada puede salir mal porque los mejores jugadores no pueden participar.

Si pensamos que la Iglesia es como un equipo deportivo, todos los que pertenecemos a ella somos buenos jugadores, y la falta de perdón es una especie de lesión que claramente dificulta nuestra capacidad de cumplir nuestra misión en el mundo. Jesús nos enseña que recibimos su perdón en la misma medida en que nosotros perdonamos a los demás. Si no los perdonamos, bloqueamos la misericordia de Dios, y ésta no puede fluir hacia nosotros, y desde nosotros hacia otras personas. Es decir, el perdón no se trata solo de nosotros, sino de todos los integrantes del equipo y de que se ayuden unos a otros para avanzar juntos hacia la gracia de Dios.

Una forma de aprender a perdonar es ver a largo plazo. En el deporte, cuando te enojas por algo que hace un compañero, pierdes de vista tu objetivo y todo el equipo sufre. No puedes cumplir con tu propio deber ni ayudar a tus compañeros. Pero si ves más allá de tu molestia y te fijas en la meta, te fijarás menos en ti mismo y más en tus compañeros. Te concentrarás más en ganar que en revivir el pasado.

Lo mismo sucede en la vida cristiana. Repasar el pasado una y otra vez no solo nos distrae inútilmente sino que nos convierte en discípulos ineficaces, nos separa de otros y obstaculiza el trabajo de la Iglesia. Necesitamos liberarnos de rencores para poder avanzar hacia nuestra meta: la vida eterna con Jesús.

Ciertamente, el perdón no siempre es sencillo, pero el primer paso es entender que tú y quien te ofendió están en el mismo equipo. Luego, pídele a Dios la gracia para perdonar y decídete a olvidar la ofensa. Cuando renuncias al “derecho” a guardar resentimiento, te liberas tú mismo. Poco a poco, serás capaz de ser más paciente y bondadoso. Tu compañero de equipo experimentará la misericordia de Dios también, y todo el mundo ganará.
“Amado Señor, ayúdame a perdonar más.”
Isaías 55, 10-11
Salmo 34(33), 4-7. 16-19

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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