miércoles, 13 de marzo de 2019

Meditación: Salmo 51(50), 3-4. 12-13. 18-19

Un corazón quebrantado y humillado, tú Dios mío, no lo desprecias. (Salmo 51(50), 19)

¿Cuándo fue la última vez que tuviste que admitir tus errores frente a otra persona? Meditar en cómo tuviste que reconocer que te habías equivocado y explicarlo a otra persona es una forma de entender el salmo de hoy. En él leemos acerca del arrepentimiento del rey David después de que el profeta Natán lo confrontó por sus pecados de adulterio y asesinato. David fue sorprendido en sus mentiras y cometiendo violencia en contra de otros, y tuvo que asumir las consecuencias.

¿Cómo respondió el rey? Con una combinación de arrepentimiento de corazón y una profunda confianza en la misericordia de Dios. David confió en que el Señor no rechazaría “un corazón quebrantado y humillado” (Salmo 51(50), 19).

Hermano, ¿cómo reaccionas tú cuando debes reconocer tus pecados y errores? Es muy tentador ponerse a la defensiva y tratar de culpar a los demás: Es tu culpa, ¡no la mía! O tal vez eres de los que exagera su culpa: ¿Cómo puedo haber hecho eso, otra vez? ¿Venceré este pecado alguna vez?

Dios no quiere que vayamos en ninguna de esas direcciones. Más bien, quiere que nos volvamos a él, como lo hizo David y nos promete que no nos alejará de su presencia. Dios no nos acusa ni nos condena, sino que nos recibe, nos perdona y nos abraza. Es igual a la escena que nos describe la parábola del hijo pródigo: el padre está esperando con gran ilusión el regreso de su hijo menor. Cuando el hijo llega a casa, comienza a decirle: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”, pero antes de que pueda terminar siquiera la primera frase, su padre lo estrecha entre sus brazos.

La próxima vez que te des cuenta de que quieres justificar tus acciones, deja tu orgullo de lado y corre hacia tu Padre. No permitas que la culpa te abrume, pero tampoco trates de culpar a otro ni de justificarte. Simplemente dile a Dios: “Padre, sé que he pecado y me arrepiento. Te pido perdón.” Recuerda que Dios se deleita cuando le pides perdón, no porque quiera condenarte ni hacerte sentir más culpable, sino porque está dispuesto a perdonarte y estrecharte en sus brazos. Él nunca te alejará de su presencia.
“Gracias, Padre, porque sé que me perdonas y me abrazas con tu misericordia. Lléname de tu gracia, Señor, para acudir a ti cada vez que tropiece y caiga.”
Jonás 3, 1-10
Lucas 11, 29-32
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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