martes, 10 de diciembre de 2019

COMPRENDIENDO LA PALABRA 101219


"Vuestro Padre que está en los cielos no quiere que ni uno de estos pequeños se pierda"

Tú, Señor, me sacaste de la sangre de mi padre, tú me formaste en el seno de mi madre (Sal 138,13). Tú me hiciste salir a la luz, desnudo como todos los niños, ya que las leyes de la naturaleza que rigen nuestra vida obedecen constantemente a tu voluntad. Tú, con la bendición del Espíritu Santo preparaste mi creación y mi existencia, no por voluntad del hombre, ni por el deseo carnal (Jn 1,13), sino por tu gracia inefable. Preparaste mi nacimiento con una preparación que supera las leyes naturales. Me sacaste a la luz adoptándome como hijo (Gal 4,5) y me alistaste entre los hijos de tu Iglesia santa e inmaculada.

Tú me alimentaste con una leche espiritual, la leche de tus palabras divinas. Me sustentaste con el sólido alimento del cuerpo de Jesucristo, nuestro Dios, tu santo Unigénito, y me embriagaste con el cáliz divino, el de su sangre vivificante, que derramó por la salvación de todo el mundo.

Porque tú, Señor, nos amaste y pusiste en nuestro lugar a tu único Hijo amado, para nuestra redención, que él aceptó voluntaria y libremente (…). A tal extremo, oh Cristo, mi Dios, has descendido. Para cargarme a mí, oveja descarriada sobre tus hombros (Lc 15,5), apacentarme en verdes praderas (Sal 22,2). Y nutrirme con las aguas de la sana doctrina por medio de tus pastores, los cuales apacentados por ti, apacientan a su vez a tu eximia y elegida grey.


San Juan Damasceno (c. 675-749)
monje, teólogo, doctor de la Iglesia
De la declaración de la fe, cap. I; PG 95, 417- 419; (Liturgia de las Horas I, CEA, Barcelona, Regina, 1983; 04/12)

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