martes, 10 de diciembre de 2019

Meditación: Mateo 18, 12-14

El Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños (Mateo 18, 14)

El pastor de la parábola de hoy estaba tan dedicado a cuidar sus rebaños que no escatimaba sacrificio alguno para rescatar a las ovejas que se descarriaban, y cuando encontró a la que se le había perdido, se alegró sobremanera.

Los profetas del Antiguo Testamento solían comparar al Señor con un pastor, por la manera en que Dios cuidaba a Israel: “Como pastor apacentará su rebaño; llevará en sus brazos a los corderitos recién nacidos y atenderá solícito a sus madres” (Isaías 40, 11). Jesús también se identificó con este “buen pastor” (Juan 10, 11) que sale a buscar a las ovejas perdidas (Lucas 15, 4-5). San Gregorio Magno decía que Jesús incluso “se puso al cordero sobre los hombros porque, al tomar naturaleza humana, llevó nuestros pecados sobre sus espaldas.”

Esto es lo que verdaderamente implica ser pastor: Jesús tomó sobre sí mismo las maldades de todos nosotros, no solo de los que trataban de ser buenos, ni del pequeño grupo de gente religiosa y devota, sino de todos. Es decir, no rechazaba a los pecadores ni evitaba a aquellos que eran despreciados por la gente “respetable” de sus días. Por el contrario, hacía lo posible por guiarlos al camino recto, para que cambiaran de vida.

Recordemos a Zaqueo, el corrupto cobrador de impuestos de pequeña estatura, a la mujer sorprendida en adulterio y al ladrón crucificado al lado de Cristo. Jesús nos pide que procuremos llevar el mensaje a todos y también a gente como ésta; que bendigamos a todos los que encontremos, intercedamos por ellos y estemos dispuestos a demostrarles la compasión del Señor. Especialmente en esta época de Adviento y de Navidad, en la que seguramente participaremos en festivas reuniones familiares, con vecinos o en el trabajo, habrá sin duda numerosas oportunidades para tratar con personas de distintos valores y estilos de vida. Tengamos cuidado de no juzgar, sino más bien procuremos mostrarnos tolerantes, bondadosos y alternar con todos de buen corazón. Pidámosle a Jesús que nos indique quiénes son o dónde están las ovejas perdidas. Cuando salgamos a buscarlas, el Señor nos dará su propio corazón a cambio del nuestro.
“Gracias, Señor, por cuidarnos a todos los que fácilmente nos extraviamos y nos desorientamos. Rescata a todas tus ovejas perdidas, para que nadie se separe de ti y muchos más sean los que se añadan a tu rebaño.”
Isaías 40, 1-11
Salmo 96 (95), 1-3. 10-13
fuente Devocionario católico La Palabra con nosotros

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