domingo, 15 de diciembre de 2019

COMPRENDIENDO LA PALABRA 151219


Juan el Bautista, precursor de Cristo tanto en la muerte como en la vida

¿Por qué Juan el Bautista desde la prisión envía a sus discípulos a preguntar: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”, como si no conociera a aquel que había presentado? (...) Esta pregunta pronto encuentra su respuesta si se examina en qué momento y en qué orden se desarrollaron los hechos. En las riberas del Jordán, Juan había afirmado que Jesús era el Redentor del mundo (Jn 1,29). Una vez encarcelado, pregunta sin embargo, si es él el que tiene que venir. No es que dudara que Jesús fuera el Redentor del mundo. Si no que quiere saber si aquél que había venido al mundo en persona, descenderá también en persona a la prisión donde residen los muertos. Porque el que como su precursor Juan ha anunciado al mundo, como su precursor lo precederá también en la región de los muertos. Como si dijera claramente: “De la misma manera que te has dignado nacer para los hombres, haznos saber si te dignarás también morir por ellos. De forma que, precursor de tu nacimiento, yo lo sea también de tu muerte. Y anuncie a la región de los muertos que vendrás, tal como he anunciado al mundo que ya has venido”.

Es por eso que la respuesta del Señor, habla del abajamiento de su muerte inmediatamente después de haber enumerado los milagros realizados por su poder: “Los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!” (Mt 11,4-6). A la vista de tantos milagros y tan grandes prodigios, nadie tenía que tropezar, sino más bien que admirar. Sin embargo, aún después de tantos milagros, los que no creyeron en él consideraron una ocasión grave de escándalo, cuando lo vieron morir. De aquí la palabra de san Pablo: “Nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura para los paganos” (1Cor 1,23). (…) Así pues, cuando el Señor dice “Feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo”, ¿no se refiere claramente a la abyección y abajamiento de su muerte? Es como si dijera abiertamente: “Es verdad que hago cosas admirables, pero por ello no rechazo el sufrir cosas ignominiosas. Puesto que muriendo voy a seguir a Juan el Bautista, que los hombres, que veneran en mí los milagros, se guarden bien de despreciar en mí a la muerte”.


San Gregorio Magno (c. 540-604)
papa y doctor de la Iglesia
Homilías sobre el Evangelio, 6 (Trad. sc©Evangelizo.org)

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