David, cuando fue ungido, era el último de los hermanos, a quien ni siquiera el mismo Samuel reconoció.
Samuel quería ungir al hijo mayor pues era el más simpático y fuerte, pero Dios le dijo:
“No, Samuel, anda despacio porque los hombres ven la aparencia pero yo veo el corazón.”
Samuel tuvo que aprender. No fue ninguno de aquellos hermanos que el Señor escogió, sino el último, el que ni imaginaba que existía, Dios mandó ungir. Tal vez seas un vaso pequeño como David, pero es contigo que el Todopoderoso quiere obrar.
Él te puede transformar.
¡Dios te bendiga!
Monseñor Jonas Abib
fuente Portal Canción Nueva
Monseñor Jonas Abib
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