viernes, 26 de junio de 2015

TU REINO ENTRE NOSOTROS

Jesús extendió la mano y lo tocó, diciéndole: “Sí quiero, queda curado”Mateo 8, 2-3
El Señor hizo muchísimos milagros y portentos que eran señales poderosas de que él actuaba con la fuerza de Dios, para que cuantos las vieran creyeran en él y en su palabra y se salvaran.

La lepra es una enfermedad contagiosa cuando el paciente no recibe oportunamente el tratamiento debido. En la antigüedad, los leprosos sufrían el horror de esta enfermedad incurable, y la humillación de ser condenados a vivir completamente marginados de las comunidades. ¡Cuánto debe haberse alegrado el leproso de este Evangelio cuando creyó que Jesús podía curarlo!

Una chispa de fe brotó en su corazón cuando se arrodilló a los pies de Cristo, reconociendo así que Jesús era digno de gran honor y respeto. Abatido por el continuo sufrimiento que padecía, pidió tímidamente: “Señor, si quieres, puedes curarme.” La respuesta de Jesús puso de relieve el gran amor de Dios a su pueblo: Estiró la mano, lo tocó y el leproso sanó instantáneamente.

En el Evangelio se ve claramente que “la lepra” es también una alusión al pecado, que contagia, corrompe y destruye el alma humana. En tal sentido, todos tenemos algo de “leprosos.” Por eso, cuando llega el momento del arrepentimiento, el momento de la confesión sacramental, es preciso deshacerse del pasado, de las lacras que infectan nuestro Cuerpo y nuestra alma. No lo dudemos: pedir perdón es un gran momento de iniciación cristiana, porque es cuando se nos quita la venda de los ojos.

Lo bueno es que el amor y la misericordia del Señor son eternos, y él continúa haciendo curaciones milagrosas entre su pueblo, como lo atestiguan miles y miles de personas que se han sanado en santuarios marianos, misas de sanación, o incluso recibiendo la Sagrada Eucaristía. Como dice la Escritura, “Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hebreos 13, 8) y él sigue demostrando su amor, su compasión y su deseo de salvar a todo su pueblo en cuerpo y alma, y lo hace sin reprocharnos nada. Lo único que nos pide es que nos mantengamos unidos a él por la fe y los sacramentos.
Te doy gracias, Padre santo por la obra sanadora de tu Hijo Jesús, que me demuestra que tu Reino está presente en medio de nosotros. Abre mis ojos, Señor, para que yo pueda ver lo que tú quieres enseñarme.”
fuente Devocionario Católico La Palabra entre nosotros 

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