Nicolás Caballero, cmf.
Desde que el Concilio Vaticano II enumeró los ámbitos de nuestra educación cristiana, -coinciden con los ámbitos de nuestra salvación-, la manera de entender y conducir la pedagogía hacia la interioridad, ha de cambiar. Por lo que parece, a simple vista, es que hay ‘formadores’ que no entienden bien algo de lo que tanto hablan. Se trata -dicen- de una pedagogía integradora... (GS 3).
En la visión espiritual, y hasta los años setenta, fue ‘normal’ la visión negativa del cuerpo, por influencia del neoplatonismo; éste reducía el cuerpo, no a un ámbito donde el alma vive, sino donde el alma está encarcelada.
Muchos han vivido la corporalidad como un peso, una barrera, no como una gracia y lugar de ‘encarnación’ de Dios donde es posible la verdad interior que salta a la cara (2 Co 3,18). Algo más conscientes, después del concilio, se ha intentado recuperar el cuerpo aunque con talante alarmantemente trivial. Hay que ‘relajar1 el cuerpo... Y veo que nunca han entendido qué es ‘relajarse’ ni siquiera esa bella, aunque primera aproximación a sí mismos... El cuerpo sigue siendo algo ajeno a la salvación, ajeno a la verdad indecible de un rostro que refleje el de Dios....
Suena trivial la respuesta de Buda a la pregunta de por dónde comenzar la pedagogía de la interioridad. ‘Comienza por tu cuerpo’ -dijo-; y por la fe... Dios sí comenzó respirando al modo humano, aunque no lo entendemos bien...
Se hizo carne... Lo creemos, aunque ‘la came’ es lo último que descubre quien ela bora su relación de amor con Dios. Descubrirlo es arte, es gracia, es 'salvación'. Si Buda decía que comenzáramos 'por el cuerpo', detallaba a reglón seguido: 'comienza por la respiración’.
Acabo de leer -y lo creo- que nuestro cuerpo está soportando todos los venenos que no eliminamos, elaborados por nuestra alma vacía, nuestra ansiedad ya crónica y nuestro desesperante activismo. ¡Será posible que podemos comenzar por modificar nuestro ‘ruah’, esa especie de palabra corporal nuestra, tan esencial a nuestro propósito interior.
Nacidos en el aire de Dios, no hemos sabido seguir... respirando. Y tenemos nuestra particular herejía de cada día: ‘No tengo tiempo ni para respirar. ..’.Y creemos que eso nos excusa... Dios se hizo carne para enseñarte a respirar... en Dios (Ruah...) Sé que muchos, aun espirituales’, seguirán ignorando el cuerpo como ‘lugar’ de encuentro con Dios.
publicado por Ciudad Redonda
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