La vida pública de Jesús había comenzado. ¡Nadie había visto jamás algo semejante!
La gente se maravillaba: “¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta? Este hombre tiene autoridad para mandar hasta a los espíritus inmundos y lo obedecen.” Jesús hablaba con poder y autoridad: llegaba al corazón de las personas y delante de todos expulsaba a los espíritus inmundos. Cuantos presenciaban estas cosas quedaban asombrados; no eran meros sermones, sino hechos concretos que convencían “por medio del Espíritu y del poder de Dios” (1 Corintios 2, 4).
El intelecto humano está plenamente capacitado para analizar cada una de las verdades del Evangelio, y así debe ser, para que no nos sintamos confundidos ni seamos engañados por el Maligno. Pero hay algo todavía más importante, algo más poderoso que está a nuestro alcance: El Señor vino a comunicarnos la verdad que es capaz de librarnos de las ataduras del pecado (Juan 8, 32), y lo hizo con palabras dotadas de una fuerza que nos convence, nos consuela, nos sana y hasta nos libra del mal. Sus palabras abarcan todo el entendimiento humano, pero no quedan limitadas por ese entendimiento.
¿Conoces tú, querido lector, la verdad del Evangelio al punto de poder experimentar la gracia de Dios y verte libre de tus ataduras? ¿Experimentas libertad, gozo y una relación personal y directa con Cristo al escuchar la proclamación de su Palabra en la Santa Misa, al leer la Escritura o al hacer oración personal? Esta es la herencia que tenemos como hijos e hijas de Dios. Cuando experimentamos el amor divino, del corazón brota el deseo de someternos por completo a la Palabra del Señor.
Jesús está esperando que lo invitemos a hacer su morada en nuestro corazón, el centro mismo del ser humano, allí donde tomamos las decisiones y nos encontramos con Dios; allí es donde el Señor nos manifiesta su amor tierno y poderoso. El corazón es, en efecto, una expresión figurada que indica el centro más profundo del espíritu humano, donde residen sus sentimientos y emociones. Recibamos, pues, a Jesús con el corazón abierto de par en par, para que su poder nos transforme radicalmente.
“Señor mío Jesucristo, te invito a entrar en lo más recóndito de mi ser para que me unas a tu Sagrado Corazón con lazos de amor. Líbrame, Señor, de todo mal y enséñame a vivir dedicado exclusivamente a ti.”
1 Samuel 1, 9-20
(Salmo) 1 Samuel 2, 1. 4-8
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