viernes, 12 de enero de 2018

Meditación: Marcos 2, 1-12

Este conmovedor pasaje relata cómo Jesús sanó al paralítico que sus amigos le llevaron. 

Es el primero de cinco relatos de este tipo que aparecen en el Evangelio según San Marcos (2, 1 — 3, 6), relatos que ponen de relieve la oposición de las autoridades religiosas a la revelación de la identidad de Jesús. Los escribas y los fariseos, aferrados a sus propio legalismo, se negaron a reconocer la compasión y el amor de Dios en Cristo y por eso se privaron de experimentarlos.

Hay varios puntos de conflicto que surgieron entre Jesús y los jefes religiosos durante el curso de la curación. El primero sucedió cuando Jesús declaró que los pecados del hombre quedaban perdonados (Marcos 2, 5). Los judíos sabían que el poder de perdonar los pecados era potestad exclusiva de Dios (Éxodo 34, 6-7; Isaías 43, 25). Posteriormente, Jesús se presentó como “Hijo del hombre” con autoridad para perdonar los pecados. Los judíos de ese tiempo entendían que la frase bíblica “el Hijo del hombre” (Daniel 7, 13-14) se refería al Mesías, que vendría a inaugurar el Reino de Dios. Jesús se identificó claramente con esta figura mesiánica, para comenzar a revelar su identidad y preparar al pueblo para la obra que realizaría mediante su pasión, su muerte y su resurrección.

La respuesta de la gente ante la curación fue totalmente distinta al rechazo de los escribas: La multitud se maravillaba y glorificaba a Dios diciendo “Nunca hemos visto una cosa así” (Marcos 2, 12) y muchos se hicieron discípulos del Señor.

¿Por qué pudo la gente común reconocer a Cristo mientras los jefes religiosos optaban por negarse a aceptar esta revelación? La respuesta es que el pueblo en general tenía más humildad y fe, como lo demostraron el paralítico y sus amigos. San Hilario, en su tratado sobre la Santísima Trinidad, declaró: “La mente humana tiene que tener fe por haber recibido el don del Espíritu Santo; de otro modo, aunque Dios está ahí para ser entendido, no tiene la luz necesaria para conocerlo”. Aun cuando el poder y la misericordia de Cristo eran manifestaciones claras para los que tenían fe, la incredulidad y la dureza de corazón cegaba los ojos de los jefes religiosos.
“Señor, por el poder de tu Espíritu Santo, abre nuestros ojos para ver más claramente la verdad. Cúranos de los antiguos prejuicios que limitan nuestro entendimiento acerca de tu plan de salvación.”
1 Samuel 8, 4-7. 10-22
Salmo 89(88), 16-19
Fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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