sábado, 10 de febrero de 2018

Meditación: Marcos 8, 1-10

La gente comió hasta quedar satisfecha
(Marcos 8, 8).

Hay personas que son particularmente generosas y que siempre están dando algo de sí mismas, ya sea compartiendo su tiempo, haciendo una donación grande o dando regalos magníficos. Dios es como esas personas, solo que en una escala infinitamente más grande.

En el Evangelio de hoy, por ejemplo, el Señor no se limitó a darles un poquito de comer a unas pocas personas, sino que alimentó a cuatro mil seguidores hasta que todos quedaron satisfechos. ¡Qué espléndida abundancia! Pero más aún, justo antes de realizar este milagro, Jesús libera a una joven atormentada por un demonio y cura a un sordo y tartamudo. ¡Los dos eran extranjeros, es decir, considerados indignos de la gracia de Dios! Pero Cristo demostró que la generosidad de Dios supera todas las fronteras, incluso entre judíos y gentiles. Más tarde, se dio el tiempo suficiente para orar dos veces por un ciego, para asegurarse de que éste recuperara la vista y viera claramente.

En sus parábolas, Jesús también presentó a Dios como un Padre generoso en extremo: por ejemplo, el padre del hijo pródigo, o el rey que perdona una deuda equivalente a millones de dólares, o el patrón que paga el salario de todo un día por apenas una hora de trabajo. Y por si eso fuera poco, podemos recordar su acto más generoso de todos: el de Jesús, que dio su vida por nosotros en la cruz. ¡Esa sí que es generosidad!

Pero pese a todos estos casos, todavía no nos convencemos de la bondad de nuestro Padre celestial: “Mira cuántas veces he fallado. Dios nunca estaría contento conmigo. Para qué pedirle perdón o ayuda, de todas maneras no lo merezco.” Pareciera que estamos predispuestos para pensar así, y se nos tiene que recordar una y otra vez que simplemente eso no es cierto.

Hoy, en tu oración, imagínate que tú eres uno de los cuatro mil y Jesús los mira a todos con compasión; imagínate que se acerca a ti y te mira a los ojos. ¡Cristo te ama muchísimo! Lo que más quiere es convencerte de que tú tienes un padre muy generoso en el cielo. Estás en un lugar maravilloso y lo puedes experimentar día tras día. ¡Nuestro Dios es cariñoso y generoso en extremo! Así pues, ahora que el Señor te está mirando, no seas tímido, pídele perdón por tus faltas y suplícale que te conceda aquello que con sinceridad crees que necesitas.
“Padre amado, te doy gracias por prodigarme tu inmensa generosidad, aunque no la merezco. ¡Señor, en ti confío!”
1 Reyes 12, 26-32; 13, 33-34
Salmo 106(105), 6-7. 19-22
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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