viernes, 2 de febrero de 2018

PASOS PARA UNA SANACIÓN INTERIOR PROFUNDA

PASOS PARA UNA SANACIÓN INTERIOR PROFUNDA


¡Cuántos problemas y sufrimientos entraron en nuestras vidas por medio de una tristeza o dolor! Muchos de nosotros nos sentimos marcados y continuamos padeciendo por causa de heridas de nuestro pasado. Existen dolencias en el cuerpo que surgen en razón de problemas emocionales: dolores de cabeza, úlceras, gastritis, problemas de columna, insomnio, etc. ¿Quien puede negar las innumerables perturbaciones psicológicas causadas por el desamor y otras heridas del alma?! Son muchas las personas sumergidas en tristeza, soledad, miedo, depresión, desentendimientos, confusión mental, vicios, etc. Debemos mucho de nuestra fragilidad espiritual a cuestiones no resueltas de nuestra historia.

Jesús puede curarnos de esas heridas emocionales. La oración de sanación interior es un medio precioso por el cual El nos restaura. ¿Con que fuerza Dios nos sana? ¿Qué es esa fuerza restauradora del Espíritu Santo? San Mateo revela ese secreto con gran profundidad: “El asumió nuestros dolores y cargó con nuestras enfermedades” (Mateo 8,17) La fuerza de sanación de Jesús esta en su capacidad de sufrir. El nos sana cargando nuestras dolencias. En sus heridas encontramos el remedio a nuestras heridas.

La sanación es la restauración de la amistad con Dios y de todo equilibrio destruido. Es volver a vivir de verdad, para que el alma y el cuerpo hagan las paces entre sí, de modo que las relaciones tóxicas que dejaban a la persona enferma sean curadas.

Jesús sana a los enfermos colocándolos en la presencia amiga de Dios y otorga a cada uno, por medio de su Palabra y de su toque amoroso, la fuerza del Espíritu Santo.

Después de haber conducido un momento de oración en la red nacional de TV, me encontré con una señora acompañada de su marido a la salida de los estudios. Ella sufría desde muchos años serios problemas estomacales y un asma crónica. No importaba con qué médicos y remedios se tratase, no conseguía obtener ninguna mejoría. 

Cierto día, mientras acompañaba la oración por la televisión, escuchó un pasaje de la Sagrada Escritura que la tocó profundamente. Fue una experiencia tan intensa que llego a creer que sus pies se habían levantado del mismo suelo. Un sentimiento de inmenso amor y fecundo perdón la inundó completamente. Pudo entonces perdonar a la madre por todas las experiencias de desamor que le causó en el correr de la vida. 

Desde muy pequeña oía que su madre le decía que no gustaba de ella, que no la quería, que ella había sido un error y que jamás sería amada. “Fue así la vida entera”, me contó. Pero en aquellos últimos meses, su madre, ya anciana, con mas de ochenta años, la llamó para conversar y le dijo: “Ya estamos viejas y usted todavía intenta agradarme!” ¿Qué tengo que hacer para que entienda que ni si viviésemos quinientos años, aún así yo no la amaría? ¡Nunca me gustó y nunca me va a gustar usted!” Aquella última conversación la había herido todavía más profundamente y por eso estaba atormentada y con gran tristeza. Pero la Palabra de Dios tocó la raíz de ese mal en su corazón y convirtió toda amargura en perdón y compasión.

El Espíritu Santo la iluminó y le hizo comprender que no dependía de la aceptación de su madre para ser una persona buena y vivir feliz. Y, al perdonar a la madre, quedó curada. Buscó nuevamente a los médicos, y ellos comprobaron que ya no estaba con los habituales problemas de estómago, ni tampoco volvió a tener crisis de asma.

Por medio de su Palabra, de su Espíritu y de la oración de sanación interior, Jesús va al centro de nuestros males para que sean curados. Con la diferencia de que El puede hacer, por nosotros, lo que ningún otro ser humano es capaz de realizar, mucho menos en tan poco tiempo y con tanta perfección: “El cura los corazones atribulados y venda sus heridas” (Salmo 147,3)

Para dejar actuar la mano de Dios en nuestro favor es necesario perdonar. Dios derrama sobre nosotros un océano de misericordia, pero su gracia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos hirieron. Si me niego a perdonar a quien me hirió, mi corazón se cierra, se vuelve duro y queda impermeable al amor misericordioso del Padre. Cuando reconozco que soy pecador y me decido a perdonar a quien me hirió, mi corazón se abre para que el Espíritu Santo pueda operar en él.

Una antigua oración litúrgica muestra que tenemos la necesidad de ser liberados de los males del pasado para no vivir atormentados: “Lïbranos de todos los males, oh Padre, los pasados, presentes y futuros, y por la intercesión de la Bienaventurada y gloriosa siempre Virgen María, de tus apóstoles, San Pedro y todos los Santos, danos propicio la paz en nuestros días, para que, por tu misericordia, seamos siempre libres del pecado y preservados de toda perturbación”. Dios es aquel que puede ir al fondo de nuestras aflicciones para librarnos, curarnos y protegernos. él es el Señor también del tiempo y puede desatar las cadenas del pasado que todavía nos esclavizan. Por medio del perdón y de la sanación, Jesús nos libera de los males pasados, presentes y futuros porque El es el mismo ayer, hoy y siempre.

¿Qué necesita a oración de sanación interior para ser eficaz? ¿Cómo es que se puede cooperar a fin de que esa sanación sea verdadera y profunda? Para experimentar la sanación interior, necesitamos:


1) PEDIRLA A DIOS. 

“¡Señor, sana mi corazón! ¡Yo necesito y quiero ser restaurado por ti!” Quien necesita de sanación interior debe pedirla al Señor. Como explica San Agustín, existen ciertas gracias que Dios concede sin nuestra cooperación, como por ejemplo, el comienzo de la fe, la conversión, etc. Pero existen otras, indispensables para que seamos restaurados y permanezcamos firmes, que solo las reciben aquellos que la piden. Pedir es abrir el corazón y cooperar con la gracia de Dios y participar activamente.


2) Sumergirnos en la misericordia divina.

“Jesús, yo me abandono en tus manos, me lanzo en el mar de tu amor con todas mis heridas y perturbaciones. ¡Te entrego todo a ti sin nada retener, para que todo en mí sea bañado por el agua viva de tu Espíritu!” Sumergir en el amor de Dios todo aquello que nos hirió significa colocarnos en las manos del Señor con confianza total, como quien se abandona en las aguas del océano de su salvación, suplicando que El sane aquello que duele y nos atormenta -tanto las cosas de las cuales nos acordamos como cualquier otro mal cuya raíz desconocemos completamente. Muchos son aquellos que se sienten renovados al hacer eso, pues el corazón comienza a sanar cuando descubrimos que somos amados por Dios, que El nos acepta con amor, y nos oye sin juzgarnos

Algunas heridas y dolencias son tratadas con baños de mar. La persona entra en sus aguas cicatrizantes y antisépticas, ricas en tantos elementos químicos que van penetrando en su cuerpo y trayendo beneficios en el combate de la artritis, osteoporosis, reumatismo, etc. De modo semejante, el océano del amor misericordioso de Dios sana las heridas de nuestro corazón si en el nos abandonamos. Si sumergimos enteramente nuestro ser, presentando al Señor las profundidades de nuestro corazón y pidiéndole que lave especialmente las áreas más doloridas y deterioradas en el río de Agua Viva de su Espíritu Santo, él irá envolviéndonos, penetrando y curando.

Sumergirse en el océano de la misericordia de Dios es lo mismo que, por la oración, lanzarse en los brazos amorosos del Salvador. Podemos hacer eso, imaginando a Jesús vivo, resucitado, en frente nuestro, de brazos abiertos, dispuestos a recibirnos. Y entonces, con alegría y mucha confianza, contarle todo lo que nos oprime.

A quien acepta caminar ese camino, el Señor le da su Palabra:

“Yo he visto sus caminos, pero lo sanaré, lo guiaré y lo colmaré de consuelos; y de los labios de los que están de duelo, haré brotar la acción de gracias. ¡Paz al que está lejos, paz al que está cerca! Yo lo sanaré, dice el Señor.” (Isaías 57, 18-19)

3) PURIFICAR EL PASADO

“Señor, te entrego estos recuerdos dolorosos para que sean sanados por ti. Perdono a esa persona que me perjudicó. Y me libero de ese mal. No quiero mas vivir en función de ese dolor. ¡Gracias, Jesús, porque en tus manos esos sufrimientos se vuelven para mi bien!”.

Guardar recuerdos llenos de dolor y de aflicción envenenan nuestro día a día, nos arranca la paz, disminuye nuestro amor propio y afecta hasta la relación que tenemos con Dios. Por esa razón, el Espíritu Santo nos sana, comenzando por los recuerdos acumulados, pues todo lo que está depositado en nuestro interior nos afecta directamente.

Para purificar nuestro pasado debemos pedir a Dios ir junto con El al momento en que aquella herida se abrió. Entonces, con fe y humildad, pedimos al Espíritu Santo que repase con nosotros la historia de nuestra vida hasta que se revele el momento en que aquel sufrimiento tuvo inicio. Son heridas que nacen por medio de agresiones sufridas, injusticias, humillaciones, peleas maternas, desprecio, miedos profundos, abandonos, etc. Es desde aquí que vamos tomando esas situaciones dolorosas una a una y las vamos sumergiendo en la Sangre de Cristo y en su amor redentor. Seguidamente, allí, en presencia de Jesús asumimos autoridad sobre aquella situación y, en nombre de Cristo, liberamos el perdón para recibir la sanación.

Cuenta el Evangelio que había una piscina milagrosa en Betsaida, donde un ángel descendía de vez en cuando para mover el agua, y el primer enfermo que en ella entraba, después de moverse el agua, quedaba curado de cualquier enfermedad que tuviese (cfr. Jn 5,4). Jesús cura nuestros recuerdos dolorosos cuando los sumergimos confiadamente en el océano de su amor y hace por nosotros mas de lo que esa piscina hacia en favor de aquellos enfermos.

Cuando rezamos por nosotros mismos podemos, con la autoridad del Señor, en nombre de Cristo, por el poder de sus llagas que curan nuestras llagas, tomar posesión de esa sanación interior: “Yo me libero, en nombre de Jesús de los miedos, de la tristeza, del sentimiento de impotencia, de las peleas, etc. que fueron causadas por esas experiencias pasadas” O, si oramos por otras personas, podemos con él ordenar que sean curadas tales enfermedades: “Yo libero, en nombre de Cristo, y ordeno que salgan de su vida el odio, el rencor, el miedo, el dolor, la perturbación o sentimiento de venganza, etc. que por causa de ese acontecimiento lo oprimían!”. 

4) ENCONTRAR EL ORÍGEN DEL DOLOR.

“Busquen y encontrarán” (Lc 11,9) “Señor, vuelve conmigo a mi historia y muéstrame el momento en que ese mal me tocó y ese sufrimiento comenzó. Muéstrame cuál es la raíz de ese problema que tanto me angustia. Jesús, ayúdame a perdonar. Jesús, llena con tu amor el vacío que quedó!” El problema siempre vuelve cuando no es arrancado de raíz. Es necesario ir a lo que está causando el mal. Lo que hace doler a nuestro corazón y nos hace necesitar de la sanación interior es el agujero afectivo que queda cuando no somos amados o recibimos un amor distorsionado y enfermo. El sufrimiento causado por falta de amor o por un amor corrompido por los celos, por el deseo de dominación, por la sobreprotección, etc. es curado con experiencias buenas, saludables y generosas de verdadero amor.

Es importante encontrar esos vacíos a fin de permitir al Señor llenarlo con su amor abundante, curar las heridas emocionales y espirituales que fueron generados y terminar con sus efectos destructivos. Por lo tanto, vale la pena preguntarse a sí mismo o a la persona por la cual oramos: ¿hace cuánto tiempo te sientes de ese modo? ¿recuerdas lo que aconteció en aquella situación? ¿qué tipo de recuerdos vuelven y traen esos sentimientos? Podemos también pedir al Señor que nos revele en oración por el don de la palabra de ciencia la causa del problema, como en el siguiente testimonio lo vemos:

Había una joven que sufría de un mal llamado terrores nocturnos Al car la tarde, ella comenzaba a gritar, a llorar, a gemir hasta que el sol volvía a despuntar. Su familia no tenía paz y ella no tenía vida. Se arrastraba tristemente de un día al otro. Sus padres tenían dinero y le pagaron los mejores tratamientos, pero ella no tenía mejoría. 

Entonces su abuelo, ya cansado de verla de ese modo, la llevó a que alguien de un grupo de oración orase por ella. Cuando entro en la sala con su nieta, una de las personas allí presentes fue tomada por un pensamiento muy fuerte, algo como una imaginación. Y contó a la joven bajo la forma de una pregunta: ¿la imagen de unos barcos encallados te dice alguna cosa a ti?” Y le describió los detalles de los cayos, y el número de los navíos y como eran.

Impactada con la imagen descrita, la joven comenzó a llorar y a suplicar que no lo contasen a sus padres. Pero ¿contarles qué? Fue entonces que reveló que a los catorce años de edad vivieron algunos meses en aquel lugar cuya imagen fue descrita con pormenores. Y allá un marinero la había seducido y violado varias veces. Consiguió mantenerla callada por medio de chantajes. En ese tiempo, ella se embarazó y él la condujo a abortar. Poco tiempo después, comenzaron los ataques de terrores nocturnos que se extendieron por más de cuatro años. Nunca contó a nadie lo sucedido. Ni tampoco jamás había percibido la relación entre sus crisis y la violencia que sufrió. Pero Jesús la liberó en aquel día, por medio de la palabra de ciencia y de la oración de sanación interior. La libró de un tormento infernal y ella pudo volver a tener una vida de verdad.

El Señor nos sana profundamente.

Derrama su ternura sobre el punto exacto de nuestro sufrimiento. El nos alcanza precisamente allí donde fuimos heridos. Y con su gracia nos da alivio, al mismo tiempo que mata el mal de raíz, extinguiendo todas sus consecuencias negativas.

5) INSISTIR EN LA ORACIÓN

Es necesario insistir en la oración y nunca desanimarnos, porque es por medio de ella que Dios sana, da vida y alegría al corazón. Cuando perseveramos en rezar, la primera gracia que alcanzamos es la sanación interior, pues Dios aprovecha para transformar nuestro corazón. Si no permitimos ser conducidos por el Espíritu Santo, caeremos de nuevo heridos bajo los golpes de la tentación. Algunos problemas que enfrentamos, inclusive las enfermedades, pueden ser causadas por odios, envidias, rencores, celos y otros pecados que no podremos vencer sin ayuda de Dios. San Juan Crisóstomo propone un remedio: “Nada se compara en valor a la oración; ella vuelve posible lo que es imposible, fácil lo que es difícil. Es imposible que caiga en pecado el hombre que reza”. En muchos casos, existen resentimientos terribles que están escondidos y es preciso regarlos con mucha oración para que se disuelvan, desprendan y sean eliminados y acontezca el perdón.

Cierta vez, una señora que sufría continuos desmayos vino a una de nuestras reuniones de oración. Contó que no conseguía permanecer dentro de una iglesia, ni rezar sin que cayese en desmayo. Relató que eso tuvo su inicio cuando, al desentenderse con su hijo, pagó a alguien para herirlo.

Desde entonces no conseguía perdonar al joven ni perdonarse a sí misma. El rencor y la tristeza ocuparon su alma. Al oir las prédicas y orar con nosotros, pudo comprender que Dios la amaba y quería darle todo su perdón, pero para recibirlo, ella necesitaba perdonar a su hijo y a si misma. Con visible arrepentimiento y dolor, ella pidió la misericordia del Señor, perdonó y se perdonó. Nunca mas volvió a desmayarse. 

ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO PARA DESHACER LOS NUDOS DE LA VIDA EMOCIONAL.

Señor, ¡inunda mi corazón con Tu Espíritu! Confío plenamente que, a medida que tomas posesión de mi, irás transformando y curando mi vida. Visita, llena lo mas íntimo y secreto de mi alma con tu amor que sana y renueva. Lava y purifica en tu río de agua viva las heridas y los disgustos que acumulé a fin de que no puedan envenenar mis pensamientos ni oprimir mis emociones y mi cuerpo.
Ven, Espíritu de Dios, a desahogar mi corazón. Abandonado en tus manos, puedo llorar mi dolor. Ven a curar mi salud. Siento falta de esa presencia amiga que la muerte llevó (padre, madre, esposo, mujer, hijos, amigos ya fallecidos) Sana este sentimiento de vacío en mi. Hay tantas cosas que necesito sean envueltas en tu amor. Llévame hasta el momento en que este miedo penetró mi alma. Condúceme de vuelta a aquel día en que fui ofendido y pasé a cargar esa herida emocional tan dolorosa y de la que no puedo librarme. ¡Cúbreme con tu amor y cúrame!
Pongo en tus manos también cualquier sentimiento de fracaso. “Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado. Está cerca el que me hace justicia: ¿quién me va a procesar? ¡Comparezcamos todos juntos! ¿Quién será mi adversario en el juicio? ¡Que se acerque hasta mí! Sí, el Señor viene en mi ayuda: ¿quién me va a condenar? (Is 50, 7-9)
Señor, ¡Tú eres mi defensor! Enfrenta conmigo las cuestiones no resueltas de mi historia y que me tientan con sentimientos de derrota. Recorre con tu gracia salvadora todos los años que ya viví, llenándonos con tu bondad y con la visión de que Tu mano jamás me abandonó.
Santo Espíritu de Dios, ¡fluye en mi! Y, a medida que brotes de mi ser, barre de mi todo lo que obstruía mi vida emocional. Amén!

SÚPLICA PARA CURAR LAS HERIDAS DE LOS RECUERDOS.

Algunos piensan que al recibir la sanación interior van a olvidar los episodios infelices que vivieron. No se trata de olvidar, sino de eliminar para siempre el veneno contenido en esos recuerdos. Entonces, aquellos recuerdos que nos causaban dolor y vergüenza pierden el poder de afectarnos Con la sanación interior, la persona deja de sentirse triste y turbada para vivir en paz. Todo se recuerda pero no molesta mas porque se es libre. La persona curada esparce el bien por donde va. Por esa razón, ama y pone fin a todo lo que es malo, cultiva la unión y no la discordia. Es alegre, bondadosa, siente alegría con el bien ajeno y se vuelve una bendición para las personas con las que convive pues vive en paz con todos (cfr. Rom 12, 9-21)
Padre querido, lleno de misericordia y bondad, coloco en tu regazo este hijo que Tú, Señor, tanto amas. Recíbelo en tus brazos amorosos y envuelvelo con Tu Espíritu. Tu sabes lo que el está viviendo y entiendes las experiencias difíciles por las cuales pasó. Tu sabes los sueños que se fueron, las chances perdidas, las oportunidades que le fueron quitadas, lo que él tanto deseaba y no consiguió hacer. Señor, tu estabas a su lado cuando el falló, pecó y sufrió por eso. Tu sabes lo que le hicieron y que tanto lo hirió. Cada espina en el alma, cada humillación, vergüenza y disgusto personales, nada escapa a tus ojos bondadosos.
Señor, tú miras lleno de compasión nuestras luchas y no nos abandonaste, pero nos diste a Tu Hijo Jesús para que nos guie, cure y llene de vida. Te alabo, oh Dios, porque providenciaste nuestra liberación y salvación por la Sangre de Cristo. Lleno de total confianza, te pido que, en nombre de Jesús, por su cruz y por su sangre redentora, envíes ahora Tu Espíritu Santo sobre este nuestro hermano que necesita urgentemente de tu auxilio! Tú, que dijiste a tu pueblo sufrido “Voy a cerrar sus heridas y curarlas, y les proporcionaré abundante felicidad y seguridad” (cfr. Jer 33,6) toca a este tu hijo sanando, curando, desbordando su corazón de felicidad y colocándolo a salvo.
¡Sopla tu Espíritu Santo sobre este hijo amado como soplaste sobre los apóstoles y expulsaste de ellos el miedo llenándolos con tu paz! El maligno no soporta tu presencia, Señor. Donde tu paz acontece, el mal tiene que retirarse. Entonces, entra en este corazón inundándolo con tu luz, con tu unción y con tu amor. Señor, tú eres el único que puedes curar su corazón. Sabemos que siempre atiendes nuestros pedidos cuando son hechos con fe y humildad. Necesitamos de ti hoy. Precisamos de tu gracia ahora Entra en el corazón de este nuestro hermano y conviértelo en un nuevo corazón, lleno de ternura, mansedumbre y bondad.
Señor, tócalo con tu Espíritu, y haz crecer su interior llenándolo de amor, alegría y generosidad. Tu puedes dar a este hermano una vida enteramente nueva, llena de sabor y de saber; una vida feliz vivida a partir de tu presencia y no a partir de marcas negativas del pasado; una vida de paz consigo mismo, con su familia y con todos los que lo rodean. Entonces, ¡atiende este pedido que hacemos!
Gracias, Señor, porque hoy la salvación está entrando en esta casa. Gracias por el milagro de tu amparo que reposa sobre la vida de este tu hijo. Gloria y alabanzas a ti porque tu lo curas, porque lo liberas, porque quiebras las corrientes del mal, del pecado y del vicio que lo amarraban y lo pones en libertad. “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quien temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿Quién me hará temblar? Cuando me asaltan los malvados para devorar mi carne, son ellos, los adversarios y enemigos, que tropiezan y caen. Si contra mi acampa un ejército, mi corazón no teme; aunque estalle contra mi una guerra, no perderé la confianza” (cfr. Salmo 27, 1-3)
Alabado seas, Señor, tú eres la fuerza de tu pueblo, una fortaleza de salvación para los que acogen tu Espíritu. Quien te acoge no será destruido porque tu mismo lo protegerás. 

Gracias, Señor, por renovar nuestro coraje y confianza. ¡Tenemos fe en ti!

¡Gracias porque nuestro corazón está lleno de tu amor y late de alegría! ¡Cuán bueno eres Tú, Señor! ¡Gloria y alabanzas a ti, Señor!

Marcio Mendes,
“Pasos para la sanación y liberación completa” – Editorial Canción Nueva
Adaptación del original en portugués

1 comentario:

  1. Hola muy buena noche,mil gracias por este documento ,me trajo mucha forma para recapacitar a mi vida
    bendiciones

    ResponderEliminar