sábado, 10 de febrero de 2018

RESONAR DE LA PALABRA Evangelio según San Marcos 8,1-10.

Evangelio según San Marcos 8,1-10. 
En esos días, volvió a reunirse una gran multitud, y como no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: "Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. Si los mando en ayunas a sus casas, van a desfallecer en el camino, y algunos han venido de lejos". Los discípulos le preguntaron: "¿Cómo se podría conseguir pan en este lugar desierto para darles de comer?". El les dijo: "¿Cuántos panes tienen ustedes?". Ellos respondieron: "Siete". Entonces él ordenó a la multitud que se sentara en el suelo, después tomó los siete panes, dio gracias, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. Ellos los repartieron entre la multitud. Tenían, además, unos cuantos pescados pequeños, y después de pronunciar la bendición sobre ellos, mandó que también los repartieran. Comieron hasta saciarse y todavía se recogieron siete canastas con lo que había sobrado. Eran unas cuatro mil personas. Luego Jesús los despidió. En seguida subió a la barca con sus discípulos y fue a la región de Dalmanuta. 

RESONAR DE LA PALABRA

José Luis Latorre, misionero claretiano
Queridos hermanos:
Nos cuenta Marcos que Jesús al ver tanta gente junto a sí que no tenía que comer dice: “Me compadezco de esta gente, ya llevan tres días junto a mí y no tienen que comer”. La mirada de Jesús ve al hombre en su necesidad real, material o espiritual. Y esta mirada nacida de la compasión se convierte en gesto, y éste en don para la vida del otro. Ante las situaciones de la gente sencilla Jesús tiene una mirada de compasión que le lleva a hacer suya esa realidad y a actuar para solucionarla. No es una compasión emocional y superficial (¡pobrecito, qué pena!), sino práctica que busca eficazmente una pronta y rápida actuación. La compasión de Jesús es fruto de ese amor a Dios que está en él y que le hace acercarse con sencillez y ternura al más necesitado. Es una compasión que no dilata la solución porque el bienestar de la persona es lo primero. Para Jesús la persona es lo primero de todo y lo más importante, ya que es muy consciente de que la gloria de Dios es que el hombre viva plenamente.
Jesús reparte los panes y los pececillos a través de los discípulos para darles a entender que las necesidades materiales son parte de su misión: la salvación que Dios quiere abarca al hombre entero –cuerpo y alma- y la evangelización a la que están llamados los discípulos debe satisfacer las necesidades espirituales y materiales. Un anuncio de la Palabra sin la práctica de la caridad no trasmita fielmente la enseñanza de Jesús, y una caridad que no nazca de la vivencia de la fe es pura filantropía y humanismo. La caridad cristiana es la concreción en obras de la fe. Santiago dice que una fe sin obras está muerta.
San Agustín tiene este pensamiento: “Dos amores han construido dos ciudades: el amor de Dios impulsado hasta el desprecio de uno mismo, ha construido la ciudad celeste; el amor a uno mismo, impulsado hasta despreciar a Dios, ha construido la ciudad terrena” (La ciudad de Dios XIV, 28). Y en otro libro: “De estos dos amores uno es puro e impuro el otro…Uno se muestra solícito en servir al bien común en vistas a la ciudad celeste, el otro está dispuesto a subordinar incluso el bien común a su propio poder en vistas a una dominación arrogante…Uno quiere para el prójimo lo que quiere para él, el otro quiere someter al otro a sí mismo. Uno gobierna al prójimo para utilidad del prójimo, el otro por su propio interés” (De Genesi ad litteram, XI, 15,20).

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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