martes, 24 de abril de 2018

Meditación: Hechos 11, 19-26

Raquel regresó a la Iglesia después de haberse alejado por unos años. 

Poco a poco comenzó a experimentar el amor de Dios en la oración y en la Escritura, y quiso compartir su experiencia con otros y decirles que el Señor quería bendecirlos y darles una mejor vida. Habló a muchas personas, excepto a su prima Tanya, pues nunca había visto que ésta mostrara interés en lo religioso.




Pero un día Tanya le dijo: “Raquel, te veo mucho más tranquila que antes y tienes más paciencia también. ¿A qué se debe eso?” Sorprendida por la pregunta, Raquel le contó su testimonio de conversión. No fue la presentación más elocuente del Evangelio, pero la semilla quedó plantada. Meses más tarde, Tanya decidió comenzar a ir a la iglesia y a buscar a Dios.

En la primera lectura de hoy vemos que los “chipriotas y cirenenses” esperaban una oportunidad para compartir el Evangelio. Eran cristianos de origen judío pero de habla griega, y nunca habían pensado en predicar a Cristo a los gentiles, y cuando llegaron a Antioquía de Siria dieron el gran paso de llevar la buena noticia a los no judíos. Quizás vieron que aquellos “paganos” tenían hambre espiritual, porque iban a “adorar” en sus propios santuarios, o bien sencillamente el Señor les inspiró a llevar la verdad del Evangelio “hasta los confines de la tierra.” Hasta entonces no habían pensado en evangelizar a los gentiles, pero el Señor siempre quiso que todos llegaran a conocer a Dios y salvarse. Y eso fue lo que sucedió: muchos se convirtieron y abrazaron la fe.

La lección es clara: ¡No debemos descartar a nadie! Por todas partes hay personas que anhelan conocer el amor de Dios, personas tal vez amigos o extraños que encontramos en el mercado o las salas de espera. Así pues, hazte el propósito de ser amable y amistoso tanto cuanto te sea posible, porque tal vez hay muchos otros que quieran conocer al Señor como tú lo conoces. A veces todo lo que se ve es indiferencia u hostilidad, pero puede haber algo mucho más profundo, y mientas más intentes dar testimonio, mejor podrás reconocer cuando se abre una puerta. Pídele al Espíritu Santo que te guíe, inicia la conversación y ve a dónde te lleva.
“Dios mío, Espíritu Santo, enséñame a compartir tu amor con aquellos a quienes yo les pueda hablar, aunque al principio no quieran escuchar.”
Salmo 87(86), 1-7
Juan 10, 22-30

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