lunes, 23 de abril de 2018

Meditación: Juan 10, 1-10

En el mundo los gobiernos hacen muchos esfuerzos para combatir la drogadicción, la corrupción, la pobreza e incluso las guerras, pero en general no elevan la mirada al cielo para aprender a vivir según la verdad, el amor y el perdón que nos enseñó Jesucristo, el estilo de vida que transforma la vida de las personas y los pueblos. 


Jesús es el Buen Pastor que sabe cómo dirigir, consolar y corregir con amor y justicia a sus ovejas y éstas reconocen su voz. Cristo dijo también que él ha venido para que todos tengamos vida y vida en abundancia. ¿No es eso lo que queremos todos? Él es quien tiene la verdadera solución a los problemas del mundo, cualesquiera éstos sean. Es, pues, obvio que necesitamos recibir su sabiduría y seguir sus pasos.

Santo Tomás de Aquino decía: “Es mejor ir cojeando por el camino verdadero que caminar confiadamente por otro. Uno puede cojear por el camino verdadero y aparentemente avanzar muy poco, pero aun así ir acercándose a la meta; en cambio, el constante recorrer por caminos erróneos sólo nos alejan de la meta.” Por ello, nos instaba a permanecer en Cristo y seguir avanzando por el camino que el Señor nos señaló.

En la primera carta de San Pedro se nos enseña cómo podemos seguir los pasos de Cristo: “Cuando lo insultaban, no contestaba con insultos; cuando lo hacían sufrir, no amenazaba” (1 Pedro 2, 23). Nos parece sumamente difícil, casi imposible, llegar a tal punto de negación propia, y lo es si pensamos “Bueno, a partir de hoy haré un mayor esfuerzo”, porque los propósitos de mejorar la conducta rara vez perduran.

Es preciso pedirle al Espíritu Santo que nos revele la voluntad divina para entender qué significa seguir a Jesús y vivir solo para él, algo que es diametralmente contrario a las enseñanzas del mundo. Sin embargo, cuando invitamos a Cristo a ser el centro de nuestra vida, y lo hacemos con amor y aceptando la vida plena que él ganó para nosotros con su muerte y su resurrección, entramos en el redil donde Jesús, el verdadero Pastor, nos conoce y nos llama a cada uno por nuestro nombre.
“Señor y Salvador mío, quiero seguirte todos los días de mi vida, serte fiel y obedecer tus mandamientos Concédeme tu sabiduría y tus fuerzas para amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a mí mismo.”
Hechos 11, 1-18
Salmo 41(40) y 42(41), 1-4

fuente: Devocionario católico La Palabra con nosotros

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