miércoles, 25 de abril de 2018

Meditación: Marcos 16, 15-20

Cuando vemos el título “San” o “Santa” delante del nombre de alguien pensamos que lo obtuvo por esfuerzo propio, pero San Marcos, cuya fiesta celebramos hoy, narra una historia diferente. Posiblemente nunca se habría convertido él en el santo que conocemos hoy si alguien no hubiera creído en él.

No fue uno de los Doce Apóstoles, pero es probable que haya sido uno de los seguidores de Jesús. Marcos acompañó a su primo Bernabé y a Pablo en el primer viaje misionero de éstos, pero por alguna razón, a mitad de camino desistió de seguir adelante (Hechos 13, 13) y Pablo no quiso llevarlo en su próximo viaje.

Afortunadamente, Bernabé no lo descalificó y se fue a misionar con él a Chipre (Hechos 15, 39-41). Una segunda oportunidad era todo lo que Marcos necesitaba. La tradición nos dice que más tarde, Marcos fue a Roma, pasó a trabajar con San Pedro como intérprete, y escribió su Evangelio basado en la predicación del primer apóstol.

Al final, Pablo perdonó a Marcos, y lo felicitó por su servicio, diciendo que su compañía era “una ayuda” para él (2 Timoteo 4, 11). Por la tradición también sabemos que Marcos fundó la iglesia de Alejandría (en Egipto) y allí fue martirizado.

¿Qué habría pasado si Bernabé hubiera rechazado a Marcos por su “fallo” anterior? Posiblemente Marcos nunca habría llegado a ser “hijo espiritual” de Pedro (1 Pedro 5, 13). Y, lo que es peor, nunca habría escrito su Evangelio.

¿Qué lección podemos sacar de todo esto? Que nunca deberíamos descartar a nadie; que es conveniente dar una segunda oportunidad, como lo hizo Bernabé, a quienes la necesiten. Ninguno de nosotros es perfecto y todos podemos precisar, una u otra vez, la posibilidad de comenzar de nuevo. La gracia y el amor de Dios pueden cubrir “una multitud de pecados” (1 Pedro 4, 8), y no solamente nuestros pecados propios, sino también los abandonos, las debilidades, las fallas y las peculiaridades individuales. La buena disposición que tengamos de reconciliar nuestras amistades puede marcar una gran diferencia no solamente en la vida de este mundo, sino incluso en la eternidad.

Nunca se sabe quién podría ser el próximo “Marcos,” así que ¡sigamos animando a todos los hermanos y hermanas!
“Padre eterno y Dios mío, enséñame a no descartar a nadie y ver más bien los dones que tú les has concedido para bien de todos.”
1 Pedro 5, 5-14
Salmo 89(88), 2-3. 6-7. 16-17

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