domingo, 10 de marzo de 2019

NO SOLO DE PAN VIVE EL HOMBRE - Primer Tentación

La primera tentación: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan – NO SOLO DE PAN VIVE EL HOMBRE

Juan Bautista ya había dicho que “De estas piedras Dios puede suscitar hijos de Abraham” (Mt 3,9). Cuanto más hacer que algunas piedras se conviertan en pan. El diablo dice una verdad a medias, porque la desvía de su sentido, la saca de su contexto. Es lo que hace en Gn 3, cuando asegura: “No moriréis” (de envenenamiento); “Seréis como dioses” (cf. Jn 10,34, citando el Sal 81,6); “Vuestros ojos se abrirán” (“Y vieron que estaban desnudos”). Lo que decía el tentador era cierto en un sentido, pero no en el buen sentido. Es esta duplicidad la que nos conduce a equivocarnos, si entramos en diálogo con él, como Eva.

Podemos aquí pensar en el peligro que supone una cierta interpretación de la Palabra de Dios que muchos manipulan para convencer, para su provecho personal, para fines sectarios… O bien tantas medias verdades que circulan hoy día en los medios y con las cuales muchos son convencidos e inducidos al error.

Sin duda ninguna Dios puede hacer muchos milagros, porque para Dios nada hay imposible. Jesús también puede hacer milagros, pues es el Hijo de Dios, y de hecho los hará, cuando sean necesarios para su misión, pero no para su provecho personal, pues si él cae en la manipulación cesaría de ser el Hijo que se refiere en todo a la voluntad de su Padre. Vemos pues a que nivel el argumento del tentador es engañoso y sutil.

Jesús responde tomando otra Palabra de la Escritura: no sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios…

Citando esta Palabra Jesús no solo corta en seco el diálogo al que el demonio quiere conducirle, sino que refuta al demonio con un argumento de autoridad: Él pone en práctica esta Palabra, haciendo de ella “su alimento”.

¿Cuál es, en efecto, el alimento del “Hijo de Dios”? Será el mismo Jesús quien lo dirá a sus discípulos: “Mi alimento es hacer la voluntad de Aquel que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4,34). Lo que le nutre, es asimilar esa voluntad, de hacerla suya: como nuestro cuerpo asimila lo que comemos. La Escritura es esa Revelación, ese espejo donde Jesús lee la voluntad de Dios, nutriéndose de ella, es decir, entrando en ella y cumpliendo así la obra de salvación para la que ha sido enviado por su Padre. Pensemos por ejemplo en sus últimas palabras sobre la Cruz: “Todo está cumplido”.

“Aquí se superponen la burla y la tentación: para ser creíble, Cristo debe dar una prueba de lo que dice ser.
Y esta petición se la dirigimos también nosotros a Dios, a Cristo y a su Iglesia a lo largo de la historia: si existes, Dios, tienes que mostrarte. Debes despejar las nubes que te ocultan y darnos la claridad que nos corresponde. Si tú, Cristo, eres realmente el Hijo y no uno de tantos iluminados que han aparecido continuamente en la historia, debes demostrarlo con mayor claridad de lo que lo haces. Y, así, tienes que dar a tu Iglesia, si debe ser realmente la tuya, un grado de evidencia distinto del que en realidad posee.
¿Qué es más trágico, qué se opone más a la fe en un Dios bueno y a la fe en un redentor de los hombres que el hambre de la humanidad? El primer criterio para identificar al redentor ante el mundo y por el mundo, ¿no debe ser que le dé pan y acabe con el hambre de todos? Cuando el pueblo de Israel vagaba por el desierto, Dios lo alimentó con el pan del cielo, el maná.
Se creía poder reconocer en eso una imagen del tiempo mesiánico: ¿no debería y debe el salvador del mundo demostrar su identidad dando de comer a todos? ¿No es el problema de la alimentación del mundo y, más general, los problemas sociales, el primero y más auténtico criterio con el cual debe confrontarse la redención? ¿Puede llamarse redentor alguien que no responde a este criterio? El marxismo ha hecho precisamente de este ideal -muy comprensiblemente- el centro de su promesa de salvación: habría hecho que toda hambre fuera saciada y que “el desierto se convirtiera en pan”.
“Si eres Hijo de Dios…”: ¡qué desafío! ¿No se deberá decir lo mismo a la Iglesia? Si quieres ser la Iglesia de Dios, preocúpate ante todo del pan para el mundo, lo demás viene después. Resulta difícil responder a este reto, precisamente porque el grito de los hambrientos nos interpela y nos debe calar muy hondo en los oídos y en el alma. La respuesta de Jesús no se puede entender sólo a la luz del relato de las tentaciones. El tema del pan aparece en todo el Evangelio y hay que verlo en toda su amplitud.
Hay otros dos grandes relatos relacionados con el pan en la vida de Jesús. Uno es la multiplicación de los panes para los miles de personas que habían seguido al Señor en un lugar desértico. ¿Por qué se hace en ese momento lo que antes se había rechazado como tentación? La gente había llegado para escuchar la palabra de Dios y, para ello, habían dejado todo lo demás. Y así, como personas que han abierto su corazón a Dios y a los demás en reciprocidad, pueden recibir el pan del modo adecuado. Este milagro de los panes supone tres elementos: le precede la búsqueda de Dios, de su palabra, de una recta orientación de toda la vida. Además, el pan se pide a Dios. Y, por último, un elemento fundamental del milagro es la mutua disposición a compartir. Escuchar a Dios se convierte en vivir con Dios, y lleva de la fe al amor, al descubrimiento del otro. Jesús no es indiferente al hambre de los hombres, a sus necesidades materiales, pero las sitúa en el contexto adecuado y les concede la prioridad debida.
Este segundo relato sobre el pan remite anticipadamente a un tercer relato y es su preparación: la Ultima Cena, que se convierte en la Eucaristía de la Iglesia y el milagro permanente de Jesús sobre el pan. Jesús mismo se ha convertido en grano de trigo que, muriendo, da mucho fruto (cf. Jn 12, 24). El mismo se ha hecho pan para nosotros, y esta multiplicación del pan durará inagotablemente hasta el fin de los tiempos. De este modo entendemos ahora las palabras de Jesús, que toma del Antiguo Testamento (cf. Dt 8, 3), para rechazar al tentador: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4). Hay una frase al respecto del jesuita alemán Alfred Delp, ejecutado por los nacionalsocialistas: “El pan es importante, la libertad es más importante, pero lo más importante de todo es la fidelidad constante y la adoración jamás traicionada”.
Cuando no se respeta esta jerarquía de los bienes, sino que se invierte, ya no hay justicia, ya no hay preocupación por el hombre que sufre, sino que se crea desajuste y destrucción también en el ámbito de los bienes materiales. Cuando a Dios se le da una importancia secundaria, que se puede dejar de lado temporal o permanentemente en nombre de asuntos más importantes, entonces fracasan precisamente estas cosas presuntamente más importantes. No sólo lo demuestra el fracaso de la experiencia marxista.
Las ayudas de Occidente a los países en vías de desarrollo, basadas en principios puramente técnico-materiales, que no sólo han dejado de lado a Dios, sino que, además, han apartado a los hombres de El con su orgullo del sabelotodo, han hecho del Tercer Mundo el Tercer Mundo en sentido actual. Estas ayudas han dejado de lado las estructuras religiosas, morales y sociales existentes y han introducido su mentalidad tecnicista en el vacío. Creían poder transformar las piedras en pan, pero han dado piedras en vez de pan. Está en juego la primacía de Dios. Se trata de reconocerlo como realidad, una realidad sin la cual ninguna otra cosa puede ser buena. No se puede gobernar la historia con meras estructuras materiales, prescindiendo de Dios. Si el corazón del hombre no es bueno, ninguna otra cosa puede llegar a ser buena. Y la bondad de corazón sólo puede venir de Aquel que es la Bondad misma, el Bien.
Naturalmente, se puede preguntar por qué Dios no ha creado un mundo en el que su presencia fuera más evidente; por qué Cristo no ha dejado un rastro más brillante de su presencia, que impresionara a cualquiera de manera irresistible. Éste es el misterio de Dios y del hombre que no podemos penetrar. Vivimos en este mundo, en el que Dios no tiene la evidencia de lo palpable, y sólo se le puede buscar y encontrar con el impulso del corazón, a través del “éxodo” de “Egipto”. En este mundo hemos de oponernos a las ilusiones de falsas filosofías y reconocer que no sólo vivimos de pan, sino ante todo de la obediencia a la palabra de Dios. Y sólo donde se vive esta obediencia nacen y crecen esos sentimientos que permiten proporcionar también pan para todos.”
(Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 1ª Parte, Cap. II).

No hay comentarios:

Publicar un comentario