domingo, 10 de marzo de 2019

NO TENTARAS AL SEÑOR TU DIOS - Segunda Tentación

La segunda tentación: tírate abajo – NO TENTARAS AL SEÑOR TU DIOS

El diablo de nuevo quiere incitar a Jesús a demostrar si Él es en realidad Hijo de Dios. Esta vez no mediante la necesidad de comer, sino a través de la sola vanagloria de hacer un milagro para demostrarlo.

El diablo se servirá una vez más de la Escritura, citando el Salmo 91, 10-13. Este salmo es por excelencia un salmo de confianza, que la Iglesia a escogido para los responsorios litúrgicos del tiempo de Cuaresma. Los versículos 11-12 son evidentemente una imagen; pero el demonio los toma en su literalidad material. Mt 4,11 y Mc 1,13b mostrarán en qué sentido “los ángeles sirven” y las bestias salvajes dejan de ser peligrosas, ante la presencia del Mesías. En esta segunda tentación también, el argumento del diablo no es en sí falso, mas falseado.

En Masá, la falta de Israel fue tentar a Dios diciendo: ‘Está el Señor con nosotros o no’, exigiendo de Él que se manifieste por un milagro (el agua salida de la Roca – Ex 17,7). Hasta Moisés dudó (Num 20, 10-12), sacando de ahí la lección de Dt 6,16, que citará ahora Jesús, Nuevo Moisés.

“El punto fundamental de la cuestión aparece en la respuesta de Jesús, que de nuevo está tomada del Deuteronomio (Dt 6, 16): “¡No tentaréis al Señor, vuestro Dios!”. En el Deuteronomio, esto alude a las vicisitudes de Israel que corría peligro de morir de sed en el desierto. Se llega a la rebelión contra Moisés, que se convierte en una rebelión contra Dios. Dios tiene que demostrar que es Dios. Esta rebelión contra Dios se describe en la Biblia de la siguiente manera: “Tentaron al Señor diciendo: ‘¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?'” (Ex 17, 7). Esta tentación quiere conducirnos a probar a Dios del mismo modo que se prueba una mercancía. Dios debe someterse a las condiciones que nosotros consideramos necesarias para llegar a una certeza. Si no proporciona la protección prometida en el Sal 91, 1, entonces no es Dios. Ha desmentido su palabra y, haciendo así, se ha desmentido a sí mismo.
Nos encontramos de lleno ante el gran interrogante de cómo se puede conocer a Dios y cómo se puede desconocerlo, de cómo el hombre puede relacionarse con Dios y cómo puede perderlo. La arrogancia que quiere convertir a Dios en un objeto e imponerle nuestras condiciones experimentales de laboratorio no puede encontrar a Dios. Pues, de entrada, presupone ya que nosotros negamos a Dios en cuanto Dios, pues nos ponemos por encima de El. Porque dejamos de lado toda dimensión del amor, de la escucha interior, y sólo reconocemos como real lo que se puede experimentar, lo que podemos tener en nuestras manos. Quien piensa de este modo se convierte a sí mismo en Dios y, con ello, no sólo degrada a Dios, sino también al mundo y a sí mismo.
Esta escena sobre el pináculo del templo hace dirigir la mirada también hacia la cruz. Cristo no se arroja desde el pináculo del templo. No salta al abismo. No tienta a Dios. Pero ha descendido al abismo de la muerte, a la noche del abandono, al desamparo propio de los indefensos. Se ha atrevido a dar este salto como acto del amor de Dios por los hombres. Y por eso sabía que, saltando, sólo podía caer en las manos bondadosas del Padre. Así se revela el verdadero sentido del Salmo 91, el derecho a esa confianza última e ilimitada de la que allí se habla: quien sigue la voluntad de Dios sabe que en todos los horrores que le ocurran nunca perderá una última protección. Sabe que el fundamento del mundo es el amor y que, por ello, incluso cuando ningún hombre pueda o quiera ayudarle, él puede seguir adelante poniendo su confianza en Aquel que le ama. Pero esta confianza a la que la Escritura nos autoriza y a la que nos invita el Señor, el Resucitado, es algo completamente diverso del desafío aventurero de quien quiere convertir a Dios en nuestro siervo.”

(Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 1ª Parte, Cap. II).

El texto paralelo de 1Cor 10,9 hace referencia a la plaga de las “serpientes abrasadoras” de que fueron víctima los murmuradores del desierto (quienes serán salvados por la Serpiente de bronce, que Jesús citará como prefiguración de su muerte redentora sobre la Cruz en Jn 3,14). En este caso, el libro de los Números (21,4-9) no reprocha que los hebreos hayan pedido un milagro, sino que se hayan impacientado cayendo en la desesperación. Tanto como la presunción, la falta de fe y de esperanza les conduce a tentar a Dios: se puede pecar de omisión como de exceso; la verdadera confianza filial es, como nos lo enseña san Francisco de Sales, “no pedir nada, no rechazar nada”. El paralelo de Jdt 8,11-17 es el ejemplo de ese “Santo Abandono” sin condiciones, hasta en las situaciones más desesperantes y difíciles de nuestra vida. Pero en esa actitud de abandono no hay nada de pasivo ni de dimisión, Holofernes se dará cuenta de ello, sin demora! Al contrario, si nos apoyamos en Dios, no hay por qué dudar de nada.

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