domingo, 10 de marzo de 2019

SOLO AL SEÑOR DIOS ADORARÁS Y LE DARÁS CULTO - Tercer Tentación

La tercera tentación: todo esto te daré si postrándote me adoras – SOLO AL SEÑOR DIOS ADORARÁS Y LE DARÁS CULTO

Rechazado y vencido en las dos primeras tentaciones, Satanás ataca ahora de frente, en un ultimo intento: una alianza entre su Poder y la ambición humana.

Sobre una alta montaña

Más aún que Moisés (Dt 34,1-5), Jesús recibió la Promesa de “recibir en herencia las naciones, y por dominio los extremos del orbe” (Sal 2,8), luego de la investidura bautismal: “Tu eres mi Hijo” (||Sal 2,7). Pero como Moisés en el monte Nebo, Jesús tiene primero que morir; y es justamente su muerte que “echará fuera al príncipe de este mundo” y “atraerá hacia Él a todos los hombres” (Jn 12,31-32).

Todo esto me ha sido dado y yo lo doy a quien quiero… (Lc)

Una vez más Satanás dice algo de verdad. ¡Cuántos engaños se ocultan detrás de las verdades a medias! Jesús no niega ese poder relativo del enemigo (Lc 10,19), sobre todo cuando llegue “su Hora” que es en paralelo la hora del “poder de las Tinieblas” (Lc 22,53), y del “Príncipe de este mundo” (Jn 14,30). Pero la proposición es en sí engañosa, porque “Satanás ya está juzgado, va a ser echado fuera y caerá como un rayo” (Jn 16,11; 12,31; Lc 10,18). No obstante, su poder continúa, en la medida en que hacemos de él “el dios de este mundo” (2Cor 4,4) y hasta el retorno glorioso de Cristo “como un relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo” (Lc 17,24).

El poder de Dios no es un poder relativo, Dios, como lo confiesa la fe de la Iglesia es Todopoderoso, pero, ¿de qué poder se trata?

Benedicto XVI dirá:
“Jesús resucitado reúne a los suyos “en el monte” (cf. Mt 28, 16) y dice: “Se me ha dado pleno poner en el cielo y en la tierra” (Mt 28, 18). Aquí hay dos aspectos nuevos y diferentes: el Señor tiene poder en el cielo y en la tierra. Y sólo quien tiene todo este poder posee el auténtico poder, el poder salvador. Sin el cielo, el poder terreno queda siempre ambiguo y frágil. Sólo el poder que se pone bajo el criterio y el juicio del cielo, es decir, de Dios, puede ser un poder para el bien. Y sólo el poder que está bajo la bendición de Dios puede ser digno de confianza. A ello se añade otro aspecto: Jesús tiene este poder en cuanto resucitado, es decir: este poder presupone la cruz, presupone su muerte. Presupone el otro monte, el Gólgota, donde murió clavado en la cruz, escarnecido por los hombres y abandonado por los suyos. El reino de Cristo es distinto de los reinos de la tierra y de su esplendor, que Satanás le muestra. Este esplendor, como indica la palabra griega doxa, es apariencia que se disipa. El reino de Cristo no tiene este tipo de esplendor. Crece a través de la humildad de la predicación en aquellos que aceptan ser sus discípulos, que son bautizados en el nombre del Dios trino y cumplen sus mandamientos (cf. Mt 28, 19 s).
En el curso de los siglos, bajo distintas formas, ha existido esta tentación de asegurar la fe a través del poder, y la fe ha corrido siempre el riesgo de ser sofocada precisamente por el abrazo del poder. La lucha por la libertad de la Iglesia, la lucha para que el reino de Jesús no pueda ser identificado con ninguna estructura política, hay que librarla en todos los siglos. En efecto, la fusión entre fe y poder político siempre tiene un precio: la fe se pone al servicio del poder y debe doblegarse a sus criterios.
En la lucha contra Satanás ha vencido Jesús: frente a la divinización fraudulenta del poder y del bienestar, frente a la promesa mentirosa de un futuro que, a través del poder y la economía, garantiza todo a todos, El contrapone la naturaleza divina de Dios, Dios como auténtico bien del hombre. Frente a la invitación a adorar el poder, el Señor pronuncia unas palabras del Deuteronomio, el mismo libro que había citado también el diablo: “Al Señor tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto” (Mt 4, 10; cf. Dt 6, 13).
El precepto fundamental de Israel es también el principal precepto para los cristianos: adorar sólo a Dios. Precisamente este sí incondicional a la primera tabla del Decálogo encierra también el sí a la segunda tabla: el respeto al hombre, el amor al prójimo. El poder de Dios en este mundo es un poder silencioso, pero constituye el poder verdadero, duradero. La causa de Dios parece estar siempre como en agonía. Sin embargo, se demuestra siempre como lo que verdaderamente permanece y salva. Los reinos de la tierra, que Satanás puso en su momento ante el Señor, se han ido derrumbando todos. Su gloria, su doxa, ha resultado ser apariencia. Pero la gloria de Cristo, la gloria humilde y dispuesta a sufrir, la gloria de su amor, no ha desaparecido ni desaparecerá.”
(Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 1ª Parte, Cap. II).

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