domingo, 16 de junio de 2013

La tentaciones y Dios

He oído decir que las enfermedades, los dolores, las muertes de seres queridos y otras tantas cosas que suceden en nuestra vida, son pruebas que Dios nos ha enviado. Ese tipo de afirmaciones no me gustan, pues creo que faltan a la verdad. No me imagino a Dios enviando pruebas a los hombres. Entender que Dios envía pruebas a los hombres es como decir que Dios nos tienta. Dice la Palabra: “Cuando alguno se sienta tentado a hacer lo malo, no piense que es tentado por Dios, porque Dios ni siente la tentación de hacer algo malo, ni tienta a nadie para que lo haga”. Creo que esta afirmación de Santiago 1,13 nos aclara que el Dios que nos ama y que quiere lo mejor para nosotros no puede querer dañarnos o invitarnos a hacer el mal.

¿Para qué nos daría una enfermedad como prueba?
¿Para qué re-negáramos de la fe?
¿Para mostrarnos que somos débiles y frágiles?
¿Para qué nos quiere probar, si Él nos conoce perfectamente y sabe lo que somos capaces de hacer? No es coherente con la presencia misericordiosa del Padre Dios que nos ha dado Jesucristo en todo su ministerio. Estoy seguro de que las causas de nuestras dificultades y tentaciones debemos buscarlas en otras partes y no en Dios. En Él sólo podremos encontrar amor y bendición. Por eso hoy te invito a estar dispuesto a luchar contra todas las dificultades que haya en tu vida. Puedes vencerlas y debes hacer todo lo que este a tu alcance para que lo hagas y puedas sonreír lleno de paz y de tranquilidad. Estoy seguro que esas dificultades se pueden entender más desde nuestra condición humana que desde la relación con Dios. Somos frágiles y débiles. Pero tengan la seguridad que si nos abrimos a la acción de Dios podremos tener la fortaleza y la capacidad que se necesita para ser lo suficientemente fuerte como para ganarle a todos.

“Al contrario uno es tentado por sus propios malos deseos que lo atraen y lo seducen. De estos malos deseos nace el pecado; y del pecado, cuando llega a su completo desarrollo, nace la muerte” (Santiago 1,14-15).
Está claro. El pecado es consecuencia de nuestros deseos y de dejarnos manejar por ellos. La tentación nace de lo profundo del corazón humano. Nos dejamos seducir por las formas, por las apariencias, por las manifestaciones externas y terminamos cayendo en pecado.
No culpes a otro de tu pecado.
Es tu incapacidad para vencer los deseos lo que te lleva a él.

Por ello lo que necesitamos es ser capaces de controlar nuestras emociones y pasiones. No podemos dejar que ellas nos manejen. El orgullo y la vanidad son las que más nos manipulan y nos llevan a fallar. Por eso hoy te invito a revisar tu vida, a darte cuenta cuales son los deseos que te están conduciendo a los pecados que te están haciendo vivir en ese ambiente de muerte que te está destruyendo.

Tenemos que controlarnos.
No reprimirnos, sino educar todo nuestro ser para que esas fuerzas interiores que tratan de dominarnos sean una oportunidad de crecimiento y no de destrucción. Me cuesta entender que el más “apasionado” en la calle es el más “seco y tosco” en la casa. ¿Por qué no se usan los impulsos, las pasiones a favor de las relaciones familiares? Esa es la mejor manera de no dejarnos llevar al pecado por nuestros deseos.
No se trata de no tener deseos sino de saberlos usar en función del proyecto de vida que tenemos y de la relación de pareja. Cuidado con acostumbrarse al pecado esa es una manera de estar muertos en vida, de no poder gozar la existencia toda.

p. Alberto Linero Gomez, eudista
fuente: El Man está Vivo

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