viernes, 1 de mayo de 2015

APRENDER A PENSAR BIEN...

PARA ACTUAR BIEN
Una de las fuentes de mayor pesadumbre interior, de mayor tristeza, es quizá el percibirnos en falta. Esa experiencia suele venir acompañada de pensamientos que nos dan vueltas y vueltas por la cabeza, afectando nuestro ánimo y perturbando nuestras formas de proceder. Aquellos grandes conocedores del espíritu humano, los primeros monjes del desierto, cristianos que acudieron a las soledades del Oriente buscando un encuentro de mayor radicalidad con el Evangelio, fueron muy conscientes de esta realidad y por ello plantearon como parte importante del combate espiritual tener especial cuidado en el señorío y la reconciliación de los pensamientos.
 En el origen del pecado
Los monjes antiguos prestaban la mayor atención a los pensamientos y razonamientos, comprendiendo que habían buenos y otros malos, pecaminosos, que denominaban “logismos poneros”. Entre los grandes inspiradores de la espiritualidad monacal estaba Orígenes de Alejandría (185-254).
Acudiendo a las enseñanzas de Jesús, recogidas en el capítulo 15 del Evangelio de San Mateo, donde el Señor manifiesta que aquello que contamina a la persona, particularmente los malos pensamientos, proviene del corazón (ver Mt 15,19), Orígenes advertía que «la fuente y el origen de todo pecado son los pensamientos pecaminosos» (Comentarios a Mateo, 21). Mientras que otro maestro monacal, el Pseudo-Macario, añadía: «La persona debe realizar redoblados esfuerzos para cortar de raíz los pensamientos pecaminosos» (Homilía 6,3).
San Pablo ya había hecho referencia a las formas de pensar pecaminosas, aportando consejos para confrontarlas. En su segunda carta a los corintios, se refiere a los pensamientos, los “logismos” —plural de “logismoi”—. «Las armas de nuestra milicia –dice— no son carnales sino poderosísimas en Dios para destruir fortalezas, derribando consejos y toda altura que se levanta contra la ciencia de Dios, reduciendo al cautiverio todo entendimiento para que obedezca a Cristo».
A partir de estas enseñanzas, los Monjes del Desierto consideraron la educación de los pensamientos e ideas, los “logismoi”, como parte fundamental del combate por la santidad. Entendían a los “logismoi” como “imágenes mentales” de gran realismo; como producto de la actividad intelectual que resulta de lo que pensamos.
San Máximo el Confesor advertía sobre la importancia de cuidar los pensamientos porque los primeros pecados se originan en el ámbito de la mente. Aquello que pensamos erradamente refuerza los subjetivismos. La verdad y la objetividad son reemplazadas por las reflexiones emotivas y sentimentales. Se multiplican los “olvidos” de los principios fundamentales, que los Padres y Monjes del Desierto denominaban “escotosis”, un estado de la mente que se adhiere a modos de pensar equivocados, los cuales se fundamentan en la propia vanidad y la mentira existencial. Todo ello genera unas condiciones interiores en las que los vicios y pecados proliferan con facilidad.
 No todos son pensamientos malos
Sin embargo, lejos estaban los “Padres” de considerar a todos los pensamientos como nocivos. Por ejemplo, estimaban la llamada “recta voz de la conciencia” como un “logismoi” bueno. El método que empleaban era repetir continuamente aquel buen “logismoi” o recuerdo, para que se afinque en lo hondo de la mente y del corazón. Los Maestros Espirituales instaban así al cultivo de los buenos pensamientos, los evangélicos, particularmente por el impacto que poseían sobre el “corazón”, el “centro humano” intelectual y espiritual, asiento de la inteligencia.
En esta dirección, Orígenes distinguía entre los pensamientos puros —logismos katharos— y los pensamientos impuros —logismos akatharos—. Mientras que Evagrio Póntico describía los “logismos akatharos” como algo “demoniaco”, habitado por pensamientos deshonestos. Éstos eran considerados como «una imagen autodestructiva, producto de la mente apasionada. Una imagen que atropella el buen juicio, confunde y abruma la mente»1.
Los pensamientos que los Padres mandaban a combatir eran principalmente aquellos de carácter evasivo (la escotosis), arbitrarios, autodestructivos, subjetivos, egoístas y pecaminosos. Estos “logismoi” son los que atacan la mente con fijaciones enajenadas, contrarias a la naturaleza y al bien de la persona. Cuando no están conformadas con la verdad del Evangelio, las imágenes que nos construimos pueden mostrarse como atractivas y seductoras. Surge un movimiento persuasivo que incita a la persona a actuar contra la Ley de Dios; en suma, contra su propio bienestar y alegría. Lo primero que se ignora es el amor de Dios y su solicitud para ayudarnos en nuestras tribulaciones.
Los “logismos akatharos” aparecen como “idolillos” seductores, que martillan insistentemente la mente. También como imágenes y fantasmas que facilitan la tiranía que ejerce el demonio sobre las pasiones desordenadas. «Las memorias apasionadas –exponía el Cardenal Spidlik, aportando luces sobre esta materia— proporcionan la “sustancia prima” para los pensamientos pecaminosos»2.
Evagrio Póntico advertía también sobre la necesidad de andar en guardia contra las asechanzas de las ideas erradas. Para el Maestro Espiritual del Ponto, el combate contra los pensamientos antievangélicos tocaba las mismas raíces del pecado. Profundizando en este sentido, los “Padres” consideraban que los “logismos akatharos” provenían de tres fuentes interiores: los sentidos, el cuerpo y el temperamento.
 No caer en el escrúpulo
Sin embargo Orígenes señalaba que uno tampoco podía retraerse hacia el otro extremo, hacia los escrúpulos. Simplemente era imposible estar al margen de alguna sugestión o pensamiento pecaminoso. Lo importante eran las decisiones y los comportamientos que se asumían tras el mal pensamiento o la tentación. El Maestro alejandrino creía que la persona entregada a Dios debía enfrentar las tentaciones, aprendiendo «a no morar en estos pensamientos; a no dialogar con ellos»3.
En sus “Doctrinas Fundamentales”, Orígenes destacaba la responsabilidad personal en la gestación de las propias tristezas, particularmente cuando nos dejábamos atrapar por situaciones censurables:
«Cada pecador enciende por sí mismo la llama de su propio fuego y no es arrojado a alguno que haya sido encendido de antemano por algún otro o que ya existía antes que él. El alimento y combustible de este fuego son nuestros pecados, que son llamados leña y paja por el apóstol Pablo (1Cor 3,12).Y pienso que cuando el alma ha reunido en sí misma multitud de malas obras y abundancia de pecados, en el momento apropiado toda esa colección de males bulle hacia el auto-castigo y la tristeza»4.
 ¿Cómo combatirlos?
Nuestras ideas equivocadas y pecaminosas necesitan ser descabezadas inmediatamente. Es indispensable conformar una guardianía en las puertas de la mente y del corazón; un elocuente “silencio” sintonizado con la manera de pensar y actuar de Jesucristo. Precisamente esta es la enseñanza de San Pedro en su Segunda Epístola, que bien podemos describir como una “Escalera Espiritual” para avanzar hacia la santidad. En ella San Pedro hace referencia al conocimiento (gnosis) que conduce a la templanza (enkráteia) (2Pe 1,6). Este es «un camino positivo de dominio sobre uno mismo y sobre lo que el mundo nos ofrece». La templanza constituye una senda de señorío personal, «un autocontrol pleno de firmeza (…) moderación y control de nuestros pensamientos»5.
Esiquio del Sinaí explicaba que «la vigilancia constituía el método espiritual que, con la ayuda de Dios y la práctica asidua a lo largo de un período prolongado, nos libera de los pensamientos, de las palabras y de las acciones pecaminosas».
Cuando experimentamos, por ejemplo, recuerdos o sentimientos melancólicos, nos descubrimos asediados por las reminiscencias de las culpas falsas, de los errores magnificados y de las memorias rencorosas. Esta melancolía destructiva limita el despliegue generoso de nuestras cualidades para cooperar con el Plan salvífico de Dios en nuestra felicidad, para obtener la paz y la realización que el Padre Celestial desea para nuestras vidas. El desánimo nos conduce por caminos de susceptibilidad y de autocastigo injustificado.
¿Cómo contestar a los llamados “logismoi akatharos”? Para San Agustín la fuerza principal estaba en el amor de caridad enseñado por el Señor Jesús:
«El amor es el resorte que me mueve, me lleva doquiera soy llevado. Si no se tiene un ideal, no se hace nada; si no se ama el ideal que se tiene, tampoco se hace nada. Si no se tiene un ideal sublime y si no se le ama ardorosamente, entonces se encuentra uno entrampado y no avanzará. Sin ideal y sin amor sólo se retrocede; uno se va marchitando, muriendo, alejándose más y más de la vida».
Otro recurso recomendado es la huida de las ocasiones. No se trata de la evasión cobarde, sino de la confrontación inteligente, enseñada por maestros espirituales como San Francisco de Sales, San Felipe Neri y Santa Teresita del Niño Jesús, quien solía decir: «¿Es pedir demasiado cerrar los ojos? ¿No luchar contra las quimeras de la noche?»6.
Retomando la enseñanza de San Pablo, debemos despojarnos de los “logismos” negativos o pecaminosos, las “quimeras de la noche”, y más bien buscar revestirnos de buenos pensamientos, sustentados en las enseñanzas de Jesús en los Evangelios. Los testimonios y las acciones de incontables personas que avanzaron hacia la santidad, siguiendo al Señor, son también buenos ejemplo a seguir. Seamos constantes en silenciar la mente de aquello destructivo y en cultivar los buenos pensamientos del Evangelio. Tengamos la seguridad de que Dios nos sostiene y nos acompaña siempre en este empeño por configurar nuestra mente con la mente de Cristo.
 © 2014 – Alfredo Garland B. para el Centro de Estudios Católicos – CEC

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