martes, 19 de mayo de 2015

NECESIDAD DE LOS CARISMAS en una COMUNIDAD

Papa Pablo VI afir­mó: "El Espíritu Santo cuando viene otorga do­nes. Conocemos ya los siete dones del Espíritu Santo. Pero da también otros dones que se llaman carismas".

¿Qué quiere decir carisma? Quiere decir don, quiere decir una gracia. Son gracias particulares dadas a uno para otros, para que haga el bien. Uno recibe el carisma de la sabiduría para que lle­gue a ser maestro; y reci­be el don de los milagros para que pueda realizar actos que, a través de la maravilla y la admira­ción, llamen a la fe.

Ahora esta forma carismática de dones que son dones gratuitos y de suyo no necesarios, pero dados por la sobre-abun­dancia de la economía del Señor, que quiere hacer a la Iglesia más rica, más animada, y más capaz de autodefinirse y auto documentarse, se denomina precisamente," la efusión de los carismas".

Quisiera Dios, que el | Señor aumentase todavía j hoy una lluvia de caris- | mas para hacer fecunda, hermosa y maravillosa a la Iglesia y capaz de imponerse incluso a la atención y al estupor del mundo profano, el mun­do laicizante" (Paulo VI, Catequesis de 1974).

¿Qué es un carisma?
Un carisma es un don es­piritual que nos da el Espíri­tu Santo para la edificación de la comunidad cristiana (1 Corintios 12,7).

Un carisma se recibe de manera independiente de los méritos del indi­viduo, y no es necesario para su salvación (1 Corin­tios 12,11).

Un carisma no es una señal de santidad, o de mayor unión con Dios (1 Corintios 13-1). No puede uno ni atraerlo ni retenerlo sin la concesión del Espíritu (1 Corintios 14. 28, 32).

Uno puede acoger un carisma como don gratuito del Espíritu Santo para la edificación de la comuni­dad, y puede también sus­traerse a las obligaciones que impone un carisma si no lo pone al servicio de la comunidad.

En muchos pasajes de sus cartas, San Pablo habla de los carismas como de unos "dones ministeriales", los asocia a algún ministerio, y así los carismas equipan, por así decirlo, las comunida­des cristianas para que puedan crecer colectiva­mente en Cristo.

Los carismas en la Iglesia
En el Nuevo Testa-mento, la Iglesia aparece como algo vivo. San Pe-dro afirma que los cristia¬nos son "piedras vivas" juntamente construidas para "la edificación de un templo espiritual" que es Cristo resucitado y glo¬rioso (1 Pedro 2, 5).

San Pablo a su vez habla de la comunidad cristiana como de un solo cuerpo místico cuya ca¬beza es Cristo resucita-do. Cada cristiano,-por reformas estructurales, insisten en lo comprobado en el pasado.

Y aquí puja el dinamismo del Espíritu, y bien fuerte, bajo la costra de tradiciones esclerotizadas: si se abre paso, aunque sea sólo una pequeña grieta, estalla el volcán. Basta cavar solamente un poco, y las antiguas fuentes comienzan a manar de nuevo.

Cuando una vez se ha visto y oído lo que puede hacer el Espíritu de Dios, cuan rápidamente mete en el hombre y en el grupo entero un impulso misionero, un nuevo gozo de Dios, un nuevo amor a la Iglesia; es casi desesperante que esto suceda tan escasamente.

Lo que nace en el bautismo en el Espíritu constituye un acontecimiento del todo personal en la historia de la propia vida, pero las fuerzas ahí liberadas sirven principalmente para el servicio a la Iglesia.

Lo que nace de aquí no es una nueva Iglesia carismática, sino una Iglesia carismáticamente renovada".

No hay comunidad sin carismas
Todos los carismas están ordenados hacia el crecimiento de la Iglesia, hacia la manifestación del Reino.
Los carismas manifiestan el poder de Dios, autentifican el mensaje, invitan a la conversión.
Acompañan a los apóstoles, a los que anuncian el Evangelio. Por mano de los apóstoles se reali­zaban muchas señales y prodigios en el pueblo..." (Hechos 5,12).
Estos signos vienen a confirmar que el Evangelio "es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree" (Romanos 1,16).
Estos signos confirman que el Reino ya está en medio de nosotros.

Hay muchos carismas
Hay muchos carismas en la Iglesia. Tan sólo en sus epístolas, San Pablo menciona un total de veinte dones especial­mente recibidos para el bien de la comunidad. Podemos subdividirlos en tres categorías según el género de utilidad que procuran:

1. Dones referentes a la instrucción de los fieles: el carisma de apóstol, de profeta, de doctor, de evangelista y de exhorta­dor, la palabra de sabidu­ría, la palabra de ciencia, el discernimiento de espí­ritus, el don de lenguas, el don de interpretar las lenguas (Cf. Romanos 12, 6-8; Efesios 4,11).

2. Dones relacionados con el alivio de los fieles: el carisma de limosna, de la hospitalidad, el don de asistencia, el de la fe, las gracias de curaciones, el poder de milagros.

3. Dones relacionados con el gobierno de la comunidad: el carisma de pastor, el de aquel que preside, los dones de ministerio (diakonía), los dones de gobierno (Romanos 12, 6-8). Y hay muchos más carismas, como son por ejemplo, el carisma de la vida re­ligiosa, el carisma de la infalibilidad del Sumo Pontífice.

Los carismas dan credibilidad al Evangelio
Los carismas dan cre­dibilidad al Evangelio. Son signos que acompañan a los que creen para darles poder en su trabajo evangélico. Se cumple la promesa del Señor como lo leemos en Marcos 16, 20: "Ellos salieron a pre­dicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Pa­labra con las señales que la acompañaban".

Se puede enseñar la religión, instruir en las doctrinas y memorizar el catecismo sin que los ca­rismas del Espíritu estén obrando sus maravillas. Pero evangelizar es otra cosa. Evangelizar es pre­sentar a Jesucristo, Hijo de Dios.

El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia y el agente principal en la evangelización. Cuántos católicos bautizados y con­firmados en toda América Latina están esperando este tipo de evangelización acompañada de carismas que expresan: "Vayan y cuéntenle a Juan lo que han visto y oído: Los cie­gos ven, los cojos andan, los leprosos son purifi­cados, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia la Buena Nueva a los pobres" (Lucas 7,22).

En el mundo entero la Renovación Carismática está penetrando en la Iglesia como renacer de primavera. Ya se cal­culan en más de treinta millones de católicos los que participan cada se­mana en los grupos de oración en la Iglesia ca­tólica. También nuestros hermanos protestantes reciben en todas partes esta bendición de la renovación de los carismas en su evangelización.

Tan sólo en Colombia, las estadísticas afirma­ban que había ya más de diez mil grupos de oración carismática en el país. Aquí, en República Dominicana, los grupos de oración pululan por todas partes. Como un ejemplo podemos decir que acabamos de reco­pilar la estadística de la diócesis de San Francisco de Macorís donde hay actualmente 614 grupos de oración. En el país en­tero, los grupos pasarán ciertamente de 1,500... Es como el viento recio de Pentecostés que está llenando nuevamente la casa, como cuando las 120 personas estaban con María, la Madre de Jesús. Nuevamente el fuego de Pentecostés está bajando sobre los sucesores de los apóstoles y sus discípulos. Por eso, miles y miles de católicos se sienten llenos de gozo y paz y con ganas de levantarse y gritar a los cuatro vientos, como en el primer Pentecostés, que Jesús es el Señor. Por consiguiente, la oración de alabanza acompañada de aplausos y gestos, de brazos levantados está volviendo a las celebra­ciones carismáticas en toda América Latina. Las celebraciones eucarísticas son dignas, muy festivas y gozosas como la anhelaba Paulo VI. El gran sacramento de la re­conciliación está recupe­rando su fuerza como un encuentro personal con el Buen Pastor que perdona y libera de lo malo, sanan­do y llenando de gozo. Es la revitalización de todos los sacramentos que esta­mos viviendo en esta Re­novación Cristiana en el Espíritu Santo. Mucho se había hablado en América Latina de sacra mentalización, y la solución no era quitar los sacramentos, sino revitalizar todos los sacramentos a los ojos del pueblo de Dios, y ¡ésta es obra del Espíritu Santo que lo está haciendo con poder!»

Palabras inolvidables del Padre Emiliano
Sólo cuando nada po­seemos es cuando estamos dispuestos a tenerlo todo. Sin oración no pode­mos trabajar.
Los carismas no los doy yo. Eso viene del Espíritu Santo.
¡Qué sed tiene la gen­te de oración! Se acercan a nosotros para pedirnos que les enseñemos a orar. Como Jesús, debemos enseñarles orando con ellos.
El ministerio de cu­ración es el ministerio de la misericordia de Dios.
Predicar el amor de Jesús, que Él está vivo en su Iglesia y sigue actuando con signos y prodigios.
En verdad que la for­ma de terminar Dios con los problemas es mejor que la nuestra.

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