domingo, 14 de junio de 2015

¿Cómo el cuerpo puede llevar al hombre a la santidad?

Dios creó el cuerpo para que por él también conduzca al hombre hacia la santidad.

Todos nosotros, sin excepción, somos llamados a la santidad. Pero a diferencia de los ángeles que son puro espíritu, nuestro llamado adquiere una forma muy especial para manifestarse: nuestro cuerpo.

Todos nosotros, sin excepción, somos llamados a la santidad. Pero a diferencia de los ángeles que son puro espíritu, nuestro llamado adquiere una forma muy especial para manifestarse: nuestro cuerpo. Y como hijos de Dios, somos predestinados a participar de la íntima relación de amor existente en la Santísima Trinidad, haremos parte, en el fin de los tiempos, del “banquete del Cordero” (Ap 19,9). Seremos santos, pero esa vocación a la santidad adquiere su concretitud aqui, en nuestro tiempo y espacio.



En un momento histórico, situado en los primeros siglos de la era cristiana, tuvimos el surgimiento de algunos movimientos que hacían cierta oposición entre el cuerpo y el alma, afirmando ser el alma un bien que debemos perfeccionar y el cuerpo un mal que debe ser rechazado. Los maniqueistas, por ejemplo, defendían esa concepción del hombre.

Mientras tanto, el hombre es un ser integral, hecho por las manos del propio Dios y con Su aprecio, que mira la criatura y dice: “es muy bueno”(Gn 1,31). El hombre fue hecho de material palpable, de la tierra, del barro… materia física y concreta. El Señor sopló en él la vida y asi, el primer hombre fue construido en alma, espíritu y cuerpo! Ese es el hombre integral.

Si tenemos así, un llamado a la santidad, solo podremos corresponderle por medio de nuestro ser integral. Y ¿cómo sabemos que existimos? ¿Cómo se manifiesta nuestra alma y espíritu? A través del cuerpo. En las actividades cotidianas, en la forma como vemos a las personas a nuestro alrededor, como les entregamos nuestra sonrisa, nuestra ayuda, en la forma como desarrollamos nuestros que haceres, podemos ser sujetos y canales de santidad.

Cierta vez, un jóven le preguntó a su mamá como ellos se reconocerían en el cielo. “¿Cómo sabré que tu eres tú, mamá? ¡Qué pregunta brillante! No será de otra forma sino por los ojos de nuestro cuerpo, sabremos quien es el otro por la forma que posee, lo tocaremos con nuestras manos, abrazaremos con nuestros brazos.

Sin embargo en nuestros tiempos, infelizmente encontraremos muchos llamados para profanar la santidad que nuestros cuerpos cargan, desviándonos de nuestra misión fundamental de santidad. El lugar central de Dios es, muchas veces, substituido por el cuerpo humano.

Imágenes fantasiosas de cuerpos femeninos perfectos llevan muchas mujeres a desenvolver un parámetro irreal de lo que es bueno, bello y saludable. Lo mismo se da con los hombres, que además de proyectar la imagen de una mujer que no existe (la mujer con curvas perfectas divulgada en la gran media), también hacen de sí, pequeños dioses en búsqueda de la perfección estética.

Al final de cuentas, esa sed de perfección es propia de todo ser humano. Queremos lo bello y lo perfecto, nuestras almas fueron hechas para eso. Somos ciudadanos del Edén, lugar del orden perfecto, de la belleza infinita de Dios manifestada en toda creación.

Sin embargo, nuestra cultura invierte completamente el significado más profundo del cuerpo. En vez de que llevemos el ser humano a realizarse plenamente en su humanidad y por medio de su cuerpo, ser sujeto de santidad, las prioridades son invertidas y no somos más don del otro. Al contrario, hacemos del cuerpo un medio para la satisfacción, para el placer personal. El otro deja, así, de ser sujeto de santidad, pasando a ser un objeto.

Mientras tanto, si tenemos en nuestra humanidad las marcas del pecado original que significó esa ruptura con el perfecto, tenemos también el “eco de la inocencia original” (Juan Pablo II, 1980). En la Teología del Cuerpo, el Papa dirá que a través del cuerpo, la santidad entró en el mundo. ¡Qué santa realidad! ¡Qué linda osadía proclamar esa verdad sobre el significado del ser humano!

Podemos, así, escoger el camino de esa inocencia original que todos tenemos marcada en nuestras almas. La perfección puede hoy acontecer para mí y para ti por medio de nuestros cuerpos.

Las manos podrán plantar las semillas del Reino que extrañamos. Los pies pueden ir en dirección al otro es, con una sonrisa, invitarlo para la misma santidad que deseamos vivir. El abrazo acogerá el dolor, los oidos serán territorio donde otros podrán compartir tus caminos, la nariz, las piernas, hombros.. todo es material que construye la santidad, vocación de todo hombre!

Milena Carbonari
Psicologa, post graduada en sexualidad
fuente: Canción Nueva

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