Tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu premio.
Mateo 6, 4
En Dios no hay ni la más mínima sombra de tacañería. Una y otra vez, la Escritura demuestra que el Señor es generoso en extremo y probablemente todos sepamos que es capaz de darnos “con abundancia toda clase de bendiciones” (2 Corintios 9, 8), pero ¿creemos que realmente quiere darnos todo lo que necesitamos? ¿Que se deleita prodigando sus bienes con liberalidad? Recordemos que envió a su propio Hijo a rescatarnos y jamás se ha visto señal más grande de amor ni generosidad que esa.
Sin embargo, con esta gran prueba del favor de Dios, todos nos inclinamos a pensar que probablemente no veremos ninguna retribución por la fidelidad que demostremos en esta vida hasta que lleguemos al cielo. Es cierto que allá nos esperan tesoros inimaginables, pero eso no significa que Dios esté reteniendo sus beneficios ahora. En realidad no le gusta que le demostremos obediencia por obligación y esperando que algún día, al final, tengamos una recompensa. Dios ve todo lo que hacemos, ya sea bueno o malo; y todo acto de bondad, oración, ayuno o sacrificio que hacemos, le satisface enormemente.
Pero Jesús se estaba refiriendo a algo mucho más grande que la simple recompensa por las buenas obras; tenía la esperanza de que sus oyentes desarrollaran una relación viva con su Padre, una relación en la que conocieran la presencia de Dios, escucharan su voz y comenzaran a reconocer su mano al ver las bendiciones por su fidelidad.
¿Qué tipo de “premios” podemos esperar? Por ejemplo, una mayor confianza de que estamos haciendo la voluntad de Dios. O un sentido más claro de visión y dirección en nuestra vida. O tal vez una mayor capacidad para evitar la tentación y perdonar a los que nos hayan ofendido. También, una mayor confianza y apertura en las relaciones con los familiares, o respuestas a las oraciones más sentidas del corazón. Las posibilidades son infinitas y todas provienen del corazón de un Padre cuyos ojos están siempre atentos a sus hijos amados.
Dedícate, pues, hoy a obedecer a Dios, no por temor, sino por gratitud, por todo lo que ya ha hecho por ti y los tuyos.
“Padre celestial, quiero complacerte en todo lo que yo piense, diga y haga. Guía mis pasos por tus sendas, Señor, y protégeme de toda tentación.”
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