Muchos hebreos del siglo I esperaban con ansias a un Mesías que los librara de la opresión romana y restableciera la nación de Israel. Jesús vino en efecto a salvar a su pueblo, pero no de la opresión política, sino “de sus pecados.
Los reyes magos fueron los primeros gentiles a los que se manifestó Jesús, el Dios-Hombre. Estos soberanos sabios, que personificaban a toda la humanidad gentil, es decir, no judía, llegaron buscando al “rey de los judíos” y encontraron al ¡Rey del universo! Pero ¿quiénes eran estos reyes magos?
Eran estudiosos interesados en el movimiento de los astros y buscaban el sentido de la vida humana en el universo. Cuando vieron una estrella diferente, quisieron seguirla porque entendieron que significaba algo muy importante: el nacimiento de un rey distinto a los demás. Buscaban al rey de los judíos, pero cuando llegaron a Belén encontraron al Rey de reyes, la Verdad encarnada. Se postraron ante el Niño y lo adoraron: ¡la señal más inequívoca de la sabiduría!
Hoy también, gente de todos los orígenes, razas y condiciones anda buscando la verdad y la vida que residen en Cristo. En efecto, no hay absolutamente nadie, por muy alejado que esté de la verdad, a quien Jesús no quiera manifestarle su amor y su misericordia.
Oremos, pues, por la gente de todas las religiones y culturas para que lleguen a conocer la salvación, la verdad y la plenitud de la vida que Dios les ofrece en Cristo Jesús. Oremos por los que desean conocer la verdad, especialmente los que la buscan en lugares erróneos; pidámosle sabiduría al Señor para ayudar a estas personas con quienes Dios quiere que compartamos su luz y su amor.
Como una vez nos instaba San Juan Pablo II, seamos como la estrella que guía a los demás a la luz de Cristo “para que todas las personas y pueblos que buscan la verdad, la justicia y la paz lleguen a Jesús, el único Salvador del mundo.”
“Gracias, Padre eterno, por revelarnos que tu plan de salvación es para todos, sin excepción.”
Isaías 60, 1-6
Salmo 72(71), 1-2. 7-8. 10-13
Efesios 3, 2-3. 5-6
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