viernes, 9 de febrero de 2018

Pasos que cooperan a la sanación - Quinto paso

Quinto Paso:
CONFESARSE

La sangre de Jesús continúa todavía hoy corriendo en nuestro favor, de una manera especial por el sacramento de la penitencia: “Mis hijitos, escribo esto para que no pequen. Mientras tanto, si alguien peca, tenemos junto al Padre un Defensor: Jesucristo, el Justo. Ele es la ofrenda de expiación por nuestros pecados, y no solo por los nuestros, sino también por los pecados del mundo entero” (1 Jn 2,1-2)

La sangre de Jesús es el solvente que, en el sacramento de la penitencia, puede disolver el corazón de piedra y liberarnos del peso del pecado que nos arrastra para abajo. Fue concedido a la Iglesia el poder de perdonar los pecados por la sangre de Jesús: “Entonces, sopló sobre ellos y habló: “Reciban el Espíritu Santo. A quien perdonen los pecados, le serán perdonados; a quienes se los retengan, le serán retenidos” (Jn 20, 22-23) Pero, hay muchos que no comprenden la ternura y la generosidad de Dios en el sacramento de la confesión, permanecen con miedo y huyen de aquello que tanto bien les hará. Dios quiso determinar que los pecados fuesen perdonados de este modo, pues El sabe que tenemos la necesidad de confesarnos para librarnos de lo que nos oprime: “Confiesen pues, unos a otros, sus pecados, oren los unos por los otros para ser sanados. La oración fervorosa del justo tiene gran poder” ( Stgo. 5,16)

Nuestro mayor pecado es colocar a Dios en segundo plano. Nuestra mayor confesión es reconocer que constantemente lo dejamos de lado. Cuando digo de verdad: “Confieso que hasta ahora viví para mi y no para Dios… viví olvidándome de Dios… lo coloqué después de todos mis intereses. Y me arrepiento de eso”. Esa confesión es como un golpe de hacha en la raíz del pecado. Después, con la absolución administrada por el sacerdote, aquello que has confesado es completamente destruido, para siempre. Todo pecado confesado y perdonado es como si nunca hubiese existido. Por esa razón, el confesionario es el lugar donde siempre puedes comenzar una vida nueva y donde muchos encontrarán la sanación.

La confesión es el sacramento del amor de Dios. No importa cual sea nuestro pecado, si pedimos perdón, Él nos perdona. El Padre de los cielos nunca quedará horrorizado con los pecados confesados. Además que es eso lo que Él espera para poder perdonar, que reconozcamos el mal que hicimos y pidamos perdón sinceramente.

Todo pecado tiene perdón menos uno: el pecado de que no nos arrepintamos y para el cual pedimos humildemente el perdón de Dios.

Marcio Mendes,
“Pasos para la sanación y liberación completa” – Editorial Canción Nueva
Adaptación del original en portugués

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