domingo, 11 de febrero de 2018

RESONAR DE LA PALABRA Evangelio según San Marcos 1,40-45.

Evangelio según San Marcos 1,40-45. 
Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme". Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". En seguida la lepra desapareció y quedó purificado. Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: "No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio". Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes. 

RESONAR DE LA PALABRA 

Fernando Torres cmf
Jesús nos cura y nos hace hermanos
La lepra es una enfermedad que hace que la apariencia externa de la persona sea repugnante. En tiempos antiguos, la lepra era una enfermedad temida. Se temía su aspecto pero se temía más el contagio. Al leproso se le expulsaba de la sociedad. Era mejor no tocarle. Se corría el peligro de contaminarse y hacerse uno mismo leproso. El círculo se cierra sobre el leproso que no tiene escapatoria. Nadie se quiere acercar a él, nadie le ayudará. Es impuro y contamina a los demás. Cualquiera que se acerque a él será también marginado. La sociedad primitiva mostraba así su temor ante una enfermedad frente a la que no tenía medios con los que defenderse.
Hoy sabemos como curar la lepra. Pero hay otras “lepras”, otras realidades sociales frente a las que nos sentimos mal y preferimos mirar a otro lado, expulsar de la sociedad a los que las padecen, marginarlos y abandonarlos en la cuneta. Leprosos son ahora los inmigrantes, los que salen de la cárcel, los pobres... Leprosos se nos hacen todos los que son diferentes de nosotros por su raza, cultura, religión o lengua. De todos ellos nos separamos, les marginamos. Marcamos fronteras y límites que no deben pasar. Su presencia cerca de nosotros hace que nos sintamos mal (impuros). Por eso les mantenemos lejos y aparte.
Jesús rompe esas barreras artificiales. Cura al leproso. Así demuestra que su enfermedad no es fuente de impureza, no mata. Y lo hace tocándolo. Es un momento clave porque Jesús, al tocar al leproso, se hace oficialmente impuro. Se hace a sí mismo marginado. Así es como Dios nos cura y nos salva. Se hace uno con nosotros. Nos toca y, al tocarnos, rompe las barreras que la sociedad ha establecido entre los buenos y los malos, los puros y los impuros, los justos y los injustos. Dios acerca y une, junta y no divide, convoca a todos a formar la única familia de Dios.
Hay que comprender que el leproso no obedeciese a Jesús y contase lo sucedido a todos los que encontró y que la gente buscase a Jesús después de conocer lo sucedido. Hoy nosotros nos acercamos a Jesús para que nos cure la lepra. Y lo hace. Por supuesto. Pero, al mismo tiempo nos recuerda que, igual que nos cura a nosotros, no hay razón para marginar a otros, que no hay casos perdidos, que para Dios todos tenemos futuro. Y que, con la segunda lectura, todo lo debemos hacer para la gloria de Dios, que no es otra que el bien de la persona humana. Para ello lo mejor que podemos hacer es, como Pablo, seguir el ejemplo de Cristo y acercarnos a todos los leprosos de nuestro mundo para curarlos e invitarlos a formar parte de la familia humana. Eso y no otra cosa es ser en Jesús hijo de Dios.

Para la reflexión

¿Nos cura Jesús de nuestras lepras? ¿Hay otras lepras que vemos en los otros que nos dan miedo y que nos hacen alejarnos de ellos? ¿Qué podemos hacer para que no se sientan marginados? ¿Para que se sientan miembros de la familia de Dios?

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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