domingo, 11 de febrero de 2018

Meditación: Marcos 1, 40-45

Se le acercó a Jesús un leproso.
Marcos 1, 40

La ley judía prohibía que los leprosos tuvieran contacto con la comunidad (Levítico 13 y 14). Por eso, en el Evangelio de hoy, el leproso tenía que superar primero el temor de infringir la ley para buscar la curación. Ciertamente creía que Jesús podía sanarlo, y el Señor, viendo la fe del hombre, sintió compasión, lo tocó y lo sanó.

Este pasaje del Evangelio nos muestra también la incomparable naturaleza de la salvación que Jesús nos mereció y nos prepara para entender el resto del Evangelio a la luz de esta salvación; nos muestra que todos necesitamos el toque sanador de Cristo, y que si nos acercamos a su lado con fe, confiando en que realmente él desea curarnos, recibiremos la salvación. La curación que experimentó el leproso y la que Jesús quiere darnos a nosotros hoy no es algo meramente físico; sino una experiencia en la que llegamos a un encuentro con Dios.

Mientras dialogamos con Jesús haciendo oración, leyendo la Escritura y participando en la liturgia, el Espíritu Santo puede revelarnos la excelencia de Cristo y el amor de Dios, a fin de que queramos acercarnos a su lado. Recordemos que San Francisco de Asís encontró a Cristo en un leproso. En efecto, Dios le inspiró una fe tan profunda que lo llevó a componer la oración que repetimos en el Vía Crucis: “Te adoramos, Cristo Jesús, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.”

En general, no solemos reconocer conscientemente la incomparable realidad de la salvación que recibimos en Jesús. Los problemas que enfrentamos durante el día y el deseo de adquirir cosas que consideramos que nos harán sentirnos cómodos y felices, nos hacen centrarnos en nosotros mismos y olvidarnos del amor que Dios nos demuestra en Cristo. En tales momentos, es conveniente detenernos un momento y pensar en la gloria del Señor y el deseo que él tiene de que un día lleguemos a compartir con él la gloria del Reino.
“Espíritu Santo, ayúdame a reconocer la extraordinaria realidad de la salvación que nos mereció Jesús y la gracia de abrir mi corazón a su toque sanador.”
Levítico 13, 1-2. 44-46
Salmo 32(31), 1-2. 5. 11
1 Corintios 10, 31 – 11, 1

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