martes, 18 de septiembre de 2018

Meditación: Lucas 7, 11-17

En la escuela, cuando un alumno realizaba alguna acción bondadosa o meritoria, las maestras solían darle algún premio y en la tarjeta escribían algo como lo siguiente: “¡Te vimos haciendo una buena acción! ¡Felicitaciones!”




















Lo hacían con la esperanza de que aquello que el muchacho había hecho hubiera sido una reacción natural y no algo forzado para obtener alguna recompensa. Esta forma de reconocer las acciones buenas y desinteresadas también ayuda a reforzar en los estudiantes la verdad de que los actos de compasión siempre son recompensados.

Jesús no necesitaba recordatorios para demostrar su bondad y generosidad. Por ejemplo, al encontrarse con un cortejo fúnebre, en que una viuda lloraba amargamente por la muerte de su único hijo, Jesús sintió una profunda compasión al punto de que se identificó con el dolor de esta madre, y de la misma manera en que más tarde nos daría a nosotros una vida nueva después de su resurrección, le devolvió la vida al muchacho. La madre no esperaba y ni siquiera había pedido ese milagroso acto de misericordia; pero el Señor lo hizo, de la misma manera como decidió salvarnos por medio de su muerte sin que ninguno de nosotros se lo pidiera.

Sí, esto es sorprendente, pero también es verdad: Jesús tomó la iniciativa de revelarnos su amor. Y cuando aceptamos su amor y su perdón, descubrimos que queremos acercarnos a él para presentarle nuestras necesidades y pedirle sabiduría y fortaleza para saber afrontar las situaciones cotidianas. Con la esperanza de que el Señor nos demostrará su amor y su poder, empezamos a confiar en que también convertirá nuestro dolor en alegría, según su sabiduría y a su tiempo; y a creer que él tomará en sus manos aquellas áreas de nuestra vida que estén “muertas” y las sanará y les comunicará vida nueva.

Hermano, piensa en alguna ocasión en la que recibiste la misericordia de Dios sin esperarla y en cualquier circunstancia: ya fuera que otra persona te regalara una sonrisa en un momento en que te sentías desanimado, hasta tener un amigo cercano a quién pudiste confiarle tus pesares más íntimos. Deja que este pensamiento reafirme en tu mente que Jesús está allí para ayudarte, aunque tu fe sea muy pequeña. Él siempre está contigo, listo para revelarte el amor que su Padre te tiene a ti. A Jesús le encanta que lo vean “haciendo una buena acción.”
“Señor y Salvador mío, enséñame a confiar en ti sin reservas para hacer buenas acciones cuando alguien las necesite.”
1 Corintios 12, 12-14. 27-31
Salmo 100(99), 1-5
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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