viernes, 8 de marzo de 2019

ENTONCES AYUNARÁN


“Entonces ayunarán.” (Mt 9,15)

Entre las prácticas penitenciales que nos propone la Iglesia, sobre todo en tiempo de Cuaresma, está el ayuno. El ayuno lleva consigo una sobriedad especial en la alimentación, respetando las necesidades de nuestro organismo. Se trata de una forma tradicional de penitencia que no ha perdido nada de su significado y que, tal vez, hay que redescubrir, sobre todo en esta parte del mundo y en los ambientes donde no sólo abunda el alimento sino que donde a menudo existen enfermedades debidas a la sobrealimentación. 
Evidentemente, el ayuno penitencial es muy diferente de las dietas terapéuticas. Pero, a su manera, se le puede considerar como una terapia del alma. En efecto, practicado como signo de conversión, facilita el esfuerzo interior para ponerse a la escucha de Dios. Ayunar significa reafirmarse a si mismo lo que Jesús replicó a Satanás cuando fue tentado al final de los cuarenta días de ayuno en el desierto: “El hombre no vive sólo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). Hoy día, especialmente en los ambientes del bienestar, se comprende con dificultad el sentido de esta palabra evangélica. La sociedad de consumo, en lugar de apaciguar nuestras necesidades, crea constantemente otras nuevas, engendrando así un activismo desmesurado... Entre otros significados, el ayuno penitencial tiene precisamente como fin el ayudarnos a recobrar nuestra interioridad. 
El esfuerzo de moderación en la comida se extiende también a otras cosas no estrictamente necesarias. Sobriedad, recogimiento y oración van de conjunto con el ayuno. Se puede aplicar oportunamente este principio a lo que tiene que ver con el uso de los medios de comunicación de masas. Tienen una utilidad indiscutible, pero no pueden llegar a ser los “amos” de nuestras vidas. ¡En cuántas familias parece que el televisor reemplaza , más que facilitar, el diálogo entre las personas! Un cierto “ayuno” en este terreno puede ser saludable, sea para consagrar más tiempo a la reflexión y la oración, sea para cultivar las relaciones humanas.


San Juan Pablo II (1920-2005)
papa
Angelus del 10 de marzo 1996

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