sábado, 20 de julio de 2019

Meditación: Mateo 12, 14-21

Miren a mi siervo, a quien sostengo; a mi elegido, en quien tengo mis complacencias. (Mateo 12, 18)

Jesús es el perfecto Siervo del Señor. A diferencia de la agresividad y obstinación de algunos fariseos, Jesús era manso y humilde, porque había venido a salvar, no a condenar, y constantemente hizo respetar la palabra de su Padre con humildad, hasta cuando esto significaba confrontar el pecado en la vida de las personas.

Cuando sus opositores trataban de desacreditarlo, él respondía con la firmeza de un hombre de Dios y reanudaba rápidamente su misión de cumplir el plan de su Padre, y eso era lo que más le interesaba hacer.

Viendo que Jesús cura a un hombre en día de reposo, lo que para ellos era una flagrante infracción a la Ley, algunos fariseos emprenden una persecución, como de “gato y ratón”, tratando de hacer caer al Señor en sus propias palabras para poder acusarlo y condenarlo a muerte.

Pero Jesús, dándose cuenta de lo que sucede, evita entrar en la maraña urdida por los judíos para no provocar una confrontación. Por el contrario, simplemente se retira sin caer en el enfrentamiento y puede seguir atendiendo a la gente, que en realidad es parte de la razón por la cual vino al mundo.

¡Qué magnífico modelo a seguir! Dios quiere que imitemos a Jesús, que tuvo siempre los ojos fijos en la voluntad de su Padre. En efecto, el Señor no quiere vernos envueltos en confrontaciones, sino que seamos agentes de reconciliación y consolación. En lugar de “protestar” o “gritar”, quiere que sigamos adelante para cumplir el siguiente servicio que nos toque hacer.

Tampoco quiere que nos distraigamos con los planes del enemigo, sino que nos preocupemos de adelantar el Reino de Dios. ¡Cuántas más personas podrían escuchar la buena noticia si todos aprendiéramos el arte de abstenernos de entrar en polémicas, discusiones y descalificaciones!

En una cultura que promueve la confrontación y el conflicto, a veces nos cuesta recordar que el único cuya opinión realmente cuenta es Dios. Dedícate a amar al Señor y servir a su pueblo; proponte hacer todo y solo aquello que tú sabes que Dios te pide, y luego pasa a la siguiente tarea, confiando en que tu Padre ve todo lo que tú haces y te protegerá y te recompensará.
“Amado Jesús, enséñame a no dejarme arrastrar a las discusiones inútiles. Quiero parecerme a ti, Señor, amar y servir a mis semejantes.”
Éxodo 12, 37-42
Salmo 136 (135), 1. 10-15. 23-24
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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