viernes, 26 de julio de 2019

Meditación: Mateo 13, 18-23

Lo sembrado en tierra buena representa a quienes oyen la palabra, la entienden y dan fruto. (Mateo 13, 23)

En el Evangelio de hoy leemos la explicación que da el propio Señor de la parábola del sembrador, en la cual había utilizado imágenes que tenían significados específicos. En la parábola, las diferentes condiciones del suelo representan las diversas actitudes del corazón de aquellos que reciben el mensaje del Evangelio.

En esta parábola, Jesús explicó las diferentes reacciones que tiene la gente al escuchar la Palabra de Dios y avanzar hacia la madurez en la fe. Primero está el que oye la palabra y no la entiende ni la acepta del todo. Luego están los que entienden, pero no resisten las pruebas ni las persecuciones. El tercer grupo escucha y acepta la palabra, pero se distraen con las cosas del mundo, y el último grupo escucha la palabra, la entiende y responde en forma positiva y fructífera.

Cuando recién depositamos nuestra fe en Jesús, somos como “niños en cuanto a las cosas de Cristo” (1 Corintios 3, 1) y tiene que pasar el tiempo para madurar en la fe. Este avance, de la infancia a la madurez, no se produce por esfuerzo propio, sino por la obra del Espíritu Santo. “Pues Dios, según su bondadosa determinación, es quien hace nacer en ustedes los buenos deseos y quien los ayuda a llevarlos a cabo” (Filipenses 2, 13). Con nuestra cooperación, Dios llevará a feliz término lo que ha comenzado en nosotros, porque él quiere que demos una cosecha abundante.

Los fieles podemos cooperar con la gracia, a fin de que nuestra vida dé frutos de amor y devoción: Dios nos ha prometido que el Espíritu Santo nos enseñará todas las cosas. Cristo mismo, por su sangre, nos limpia de nuestros pecados y de las obras que llevan a la muerte y nos hace justos frente a Dios. Por su cruz, Jesús nos da fuerzas en momentos de prueba y debilidad. Por el Bautismo, Cristo nos reúne en su Cuerpo Místico, la Iglesia, donde bebemos del mismo Espíritu y somos nutridos por la Palabra y los sacramentos. Allí nos da el alimento celestial de su propio Cuerpo y su Sangre.

Hermano, ¿quieres estar siempre dispuesto a recibir la presencia, el amor y la voluntad del Señor, para así producir cien, sesenta o treinta granos por semilla para su gloria?
“Jesús, Señor y Dueño de mi corazón, concédeme lo que necesito para llevar una buena vida de fe.”
Éxodo 20, 1-17
Salmo 19 (18), 8-11

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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